EDOUARD LALO (1823-1892)

Sinfonía española, para violín y orquesta Op. 21

  • Allegro non troppo
  • Scherzando
  • Intermezzo
  • Andante
  • Allegro

Edouard Lalo

 

La historia de cómo surgió la Sinfonía española de Edouard Lalo tiene que ver con la relación artística que este autor estableció con un intérprete en particular, un violinista virtuoso que dejó atónitos a los públicos de varias ciudades del mundo por su estupenda técnica, afinación nítida y dulzura en el sonido: Pablo Martín Melitón de Sarasate y Navascués (1844-1908).

Originario de Pamplona, España, Sarasate viajó a París cuando tenía 17 años de edad para perfeccionar sus estudios y para establecer su lugar de residencia por el resto de su vida. De hecho, Sarasate se consideraba más francés que español (lo cual llegó a irritar a sus compatriotas). Entre sus amigos íntimos se encontraban los más destacados compositores del momento en Francia, desde Camille Saint-Saëns (1835-1921), Georges Bizet (1838-1875), Jules Massenet (1842-1912), Cesar Franck (1822-1890) y -el autor que nos ocupa hoy- Lalo.

Es muy probable que el primer encuentro entre Lalo y Sarasate ocurriera hacia 1873. Y como cada compositor que conocía al violinista se quedaba deslumbrado con su virtuosismo, Lalo no se quedó atrás y le escribió de manera casi inmediata su Concierto para violín Op. 20. Esta partitura le valió su primer éxito como compositor. Ello sucedió en 1874. Y, contento con los resultados, el francés compuso una nueva obra para el violinista pamplonés y que tuviera un sabor muy apegado a la música de su patria, sin tomar prestado ningún ritmo o sonido auténtico de aquellos lares.

Así nació la Sinfonía española, escrita probablemente entre la primavera y el 16 de diciembre de 1874, y que –como era de esperarse- portaba la dedicatoria al virtuoso en la primera página de la partitura. Aunque la obra fue sometida a revisión por el propio autor en diversas ocasiones (hasta que fue publicada en mayo de 1875), Sarasate ofreció su estreno mundial el 7 de febrero de 1875 bajo la batuta de Jules Pasdeloup (1819-1887) en el Cirque d’hiver durante uno de los famosos Conciertos populares de música clásica parisinos (que, posteriormente, se llamaron Conciertos Pasdeloup). Y así, ese día no sólo nació al sonido una de las partituras más sólidas del repertorio para violín, sino que Lalo llegó a su mayoría de edad como compositor. Entusiasmado con la Sinfonía española, Sarasate la llevó de gira por toda Europa en los meses siguientes.

De tal suerte, Lalo debió a Sarasate su consolidación en la escena musical internacional. El 31 de diciembre de 1878 el autor le escribió: “Su llegada a mi vida ha significado mi más grande oportunidad artística… sin usted, hubiera seguido escribiendo música insignificante… Estaba dormido, usted me despertó… Para mí, usted ha sido el aire vigoroso que desvaneció mi anemia.”

Aquí cabe aclarar que Lalo no pretendía hacer una imagen sonora de España con esta obra sino hacer un homenaje al lugar geográfico que vio nacer a su amigo violinista. Curiosamente, se afirma que alguna de la mejor música española fue escrita en Francia: ahí está la ópera Carmen de Bizet, que –por pura coincidencia- se estrenó un mes después que la Sinfonía española, España de Emmanuel Chabrier (1841-1894), Iberia de Claude Debussy (1862-1918) o la Rapsodia española de Maurice Ravel (1875-1937). Todas ellas fueron compuestas después de la obra concertante de Lalo y sus respectivos autores ni siquiera tenían nexos con la península ibérica (es más, ni conocieron España, incluido Lalo) con la reserva de Ravel, en cuyas venas corría sangre vasca.

El virtuoso español Sarasate, dedicatario de la Sinfonía española, y cuyo nombre completo era Pablo Martín Melitón de Sarasate y Navascués

Años después del estreno de la Sinfonía española, el 20 de octubre de 1879, Lalo envió una carta al pianista acompañante de Sarasate, Otto Goldschmidt (1829-1907): “Conservé el título de Sinfonía española en contra y a pesar de todos, en primer lugar porque expresaba bien mi pensamiento, es decir, un violín solo que se eleva sobre la rígida forma de una vieja sinfonía; y en segundo lugar, porque me pareció un título menos banal que otros que me fueron propuestos… Hans von Büllow me escribió que este feliz título ponía a mi obra por encima de las demás… Artísticamente, un título no significa nada y la obra misma lo es todo.”

Así defendió Lalo su obra y su contenido que, reitero, no tiene en ella nada original español. Pero… ¡un momento! En un acto alocado y febril, y concentrándonos en la audición de la Sinfonía española, podemos reconocer algo cercano a habaneras y sevillanas en el primer movimiento, jotas y seguidillas en el segundo, un saborcito gitano en el cuarto y una malagueña en la última sección.

La Sinfonía española de Lalo, además, no es ni sinfonía ni concierto: es una especie de “suite” en cinco movimientos en la que solista y orquesta conversan más que destacar uno sobre el otro (a mi parecer, la partitura también podría tomarse como una “rapsodia” o una “fantasía”). El primer movimiento abre con una fanfarria orquestal, que propone un discurso más orquestal que solista, y en donde el único indicio de “lo español” reside en su patrón rítmico construido en 2/4 y 6/8 como ocurre en mucha de la música española. A continuación viene el Scherzando, una pieza que alude a una serenata de inmenso garbo y con aroma a seguidilla, usando a la orquesta como una enorme guitarra que acompaña las coquetas melodías que canta el violín. El tercer movimiento, un Intermezzo, se omitió de los conciertos durante muchos años debido a que Lalo lo incluyó en la Sinfonía española posterior a su estreno; es la sección más apegada a cierto espíritu español por su intenso ritmo de habanera (aunque, en realidad, la “habanera” fue importada por los españoles desde Cuba). Aunque el cuarto movimiento es sombrío, su carácter expresivo y la estupenda factura de sus melodías fue lo que causó mayor triunfo para Lalo en su época y le granjeó la admiración de colegas como Paul Dukas (1865-1935) y Gabriel Fauré (1845-1924), entre otros. La sección final de la Sinfonía española abre con un sonido similar al repique de campanas matutinas (como se escucha en las pequeñas localidades españolas, animando a los pobladores a iniciar el día) en una música de absoluto virtuosismo tanto para violín como para la orquesta, radiante en sus colores y gallardía.

Y si hasta el momento no estamos satisfechos con el dichoso título de “sinfonía” para una obra con violín solista, sólo hay que echar una miradita a un par de libros para enterarnos que Edouard Lalo no fue el único que titulara como tal a una obra concertística. Ahí están, como ejemplos, la Sinfonía sobre un canto francés de montaña de Vincent D’Indy (1851-1931) y la Segunda sinfonía La edad de la ansiedad de Leonard Bernstein (1918-1990), ambas para piano y orquesta; Haroldo en Italia, Sinfonía con viola solista de Hector Berlioz (1803-1869); la Sinfonía para violoncello y orquesta de Benjamin Britten (1913-1976); la Sinfonía para trombón de Ernest Bloch (1880-1959), entre algunas más. Ojalá que, algún día, éstas se vuelvan tan famosas como la Sinfonía española de Lalo.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Edouard Lalo: Sinfonía española Op. 21

Versión: Maxim Vengerov, violín. Orquesta Filarmonía de Londres. Sir Antonio Pappano, director