BENJAMIN BRITTEN

Nació en Lowestoft, Inglaterra, el 22 de noviembre de 1913.

Murió en Aldeburgh, Inglaterra, el 4 de diciembre de 1976.

Réquiem de guerra, Op. 66

  • Requiem aeternam
  • What passing-bells for these who die as cattle?
  • Dies irae
  • Bugles sang
  • Liber scriptus proferetur
  • Out there, we’ve walked quite friendly up to Death
  • Recordare
  • Confutatis maledictis
  • Be slowly lifted up, thou long black arm
  • Lacrimosa
  • Move him into the sun
  • Offertorium
  • So Abram rose, and clave the wood
  • Sanctus
  • Benedictus
  • After the blast of lightning from the East
  • Agnus Dei
  • Libera me
  • It seemed that out of battle I escaped
  • Let us sleep now…

“Mi tema es la guerra y la compasión de la guerra.

La poesía está en la pena…

Todo lo que un poeta puede hacer hoy es advertir”.

Wilfred Owen

El Réquiem de guerra de Benjamin Britten es una de las partituras sui géneris en toda la Historia del Arte en Occidente que mejor refleja la respuesta de su creador a los terrores provocados por las guerras y la violencia. Desde niño, Britten estuvo consciente de la importancia de la paz en su vida y su entorno y, en ese sentido, se rehusó a seguir cualquier tipo de entrenamiento militar escolar. Durante la Primera Guerra Mundial expresó su posición anti-bélica en largas charlas con su profesor Frank Bridge (1879-1941) y siendo todavía adolescente participó en el Gremio para la Promesa de la Paz. En la década de 1930, Britten comenzó a escribir algunas obras de claro carácter pacifista, como el ciclo de canciones Our Hunting Fathers (1936) –que habla de la cruel relación de los humanos con los animales-, y muchas otras que reflejaban los deseos del músico por lograr una conciencia colectiva en pro del bienestar común. En su Balada de los héroes (1939) recuerda a los caídos durante la Guerra Civil Española, así como también en el primer movimiento de su Concierto para violín, escrito el mismo año, por sólo nombrar unas cuantas obras.

Al egresar del Royal College of Music de Londres, Britten ya era reconocido como un fino compositor y extraordinario pianista acompañante, labor que desarrolló con el tenor Peter Pears (1910-1986), su compañero de vida. Con la idea de forjar una carrera concertística, Britten y Pears decidieron hacer maletas rumbo a los Estados Unidos de América para cumplir con diversas oportunidades de conciertos y que se combinaron con las colaboraciones que el compositor tenía pactadas con el poeta W.H. Auden (1907-1973). El abandonar Inglaterra también fue el momento preciso, según dijo Britten, para apartarse del ambiente hostil y lleno de envidias que imperaba en su patria.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial en el otoño de 1939, Pears y Britten sufrieron la angustia de los excesos y horrores cometidos por los regímenes fascistas, pero la lejanía geográfica no les permitía ayudar a sus compatriotas. Llegó un momento en que el aislamiento de sus raíces fue tan intolerable para la pareja que decidieron regresar al Viejo Mundo en marzo de 1942, pero rechazando el servicio militar nominal que se les ofreció a los músicos, pidiéndoles que simplemente portaran el uniforme militar; ambos, Britten y Pears, mantuvieron firme su credo pacifista en ese momento, como defensa de su patria en contra de la beligerancia. El sólido argumento de Britten ante el tribunal para resultar exento de la milicia fue: «Toda mi vida ha sido dedicada a actos de creación… y no puedo participar en actos de destrucción».

Benjamin Britten

Pero la Guerra terminó… y las heridas siguieron doliendo. El momento para Britten de poder sanarlas llegó en 1958 cuando se le solicitó una obra para ser estrenada durante una festividad en torno a la consagración de la nueva Catedral de Coventry, erigida junto a las ruinas del antiguo templo medieval bombardeado en 1940 durante la llamada Batalla de Inglaterra; también se le sugirió al compositor que esta obra podía utilizar tanto textos religiosos como profanos. Ahí vinieron muchas ideas a la mente del músico: en primer lugar, pensó darle vida a un gran Oratorio, proyecto que había acariciado prácticamente desde el estreno de su ópera Peter Grimes en junio de 1945, y que se materializaría en forma de un Réquiem. Y, para darle un giro interesante a esta música, utilizó la poesía de Wilfred Owen (1893-1918), junto a los textos de la Misa católica de difuntos.

Al incorporar poesías de Owen en su Réquiem de guerra, Britten deseaba que se escuchara la voz de un soldado con una visión pacifista muy similar a la del compositor, además de haber sido víctima de las atrocidades de la guerra. Owen murió a los 25 años de edad en el campo de batalla el 4 de noviembre de 1918, cuando encabezó la avanzada de las tropas a su cargo por el Canal de Sambre en el noreste francés, antes de que se firmara el Armisticio el 11 de noviembre (irónico es saber que ese mismo día del cese de hostilidades la familia de Owen recibió el telegrama fatal que anunciaba la muerte de su hijo… mientras toda Inglaterra festejaba el fin de la Guerra).

Owen escribió una gran colección de poemas conmovedores, arropado por las trincheras; debido a ello se le reconoce como uno de los más grandes autores de los tiempos de guerra y, definitivamente, uno de los favoritos de Britten, quien ya había incluido su poema The Kind Ghosts en su Nocturno para tenor y grupo de cámara (1958).

Britten durante los ensayos del Réquiem de guerra.

Al comenzar a escribir su Réquiem de guerra en el verano de 1960, no sólo resonaba la poesía de Owen en la cabeza de Britten, sino también las caras de cuatro soldados (cuyas fotografías fueron encontradas en un sobre en los archivos del músico): Roger Burney, quien falleció en el submarino francés Surcouf en 1942; David Gill, marinero de la Flota Real, muerto en el campo de batalla en el Mediterráneo; el teniente neozelandés Michael Halliday, reportado como “desaparecido en combate” en 1944; y el Capitán Piers Dunkerley quien fue herido durante “El día D” (en el desembarco en Normandía) y que, aunque salvó la vida durante la contienda armada, decidió suicidarse en 1959. Todo ello dio cuerpo a esta partitura monumental que nos habla de una manera frontal de las tragedias individuales y colectivas, de la violencia insensible y de cómo acceder a la paz conciliadora. A estos cuatro personajes es que está dedicada la partitura del Réquiem de guerra.

Durante el proceso creativo del Réquiem de guerra, Britten seleccionó nueve poemas de Owen, mismos que escribió junto a los textos de la Misa de difuntos en un viejo cuaderno escolar. Posterior a ello, se dedicó a componer la música durante los siguientes dos años, empañados por la construcción del Muro de Berlín, la siniestra escalada estadounidense en Vietnam y el incidente de la Bahía de Cochinos. En febrero de 1961 Britten contactó a Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012) pidiéndole que cantara los solos de barítono de su Réquiem de guerra “con la mayor belleza, intensidad y sinceridad”. Peter Pears accedió a cantar la parte correspondiente al tenor. Estas dos voces masculinas estaban pensadas para ser acompañadas por una orquesta de cámara, a manera de “comentario de la Misa”, con los textos de Owen. Los textos litúrgicos serían conferidos a toda la orquesta y el coro mixto, junto a una soprano solista y coro infantil. Así, la intención de Britten sería señalar al individuo entre la multitud, para reconocer el dolor personal mientras se predica el pacifismo.

Al tiempo en que un querido amigo de Britten, Mstislav Rostropóvich (1927-2007), estrenó una Suite para violonchelo que compuso para él, fue que el compositor encontró a la soprano que requería: Galina Vishnevskaya (1926-2012), esposa del chelista. De tal manera, el plan maestro de Britten cobraría forma con representantes de tres Naciones que habían sido devastadas en la Guerra: el barítono alemán, el tenor inglés y la soprano “soviética”. Pero los censores soviéticos no se tentaron en corazón al ver que la ocasión parecería una reconciliación con Alemania Occidental –al cantar ella junto a Fischer-Dieskau-, por lo que se le negó el permiso a la Vishnevskaya para participar y la soprano inglesa Heather Harper (1930-2019) tomó su lugar a sólo diez días de la primera audición del Réquiem.

La Catedral de Coventry en ruinas, noviembre de 1940. El Réquiem de Guerra de Britten fue escrito para la reconsagración de la iglesia más de 20 años después de que fuera destruida por los bombarderos nazis.

La intención del esquema que había escrito Britten por primera vez es muy similar al de las Pasiones de Johann Sebastian Bach (1685-1750), con el texto religioso combinado con comentarios, aunque el efecto deseado al final nos hace pensar en una mezcla entre ópera y oratorio, más cercano al espíritu del Réquiem de Giuseppe Verdi (1813-1901).

Britten divide a sus personajes en grupos distintos: dos soldados, cantados por tenor y barítono junto a la orquesta de cámara; los participantes de la misa, que incluyen a la soprano, coro y orquesta y, desde lejos, un coro de niños acompañados por un órgano. La escena cambia a la perfección de un grupo a otro, y va de la iglesia al campo de batalla. Solo en las últimas páginas de la versión final del Libera me, todos los artistas se reúnen. En esa parte final, una marcha fúnebre da paso a un canto de desolación y desesperación. La soprano hace su entrada, y la música se convierte en un grito escalofriante. Lentamente, Britten despeja la escena para escuchar el duro realismo de «Strange Meeting» de Owen, el poema que el compositor había amado durante mucho tiempo, un encuentro angustioso entre dos soldados enemigos. Con sus últimas palabras, «Vamos a dormir ahora», Britten entrelaza lentamente a todos en un entramado sonoro envolvente. Por un momento, sugiere la comprensión universal. Pero luego las campanas tocan con un sentimiento atormentado y las voces de los dos soldados se pueden escuchar, antes de que el coro haga una plegaria por la paz. Es un final incierto, extraño, quizá como lo que algún alma podría experimentar al acceder a la vida eterna.

El estreno del Réquiem de guerra de Britten ocurrió el 30 de mayo de 1962 en la Catedral de Coventry con los solistas antes mencionados, la Sinfónica de la Ciudad de Birmingham dirigida por Meredith Davies (1922-2005) y el Melos Ensamble dirigido por el autor, junto a los coros de la mencionada Catedral. Al escucharse el intenso susurro del “Amén” al final de la obra (y como lo anota David Matthews [n. 1943]) “casi todos en el público se dieron cuenta de que habían presenciado el nacimiento de ese extraño fenómeno llamado ‘un clásico moderno’.”

Sirva la ocasión de escuchar este Réquiem de guerra de Britten para recordar que, hoy día, su vibrante mensaje de paz es (y deberá permanecer) vigente.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

2 Comments

  1. Interesante sin duda, la narración de lo que comparte en el blog, donde se puede escuchar dichas piezas sin tener suscripción de spotify? Saludos José María

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