CLAUDE ACHILLE DEBUSSY (1862-1918)

Iberia, de las Imágenes para orquesta

  • Por las calles y los caminos
  • Los perfumes de la noche
  • La mañana de un día de fiesta

 

Entre los años 1910 y 1913 Francia era uno de los lugares del mundo en donde había constantemente un progreso en las artes y la intelectualidad. En ese sentido, Debussy había sido parte de esa rebelión junto con muchos de sus colegas de generación en el afán de romper el cordón umbilical del wagnerismo y voltear la mirada a horizontes cada vez más amplios.

Precisamente en esos años Debussy escribió sus dos libros de Preludios y publicó un tríptico orquestal con el que él deseaba transformar su lenguaje instrumental y que concibió de manera integral entre 1906 y 1912: Imágenes.

El nuevo camino que quiso tomar Debussy en este tríptico estuvo guiado por la música popular de tres países: la música folclórica inglesa en las Gigas (específicamente la tonada Keel Row); las danzas españolas en Iberia; y las canciones populares francesas (Nous n’irons plus aux bois) en Rondas de Primavera. Una colección orquestal de inmensa sutileza y plena de efectos chispeantes y brillantes y que el autor se tomó todo el tiempo necesario para concebirlas. En primera instancia, Rondas de Primavera e Iberia fueron pensadas como piezas netamente pianísticas en 1905 aunque luego Debussy cambió de parecer.

El 20 de febrero de 1910 los Conciertos Colonne de París presentaron Iberia de Debussy, unos cuantos días después de que se estrenaran las Rondas de Primavera en los Conciertos Durand. Para el estreno de Iberia, el compositor fue muy tajante con el autor de las notas al programa, indicándole que “es inútil preguntarme sobre alguna anécdota de esta pieza; no hay ninguna historia asociada a ella, y depende de la música por si misma de despertar el interés en el público. Al momento de su primera audición en el Teatro Châtelet parisino, el público recibió Iberia con un prolongado aplauso y quienes se encontraban sentados en galería pidieron que se repitiera la obra. El director en aquella ocasión fue Gabriel Pierné (1863-1937) quien quiso complacer al público con su solicitud, pero otro sector lo desaprobó con chiflidos. Si el público estuvo dividido en aquella ocasión, lo mismo ocurrió con los críticos en la prensa: unos alabaron la nueva pieza de Debussy, otros la reprobaron totalmente.

Claude_Debussy_ca_1908_foto_av_Félix_Nadar-e1498753657692

Claude Debussy

Muchos músicos consideraron la partitura de Iberia como “un delicado pedazo de excremento”, con poca sustancia. Uno de los principales detractores de Debussy, Luc Marvy expresó en el Monde Musical que Iberia era “una rapsodia más tras los montes, ni buena ni mala, y ciertamente no bien construida a diferencia de las que hemos escuchado en los últimos doce años.” Marvy seguramente se refería a España (1883) de Emmanuel Chabrier (1841-1894) y la Rapsodia española (1907-1908) de Maurice Ravel (1875-1937); y sin quitarle ningún mérito a esas dos obras espectaculares, cierto es que su comentario mezquino no es muy certero. Hoy reconocemos en Iberia de Debussy una pieza orquestal de estupenda factura, gran imaginación, fiel a los preceptos revolucionarios que Debussy estaba poniendo en marcha pocos años antes de su muerte.

Como no todo es terrible, aquí tenemos el comentario de Alfred Bruneau (1857-1934) aparecido en el diario Matin:

“Estos delicados bosquejos españoles no tienen ninguna similitud a los lienzos sonoros de Albeniz y Chabrier. Uno reconoce la personalidad de Debussy hasta en los más pequeños detalles. No contienen ningún rastro de aspereza, gracias a su intensa alegría que anima las secciones primera y tercera. Son deliciosamente poéticas, exquisitas en sus colores, llenas de encanto fascinante y artísticamente maravillosas.”

Y aunque a Debussy no le gustara ninguna descripción programática de su Iberia, es muy válido reconocer el paseo que él nos propone desde el atardecer en una localidad española, la intensidad de las fragancias nocturnas y las campanas que anuncian el amanecer de un concurrido día de fiesta. Esa transición sonora, del anochecer hasta el despuntar del día, es definitivamente de lo mejor de la producción del músico francés.

Justamente un músico extranjero (español él) nos proporcionó esta invaluable opinión sobre Iberia de Debussy en un artículo en la publicación Chesterian:

“Los ecos de los pueblos, una especie de Sevilla –el tema genérico de la obra- que parece flotar en una clara atmósfera de luz brillante; el hechizo embriagante de las noches andaluzas, lo festivo de la gente bailando con los alegres sones de una banda de guitarras y bandurrias… todo ello gira en el aire, se aproxima y aleja, y nuestra imaginación está despierta en todo momento y deslumbrada por el poder de una música intensamente expresiva y de gran riqueza…”

El autor de tan halagador comentario: Manuel de Falla (1876-1946).

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

MÚSICA

Versión: Orquesta de Cleveland. Pierre Boulez, director.

CLAUDE ACHILLE DEBUSSY (1862-1918)

Petite Suite  (Pequeña Suite)

  • En bateau (En barco)
  • Cortège (Cortejo)
  • Menuet
  • Ballet

Debussy en el Grand Hotel de Eastbourne (Inglaterra) a punto de sacar una fotografía.
(Debido a que fue huesped frecuente de ese hotel se nombró en su honor a una Suite como «Debussy»).

Al escribir (o confeccionar, como me gusta decir a mi) notas al programa uno puede llegar a influir en el ánimo del público para la audición musical, además de proporcionar los consabidos datos “musicológicos” que nos permitan saber cómo, cuándo, por qué y para qué fue escrita la obra referida. Para hablar de la Petite Suite de Debussy me tomaré la libertad de sugerirle que primero escuche la música y posteriormente lea la presente nota (si lo desea, claro); con ello trataremos de hacer un experimento en el que pondremos a prueba nuestra capacidad de “visualizar” los sonidos. Si usted imaginó después de escuchar la Petite Suite un barco navegando lentamente en una cálida tarde de verano en la primera sección, un cortejo elegante y lleno de algarabía en la segunda, continuando con un danza ejecutada casi con timidez y para terminar con algo parecido a una exacerbada escena de ballet, me congratulo en decirle que usted se sacó un “diez” y Claude Debussy logró su cometido artístico. Justamente eso fue lo que este compositor francés imaginó al concebir las cuatro piezas que integran su Petite Suite, escrita a su regreso de Roma en 1889. El título es justificado en dos sentidos: es Suite en cuanto a que es una colección de piezas de carácter distinto -en este caso de danzas características- en el espíritu de la Francia de fin del siglo XIX y no tanto con la acepción de una Suite en el barroco; y por otro lado, aquello de Petite (o Pequeña) alude a que esta música es de dimensiones minúsculas, además de que su sencillez en expresión nos permite disfrutar de ella sin mayores problemas.

Gozoso, ahora le explico el contenido de la Petite Suite: En bateau (En barco) es una típica “barcarola” en 6/8 y con forma ternaria, y en la que los arpeggios en el arpa nos sugieren el movimiento del agua al paso de la embarcación, sobre lo cual flota una deliciosa melodía llena de nostalgia. La segunda pieza, el Cortejo, está dentro del ambiente de una “polonesa” también en forma ternaria, siendo la sección central a la manera de un scherzando y que nos lleva con regocijo y acordes pomposos al final. El Menuet que sigue tiene poco en común con el Minuet como lo conocemos del clasicismo vienés. Y el Ballet que concluye la Suite es de una frescura inusitada y con un elegante vals francés en la sección central, con ecos de aquellos grandes ballets de Leo Delibes. Debussy compuso originalmente la Petite Suite para piano a cuatro manos, siendo orquestada posteriormente por Henri Büsser con significativo respeto por la estética de Debussy, lo cual es comprensible si tomamos en cuenta que Büsser fue amigo cercano y asistente del autor de Pelléas y Melisande y El mar.

Intentando que la música de Debussy “influya” en esta nota al programa, es mi deseo ponerle ahora punto final y dejarla como la Suite que acaba de escuchar: Petite.

Descarga disponible:

Claude Debussy: Petite Suite

Versión: Orquesta de la Suiza Romanda. Ernest Ansermet, director.


Printemps (Primavera)

Debussy y su mejor amiga Rosalie Texier (con quien posteriormente contrajo nupcias)

Todos sabemos perfectamente que Debussy es considerado como el iniciador del movimiento musical impresionista, y que se desarrolló en una época incitante en Francia paralelamente al impresionismo pictórico (cuyos principales exponentes fueron Rodin, Monet, Renoir, Degas, Seurat y Cézanne, quienes siguieron los preceptos de su profesor Manet), animado igualmente por nuevas tendencias literarias, promovidas especialmente por el ultra-naturalismo en las novelas de Emile Zola.

Si debemos recordar cuáles son los fundamentos del impresionismo pictórico, basta señalar que fue una técnica pictórica que consiste en el empleo de pinceladas yuxtapuestas de tonos puros, que forman una textura de toques de color, con una ausencia importante del negro. De carácter paisajista, los pintores impresionistas intentaron plasmar directamente las sensaciones físicas de la naturaleza a su alrededor con breves pinceladas y con una atmósfera vaporosa como nunca antes se había utilizado. El caso es que, así como podemos describir someramente dicha técnica (y cuyo sentido se comprende mejor al tener frente a frente a cualquiera de las creaciones de los pintores arriba mencionados), hablar de la música de Debussy nos lleva a utilizar la misma terminología; pero sus pinceladas son totalmente sonoras, por lo que podemos hablar de este compositor francés como el más vasto “pintor” impresionista.  Esto es manifiesto, especialmente, en sus partituras orquestales, utilizando una fascinante paleta de color que le permitió llegar a una experimentación sonora de importancia capital en la transición de la música del siglo XIX al XX. Si Debussy requiere de alguna definición más específica, más allá de las palabras, sólo hay que encontrar su significado en músicas tan atmosféricas como el Preludio a la siesta de un fauno, El mar, los tres Nocturnos, las Imágenes y Jeux (Juegos), sin olvidar su ópera Pelléas y Melisande, además de la pieza escénica El martirio de San Sebastián.

Un lugar común en la producción debussista es la representación musical de una de las estaciones del año más vivas y coloridas: la primavera. En este sentido, encontramos en sus Imágenes para orquesta las Rondas de primavera; igualmente una breve pieza para coro femenino con acompañamiento instrumental –concebida en su juventud- llamada Salut Printemps (Saludos, primavera), y otra obra que alude a la misma estación del año, y justamente creada en los tiempos de la obra coral referida, y cuyo título es, llanamente, Printemps.

Los antecedentes de dicha partitura se remontan a la época que Debussy pasó en Roma, luchando por hacerse de un lugar en el medio artístico a través de sus participaciones como concursante en el Premio de Roma, un certamen bastante codiciado, que curiosamente en toda su historia no otorgó ningún primer premio a compositores bien conocidos por todos hoy día. El período romano de Debussy comenzó en 1882 cuando presentó, justamente, su breve “cantata” Salut Printemps, sobre un texto que el mismo jurado seleccionó (en este caso –y, para ser francos, en muchas de las obras para el concurso- se eligió un texto del Conde de Ségur). El veredicto del jurado fue contrario a Debussy, pues su juicio artístico era, a todas luces, radicalmente diferente a lo que el francés poseía en su estética que, aunque joven aún, ya estaba mostrándose en ebullición hacia el futuro. El caso es que Salut printemps no ganó premio alguno, pero el compositor no se desmoralizó e intentó nuevamente en 1883 con otra pieza coral sobre un poema del ciclo Harmonies poétiques et religieuses de Lamartine: Invocación. Como era de esperarse, la fortuna no estuvo del lado de Debussy, y volvió a fallar en su participación. Fue hasta 1884, cansado de poner tantas energías en el Premio de Roma, que el compositor recibió el primer lugar del concurso por su cantata El hijo pródigo. Aún así, el ánimo del músico quedó muy afectado, como él mismo lo indicó en una carta: “Si me hubiera quedado en Roma me hubiera autodestruido; desde que llegué a este lugar mi espíritu está muerto, y lo que más deseo es trabajar en algo fuerte y que sea totalmente mío.”

El joven Claude Debussy en una fotografía posterior a ganar el Premio de Roma y justo antes de su regreso a París.

A su regreso a París Debussy puso manos a la obra y creo lo que tanto necesitaba: una obra que apelara a sus sentidos y a su carácter estético. El resultado fue la Suite sinfónica Printemps, cuyas claras innovaciones sonoras levantaron cientos de comentarios encontrados en los círculos artísticos parisinos. Hubo quien dijo por ahí: “La Academia espera en un futuro algo realmente excepcional de un compositor con tanto talento como Monsieur Debussy.” La primera versión de Printemps está pensada para voz y dos pianos, teniendo como principal materia sonora aquella de Salut printemps de 1882. La orquestación la realizó Henri Büsser en 1913 (quien también fue responsable de orquestar la Petite suite) concibiendo la participación de las voces como meros instrumentos solistas al interior de la masa orquestal, respetando la parte pianística y haciéndola parte integral del discurso total. Y lo cierto es que, según anotan los entendidos, la partitura original fue destruida en un incendio, y únicamente pudo reconstruirse a partir de los manuscritos de Debussy para que Büsser la orquestara.

La idea principal de esta pieza de Debussy es recrear con sonidos La alegoría de la primavera de Botticelli (recordemos que Respighi también lo hizo, con gran éxito, en su Trittico Botticceliano). La música nos deja ver ya algunas pistas de lo que Debussy logró en 1894 con el Preludio a la siesta de un fauno; sin embargo, James Harding insiste en que en Printemps hay muchas influencias, y muy notorias, de la música de Massenet y Franck, con algunos procedimientos armónicos derivados de Wagner. Lo más impresionante de todo es que los cultos jueces de la Academia de Bellas Artes insistieron que en Printemps podía escucharse “un vago impresionismo, de dimensiones peligrosas.” Lo que no sabían ellos es que, al referirse a Debussy como un impresionista, se estaban adelantando al futuro del autor, y no lo estaban perjudicando, sino al contrario. La originalidad del entonces joven francés ya estaba dando cosas qué decir.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Claude Debussy: Printemps

Versión: Orquesta Sinfónica de Montreal. Charles Dutoit, director.

CLAUDE ACHILLE DEBUSSY (1862-1918)

Preludio a la siesta de un fauno

Ilustración de Nijinsky en el papel del Fauno, realizada por Leon Bakst

Fue en 1892 que Debussy decidió tomar el poema La siesta de un fauno de Stéphan Mallarmé para confeccionar una suerte de Sinfonía que incluyera un Preludio, un Interludio y una Paráfrasis final. Después de algún tiempo de trabajar en dicho proyecto, Debussy prefirió únicamente conservar el Preludio, concluido en 1894, y desechó la composición de las dos secciones finales. Dicha pieza tuvo su primera presentación el 22 de diciembre de 1894 en la Salle D’Harcourt de París bajo la dirección de Gustave Doret. El enorme interés que provocó la primera audición de este Preludio, llevó a músicos y público franceses a alabar a Debussy y elevarlo a un pedestal como uno de los más importantes creadores franceses de fin de siglo. Más aún, al caminar el tiempo, este Preludio a la siesta de un fauno constituye el rompimiento con las ataduras wagnerianas (que tanto fastidiaban a Debussy) y la tradición post-romántica en general, dando paso a una renovada aproximación al arte de los sonidos; en otras palabras, con esta breve obra cambió radicalmente el pensamiento estético en la música.

Mallarmé tuvo oportunidad de escuchar la versión para piano del Preludio, y le comentó a Debussy que “esta música extiende la emoción de mi poema y enfoca la escena de una manera mucho más viva de lo que había podido hacer el color.”

Recreación del Preludio a la siesta de un fauno, por el Ballet de Hamburgo

Debussy proporcionó un programa impreso en la partitura, que es consecuencia de la lectura del poema de Mallarmé, y dice: “La música es como los decorados sucesivos a través de los cuales se mueven los deseos y los sueños de un fauno en el calor de la tarde. Después, cansado de perseguir la huida aterrada de las ninfas y las náyades, se tira al sol enfebrecido, lleno de sueños y deseos realizados, de posesión total en la Naturalezauniversal.” Gracias al impresionante control que poseía Debussy al manejar la paleta orquestal, el Preludio a la siesta de un fauno aparece ante nuestros oídos con sonidos y colores verano y una atmósfera diáfana, casi indescriptible. Aquí, conviven dos temas (si así pueden llamarse): el del cálido bosque, que es presentado al principio por la flauta sola, y el del fauno, que se escucha en las múltiples síncopas que aparecen en la parte central de la obra.

El Preludio a la siesta de un fauno de Debussy, con toda esa fascinación, belleza y magia, ha sido considerado -con justeza- como la puerta que abrió un nuevo mundo sonoro hacia el siglo XX.

Descarga disponible:

Claude Debussy: Preludio a la siesta de un fauno

Versión: Orquesta Sinfónica de Montreal. Charles Dutoit, director


Claude Debussy en Pourville

JEUX, Poème dansé

JUEGOS, Poema danzado

En el año 1913 – definitivo en la música universal debido al estreno de La consagración de la primavera en París -, una buena cantidad de empresarios, bailarines y compañías de danza en la Ciudad luz comenzaron a solicitar que varias obras de Debussy pudieran ser adaptadas para los escenarios del ballet. A dichas peticiones -abundantes, según dicen- tanto el autor de Pelléas y Melisande como su editor decidieron aprobarlas.

De tal suerte que en mayo de ese año Loïe Fuller recreó para la danza los Nocturnos de Debussy en una “adaptación curiosa”, de acuerdo con el biógrafo León Vallas, pero que únicamente incluía Nubes y Sirenas, mientras que la sección central, Fiestas, era interpretada sólo por la orquesta, con el telón abajo, pues la música era complicada para su escenificación.

Tiempo antes de este espectáculo poco satisfactorio, la famosa compañía de los Ballets rusos de París, comandada por el célebre Sergei Diaghilev, también solicitó permiso para llevar a los escenarios la música de Debussy. En este sentido, el bailarín Vaclav Nijinsky se abocó a adaptar el Preludio a la siesta de un fauno, cuya coreografía resultó ser un parte aguas en la danza moderna. Y posterior a la primavera de 1912, Diaghilev le solicitó a Debussy escribir la música para un tema definitivamente moderno en aquel tiempo, y para el que Nijinsky había pensado un ballet de nombre Jeux (Juegos). El tan vanguardista tema tenía que ver con la imagen plástica del hombre en 1913 y su sinopsis era la siguiente: “La escena es un jardín al atardecer; una pelota de tenis acaba de perderse; un hombre joven apuesto y dos muchachas están buscándola. La luz artificial de las enormes lámparas con sus fantásticos rayos sobre ellos sugiere la idea de juegos infantiles: así, juegan a las ‘escondidillas’ y tratan de atraparse uno a otro. La noche es cálida, el cielo está bañado por una luz pálida; se abrazan. Pero el encanto se rompe por otra pelota de tennis que ha sido lanzada por una mano desconocida. Sorprendidos y alarmados, el joven y las chicas desaparecen en las profundidades nocturnas del jardín”.

Manuscrito de Jeux

Según el biógrafo de Diaghilev, Richard Buckle, esa idea de “dónde quedó la pelotita de tennis” le surgió Nijinsky y al empresario de los Ballets rusos después de haber asistido a un partido de tennis en Bedford Square, en Bloomsbury. Desafortunadamente, el fino Debussy encontró esa idea “idiotizante y antimusical”. De la única forma en la que podía aceptar tal proyecto era recibiendo el doble de la comisión que se le había ofrecido; para sorpresa de Debussy, la propuesta fue aceptada con beneplácito.

Para expresar la idea general de Jeux, Debussy pensó en una serie de bosquejos musicales llenos de efectos musicales delicados, además de reproducir en la medida de lo posible la técnica ágil y que no permite descanso de este juego de pelota tan peculiar. En resumidas cuentas, lo que Debussy consiguió con esta partitura fue una música muy flexible en cuanto al ritmo y con una coloración siempre cambiante, y con su idea fundamental de construir una orquestación “sin pies”, es decir, que la música tuviera la posibilidad de flotar, como si colgara de un lugar indefinido.

Es importante señalar que semanas después de que Jeux de Debussy se estrenara (el 15 de mayo de 1913 en el Teatro de los Champs-Élysées de París), La consagración de la primavera también tuvo su primera presentación en el mismo teatro y con la misma compañía de Diaghilev. Imagínese que en tan sólo unos días París fue testigo del nacimiento dos obras totalmente revolucionarias en el sentido de la evolución armónica en ambos autores. En Jeux Debussy consiguió mostrar ese desarrollo estilístico en su lenguaje con mucha ligereza y con inteligencia, aunque a Stravinsky no le fue muy bien con el público pero también demostró un nuevo idioma musical, severo pero innovador.

Quizá es válido erigir un monumento a estas dos partituras que rompieron (cada una a su manera) los esquemas post-románticos de principios del siglo XX, junto a otra partitura genial de la pluma de Arnold Schönberg: Pierrot Lunaire.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Claude Debussy: Juegos, poema danzado

Versión: Orquesta Sinfónica de Montreal. Charles Dutoit, director

CLAUDE ACHILLE DEBUSSY (1862-1918)

El mar. Tres bosquejos sinfónicos

  • Del alba al mediodía en el mar
  • Juego de olas
  • Dialogo entre el viento y el mar

La gran ola de Kanagawa de Hokusai

A Miguelángel

En el corazón de la Île-de-France, donde vio la luz el rey Luis XIV (1638-1715), nació un hombre que en su madurez fue llamado por sus compatriotas como “le musicien français”: Claude Achille Debussy. Su música no parece escrita por un ser mortal: sonidos celestes, fragancias que nos envuelven, colores que bañan nuestros ojos de una luz pura y etérea, una neblina placentera que nos da visos de siluetas y trazos que nos acercan con delicadeza y bondad a un reino que bien podría definirse como “el Paraíso”. La música de Debussy es la voz humanizada del silencio y, al mismo tiempo, el recóndito silencio de la humanidad entera. En su papel comprometido de músico-artista, Debussy “pintó” sus obras con una paleta viva: con los rayos de la luna, las nubes, el sonido del aulos del fauno, el sol coronando el cielo al mediodía… Sus sonidos son como una ventana enigmática donde siempre podemos ver cosas distintas: el arte como una verdadera experiencia sensorial.

Una de las primeras influencias de vida de Debussy reside en su gusto por el mar. Nadie, ni el mismo compositor, pudo definir el porqué de esta fascinación, aunque existen algunos factores que nos permiten comprender tal encanto: Cuando tenía seis años de edad visitó Cannes ocasionalmente con su familia, de lo que siempre conservó intensas y sugestivas memorias, especialmente de los paisajes del mar en la puesta del sol. Por otro lado el padre del compositor, Manuel Achille Debussy (c.1836-1910), siempre quiso que su retoño fuera marinero; la intención del señor Debussy era que Claude disfrutara ampliamente de los secretos del mar que el muchacho definía como “su amigo”, aunque hoy sabemos que ello hubiera llevado su vida a un auténtico infierno. Gracias a la intervención de su madre, Victorine Maunory (1836-1915), el entonces pequeño Claude comenzó sus clases de piano y cuando tenía once años de edad pisó el Conservatorio de París, convirtiéndose en uno de sus alumnos más destacados. Sin embargo, el cariño y la nostalgia marina habitaban en las venas y los sueños de Debussy. Él confesó: “El mar me fascina hasta el punto de paralizar mis facultades creativas. Es más, nunca he sido capaz de escribir una página de música bajo la impresión directa e inmediata de esa gran esfinge azul.”

Juan Vicente Melo (1932-1996) ha dicho: “Su reino (el de Debussy) es submarino: hacen sonar las campanas de La catedral sumergida, cantan con la voz sin palabras de Sirenas, pueblan de muerte el diálogo que muchos creen decorativo del viento y las olas en El mar. El universo acuático de Debussy es consecuencia de la fascinación por la muerte, de una organización de la angustia, de un terror que alcanza sus límites en la reconstrucción –en la identificación- con Edgar Allan Poe.” Definitivamente, este análisis es totalmente psicológico pero de enormes dimensiones en la vida del compositor, y de muchas maneras se vio reflejado en sus relaciones personales como se verá más adelante.

Sin resultarnos sorprendente, el compositor despreciaba a rajatabla a los bañistas del mar. En una carta de agosto de 1906 a su editor Jacques Durand (1865-1928) escribió lo siguiente: “Aquí estoy de nuevo con mi viejo amigo el mar, siempre infinito y bello. Es realmente la cosa de la Naturaleza que mejor pone de manifiesto la pequeñez propia. Sólo que… no la tratamos con suficiente respeto… Debiera prohibirse hundir en él todos esos cuerpos deformados por el bregar cotidiano; en serio, todos esos brazos y piernas batiéndolo con ridículos ritmos bastarían para hacer llorar a los peces. En el mar sólo debiera haber sirenas, y ¿cómo quiere usted que esos respetables seres se muestren en aguas tan mal frecuentadas?”

Debussy con su hija Chouchou

Un año antes de escribir esa carta, Debussy publicó con el mismo señor Durand la que hoy se considera su obra orquestal más importante: El mar. Comenzada su composición en septiembre de 1903 y concluida, según reza el manuscrito de la partitura, “el domingo 5 de marzo (de 1905) a las 6 de la tarde.” La cubierta de tal publicación muestra algo que, a todos los que imaginan a Debussy en perfecta sintonía con los pintores impresionistas franceses, nos deja con la boca abierta: ahí puede verse La gran ola de Kanagawa, una célebre estampa a colores de Katsushika Hokusai (1760-1849), aquel gran pintor y grabador japonés. Al respecto de esta estampa escribió Vladimiro Rivas (n.1944): “Sobre un gran arco de la superficie marina se levanta una gigantesca ola coronada por garras de espuma que amenazan apresar y engullir no sólo a las dos míseras barcas de pescadores, sino aun al nevado y diminuto Fujiyama que ocupa el centro de la imagen. Sorprenden aquí dos características aparentemente contradictorias que también maravillan en la partitura del compositor francés: la fuerza, la majestad, por una parte, y la extremada delicadeza de los trazos y los detalles, por otra.” Esto es perfectamente comprensible al conocer las preferencias estéticas de Debussy, ya que él encontraba más sentido en la música de Java y Japón que en la de autores germanos como Beethoven (1770-1827) y Wagner (1813-1883), así como prefería las pinturas del inglés William Turner (1775-1851) -precursor, por cierto, del impresionismo pictórico francés- que las de sus compatriotas Claude Monet (1840-1926) o Paul Cézanne (1839-1906).

Al citar líneas arriba la disertación algo psicológica de Juan Vicente Melo es fácil entender otra dualidad existente en la partitura de El mar. Aquel enorme poderío que sugería el vasto océano en la vida de Debussy y la enorme satisfacción que le provocaba el disfrute de la brisa, del rugido de las olas y lo desconocido de sus profundidades, contrasta con lo “atormentado” de su vida personal justamente en los años de composición de esta obra, entre 1904 y 1905. Ocurrió entonces que Debussy rompió sentimentalmente con Rosalie Texier (1873-1932) -también conocida como Lily- para fugarse con Emma Bardac (1862-1934), lo cual provocó un sonado escándalo en la comunidad artística francesa; quien salió ganando fue la Texier pues, al intentar pegarse un tiro infructuosamente, atrajo la atención de los intelectuales quienes le procuraron su apoyo y, por consiguiente, Debussy fue tachado de ogro vil y abyecto. Pero el “rompimiento emocional” no sólo protagonizó ese lapso, pues gracias a El mar es evidente el “rompimiento” con el molde absolutamente impresionista de su juventud, en el que Debussy ya no podía seguir habitando por cuestiones totalmente estéticas y, cual ola que rompe en un acantilado, el músico tenía ya los ojos puestos en una revolución sonora más importante de su lenguaje armónico, tímbrico y temático, como tiempo atrás lo consiguió con su ópera Pelléas et Melisande.

Debussy con Stravinsky

La partitura de El mar está diseñada como una serie de “tres bosquejos sinfónicos”. El primero de ellos evoca el poderoso despertar del mar al despuntar del alba y cómo el sol provee color y vida a sus olas hasta que se levanta majestuoso al mediodía, en uno de los pasajes sonoros más impactantes de toda la historia de la música. Con todo su fino pero ácido sentido del humor, el colega y contemporáneo de Debussy, Erik Satie (1866-1925), se burlaba un tanto del título de este “bosquejo” al decir que la parte que más le agradaba era aquella de las 10:54 AM. La siguiente sección es una magistral exposición musical del juego de las olas, con toques colorísticos en las arpas, apoyadas por el glockenspiel, el triángulo y los platillos suspendidos, en una constante y muy acuática rítmica de ¾. Finalmente llega El diálogo entre el viento y el mar, donde el movimiento perpetuo de la marea parece interrumpirse con los embates inclementes de las ráfagas de viento, concluyendo en una verdadera orgía sonora, colmada de una policromía sin parangón. Por mucho que este redactor haya querido definir el contenido de la partitura de Debussy, el mero comentario de Rory Guy (1926-2016) es suficiente para dejarnos “speechless”: “Intentar explicar El mar en prosa ha sido una prueba harto complicada al paso de los años. Lo grandemente efectista de esta música reside en que es algo más que una simple visualización de un paisaje marino. Apela a las percepciones instintivas. El esplendor del mar y sus regocijos están ahí, así como la sugestión de sus misterios y terrores.”

El mar de Debussy fue estrenada el 15 de octubre de 1905 en París con la Orquesta de la Sociedad de Conciertos Lamoureux dirigida por Camille Chevillard (1859-1923). Se dice que mucho sufrieron los músicos de la orquesta para trabajar la obra ante la poca compenetración de su director con el lenguaje debussysta; igualmente, la música reflejaba una vanguardia sonora que pocos, muy pocos, podían comprender y, por ende, transmitir adecuadamente. El resultado de todo esto fue que El mar tuviera una pésima recepción en su primera presentación, dividiendo a público y críticos. A partir de ahí se desató una auténtica marejada de ponzoña en contra de la flamante partitura: “…la sensibilidad ya no es intensa ni espontánea, creo que Debussy deseó sentir más que lo que en efecto sintió”, “las tres piezas sinfónicas no dan una idea completa del mar, tampoco expresan sus características esenciales”, “…una completa ausencia de ideas”, ente un larguísimo etcétera. Yo creo que la decepción fue grande al no poder percibir a través de esta innovadora obra la concentración salina de las aguas descritas, o algún equivalente musical de las sofisticadas teorías de caos actuales que explican y predicen la amplitud y forma de las olas. ¿O no?

No obstante, las verdaderas razones por las cuales casi nadie comprendió El mar de Debussy residían en dobles circunstancias: antes que nada, el francés propuso una obra de gran vanguardia y extremada sensualidad; y, por otro lado, recordemos que la anterior esposa del músico expandió la cizaña en su contra generando una pésima fama para él, siendo que todos los críticos e intelectuales estaban más a favor de la desgracia de la mujer que de los verdaderos alcances estéticos de Debussy, poniendo como pretexto solamente los errores en su “conducta conyugal”. No queda duda, estimado lector, que toda obra de arte perfecta siempre suscita comentarios contradictorios.

¿Acaso no es idónea está música para comprender la magnificencia y poderío del mar, aquel que nos empeñamos en desvirtuar, vejar y aniquilar con tanta estupidez, y que nos inspira a disfrutar de él sin tener que violentarlo?

Cuántas sorpresas podemos encontrar en aquel divino y apacible coloso azul, pero también feroz y temible.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

La tempestad ha bendecido mis despertares marítimos.

Más ligero que un corcho he bailado sobre las olas

A las que llaman rodadoras eternas de víctimas,

¡Diez noches, sin añorar el ojo memo de los faros!

Y desde entonces me ha bañado en el Poema

Del Mar, infundido de astros, y casi lechoso,

Devorando los azules verdes; donde, flotación lívida

Y arrebatadora, un ahogado pensativo a veces desciende.

Le bateau ivre (El barco ebrio). Arthur Rimbaud

Descarga disponible:

 Claude Debussy: El mar

Versión: Orquesta Sinfónica de Minería. Carlos Miguel Prieto, director.

(Grabación realizada en vivo en agosto de 2009 en la Sala Nezahualcóyotl de la ciudad de México, durante el Concierto de XII Aniversario de Música en Red Mayor).