El mar. Tres bosquejos sinfónicos
- Del alba al mediodía en el mar
- Juego de olas
- Dialogo entre el viento y el mar
La gran ola de Kanagawa de Hokusai
A Miguelángel
En el corazón de la Île-de-France, donde vio la luz el rey Luis XIV (1638-1715), nació un hombre que en su madurez fue llamado por sus compatriotas como “le musicien français”: Claude Achille Debussy. Su música no parece escrita por un ser mortal: sonidos celestes, fragancias que nos envuelven, colores que bañan nuestros ojos de una luz pura y etérea, una neblina placentera que nos da visos de siluetas y trazos que nos acercan con delicadeza y bondad a un reino que bien podría definirse como “el Paraíso”. La música de Debussy es la voz humanizada del silencio y, al mismo tiempo, el recóndito silencio de la humanidad entera. En su papel comprometido de músico-artista, Debussy “pintó” sus obras con una paleta viva: con los rayos de la luna, las nubes, el sonido del aulos del fauno, el sol coronando el cielo al mediodía… Sus sonidos son como una ventana enigmática donde siempre podemos ver cosas distintas: el arte como una verdadera experiencia sensorial.
Una de las primeras influencias de vida de Debussy reside en su gusto por el mar. Nadie, ni el mismo compositor, pudo definir el porqué de esta fascinación, aunque existen algunos factores que nos permiten comprender tal encanto: Cuando tenía seis años de edad visitó Cannes ocasionalmente con su familia, de lo que siempre conservó intensas y sugestivas memorias, especialmente de los paisajes del mar en la puesta del sol. Por otro lado el padre del compositor, Manuel Achille Debussy (c.1836-1910), siempre quiso que su retoño fuera marinero; la intención del señor Debussy era que Claude disfrutara ampliamente de los secretos del mar que el muchacho definía como “su amigo”, aunque hoy sabemos que ello hubiera llevado su vida a un auténtico infierno. Gracias a la intervención de su madre, Victorine Maunory (1836-1915), el entonces pequeño Claude comenzó sus clases de piano y cuando tenía once años de edad pisó el Conservatorio de París, convirtiéndose en uno de sus alumnos más destacados. Sin embargo, el cariño y la nostalgia marina habitaban en las venas y los sueños de Debussy. Él confesó: “El mar me fascina hasta el punto de paralizar mis facultades creativas. Es más, nunca he sido capaz de escribir una página de música bajo la impresión directa e inmediata de esa gran esfinge azul.”
Juan Vicente Melo (1932-1996) ha dicho: “Su reino (el de Debussy) es submarino: hacen sonar las campanas de La catedral sumergida, cantan con la voz sin palabras de Sirenas, pueblan de muerte el diálogo que muchos creen decorativo del viento y las olas en El mar. El universo acuático de Debussy es consecuencia de la fascinación por la muerte, de una organización de la angustia, de un terror que alcanza sus límites en la reconstrucción –en la identificación- con Edgar Allan Poe.” Definitivamente, este análisis es totalmente psicológico pero de enormes dimensiones en la vida del compositor, y de muchas maneras se vio reflejado en sus relaciones personales como se verá más adelante.
Sin resultarnos sorprendente, el compositor despreciaba a rajatabla a los bañistas del mar. En una carta de agosto de 1906 a su editor Jacques Durand (1865-1928) escribió lo siguiente: “Aquí estoy de nuevo con mi viejo amigo el mar, siempre infinito y bello. Es realmente la cosa de la Naturaleza que mejor pone de manifiesto la pequeñez propia. Sólo que… no la tratamos con suficiente respeto… Debiera prohibirse hundir en él todos esos cuerpos deformados por el bregar cotidiano; en serio, todos esos brazos y piernas batiéndolo con ridículos ritmos bastarían para hacer llorar a los peces. En el mar sólo debiera haber sirenas, y ¿cómo quiere usted que esos respetables seres se muestren en aguas tan mal frecuentadas?”
Debussy con su hija Chouchou
Un año antes de escribir esa carta, Debussy publicó con el mismo señor Durand la que hoy se considera su obra orquestal más importante: El mar. Comenzada su composición en septiembre de 1903 y concluida, según reza el manuscrito de la partitura, “el domingo 5 de marzo (de 1905) a las 6 de la tarde.” La cubierta de tal publicación muestra algo que, a todos los que imaginan a Debussy en perfecta sintonía con los pintores impresionistas franceses, nos deja con la boca abierta: ahí puede verse La gran ola de Kanagawa, una célebre estampa a colores de Katsushika Hokusai (1760-1849), aquel gran pintor y grabador japonés. Al respecto de esta estampa escribió Vladimiro Rivas (n.1944): “Sobre un gran arco de la superficie marina se levanta una gigantesca ola coronada por garras de espuma que amenazan apresar y engullir no sólo a las dos míseras barcas de pescadores, sino aun al nevado y diminuto Fujiyama que ocupa el centro de la imagen. Sorprenden aquí dos características aparentemente contradictorias que también maravillan en la partitura del compositor francés: la fuerza, la majestad, por una parte, y la extremada delicadeza de los trazos y los detalles, por otra.” Esto es perfectamente comprensible al conocer las preferencias estéticas de Debussy, ya que él encontraba más sentido en la música de Java y Japón que en la de autores germanos como Beethoven (1770-1827) y Wagner (1813-1883), así como prefería las pinturas del inglés William Turner (1775-1851) -precursor, por cierto, del impresionismo pictórico francés- que las de sus compatriotas Claude Monet (1840-1926) o Paul Cézanne (1839-1906).
Al citar líneas arriba la disertación algo psicológica de Juan Vicente Melo es fácil entender otra dualidad existente en la partitura de El mar. Aquel enorme poderío que sugería el vasto océano en la vida de Debussy y la enorme satisfacción que le provocaba el disfrute de la brisa, del rugido de las olas y lo desconocido de sus profundidades, contrasta con lo “atormentado” de su vida personal justamente en los años de composición de esta obra, entre 1904 y 1905. Ocurrió entonces que Debussy rompió sentimentalmente con Rosalie Texier (1873-1932) -también conocida como Lily- para fugarse con Emma Bardac (1862-1934), lo cual provocó un sonado escándalo en la comunidad artística francesa; quien salió ganando fue la Texier pues, al intentar pegarse un tiro infructuosamente, atrajo la atención de los intelectuales quienes le procuraron su apoyo y, por consiguiente, Debussy fue tachado de ogro vil y abyecto. Pero el “rompimiento emocional” no sólo protagonizó ese lapso, pues gracias a El mar es evidente el “rompimiento” con el molde absolutamente impresionista de su juventud, en el que Debussy ya no podía seguir habitando por cuestiones totalmente estéticas y, cual ola que rompe en un acantilado, el músico tenía ya los ojos puestos en una revolución sonora más importante de su lenguaje armónico, tímbrico y temático, como tiempo atrás lo consiguió con su ópera Pelléas et Melisande.
Debussy con Stravinsky
La partitura de El mar está diseñada como una serie de “tres bosquejos sinfónicos”. El primero de ellos evoca el poderoso despertar del mar al despuntar del alba y cómo el sol provee color y vida a sus olas hasta que se levanta majestuoso al mediodía, en uno de los pasajes sonoros más impactantes de toda la historia de la música. Con todo su fino pero ácido sentido del humor, el colega y contemporáneo de Debussy, Erik Satie (1866-1925), se burlaba un tanto del título de este “bosquejo” al decir que la parte que más le agradaba era aquella de las 10:54 AM. La siguiente sección es una magistral exposición musical del juego de las olas, con toques colorísticos en las arpas, apoyadas por el glockenspiel, el triángulo y los platillos suspendidos, en una constante y muy acuática rítmica de ¾. Finalmente llega El diálogo entre el viento y el mar, donde el movimiento perpetuo de la marea parece interrumpirse con los embates inclementes de las ráfagas de viento, concluyendo en una verdadera orgía sonora, colmada de una policromía sin parangón. Por mucho que este redactor haya querido definir el contenido de la partitura de Debussy, el mero comentario de Rory Guy (1926-2016) es suficiente para dejarnos “speechless”: “Intentar explicar El mar en prosa ha sido una prueba harto complicada al paso de los años. Lo grandemente efectista de esta música reside en que es algo más que una simple visualización de un paisaje marino. Apela a las percepciones instintivas. El esplendor del mar y sus regocijos están ahí, así como la sugestión de sus misterios y terrores.”
El mar de Debussy fue estrenada el 15 de octubre de 1905 en París con la Orquesta de la Sociedad de Conciertos Lamoureux dirigida por Camille Chevillard (1859-1923). Se dice que mucho sufrieron los músicos de la orquesta para trabajar la obra ante la poca compenetración de su director con el lenguaje debussysta; igualmente, la música reflejaba una vanguardia sonora que pocos, muy pocos, podían comprender y, por ende, transmitir adecuadamente. El resultado de todo esto fue que El mar tuviera una pésima recepción en su primera presentación, dividiendo a público y críticos. A partir de ahí se desató una auténtica marejada de ponzoña en contra de la flamante partitura: “…la sensibilidad ya no es intensa ni espontánea, creo que Debussy deseó sentir más que lo que en efecto sintió”, “las tres piezas sinfónicas no dan una idea completa del mar, tampoco expresan sus características esenciales”, “…una completa ausencia de ideas”, ente un larguísimo etcétera. Yo creo que la decepción fue grande al no poder percibir a través de esta innovadora obra la concentración salina de las aguas descritas, o algún equivalente musical de las sofisticadas teorías de caos actuales que explican y predicen la amplitud y forma de las olas. ¿O no?
No obstante, las verdaderas razones por las cuales casi nadie comprendió El mar de Debussy residían en dobles circunstancias: antes que nada, el francés propuso una obra de gran vanguardia y extremada sensualidad; y, por otro lado, recordemos que la anterior esposa del músico expandió la cizaña en su contra generando una pésima fama para él, siendo que todos los críticos e intelectuales estaban más a favor de la desgracia de la mujer que de los verdaderos alcances estéticos de Debussy, poniendo como pretexto solamente los errores en su “conducta conyugal”. No queda duda, estimado lector, que toda obra de arte perfecta siempre suscita comentarios contradictorios.
¿Acaso no es idónea está música para comprender la magnificencia y poderío del mar, aquel que nos empeñamos en desvirtuar, vejar y aniquilar con tanta estupidez, y que nos inspira a disfrutar de él sin tener que violentarlo?
Cuántas sorpresas podemos encontrar en aquel divino y apacible coloso azul, pero también feroz y temible.
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ
La tempestad ha bendecido mis despertares marítimos.
Más ligero que un corcho he bailado sobre las olas
A las que llaman rodadoras eternas de víctimas,
¡Diez noches, sin añorar el ojo memo de los faros!
Y desde entonces me ha bañado en el Poema
Del Mar, infundido de astros, y casi lechoso,
Devorando los azules verdes; donde, flotación lívida
Y arrebatadora, un ahogado pensativo a veces desciende.
Le bateau ivre (El barco ebrio). Arthur Rimbaud
Descarga disponible:
Claude Debussy: El mar
Versión: Orquesta Sinfónica de Minería. Carlos Miguel Prieto, director.
(Grabación realizada en vivo en agosto de 2009 en la Sala Nezahualcóyotl de la ciudad de México, durante el Concierto de XII Aniversario de Música en Red Mayor).