FÉLIX MENDELSSOHN-BARTHOLDY (1809-1847)

Sinfonía núm. 4 en la mayor, Op. 90, Italiana

  • Allegro vivace
  • Andante con moto
  • Con moto moderato
  • Finale: Saltarello – Presto

 

Mendelssohn tenía veintiún años de edad en el otoño de 1830 cuando realizó un fructífero viaje por Italia animado por Goethe (1749-1832), su mentor, y por Carl Friedrich Zelter (1758-1832), uno de sus profesores; gracias a este viaje quedó especialmente maravillado con ciudades como Venecia y Florencia; los resultados emocionales fueron más que evidentes, y narró diariamente sus experiencias a su familia por medio de vibrantes cartas que, de una forma u otra, trataban de reflejar las escenas emocionantes que él tuvo ante sus ojos. No es ocioso pensar que, con su impresionante vena melódica y su gran capacidad para plasmar en sonidos lo que pasaba por su alma, Mendelssohn tuvo que poner manos a la obra para incluir algunos aspectos de su viaje en diversas partituras. Su intención no estaba orientada a escribir música programática en la que aparecieran fielmente retratados el entorno natural italiano, su gente o su exquisita historia que en algunos lugares está bien documentada con tan sólo echar un vistazo a sus edificios y monumentos.

mendelssohn

Mendelssohn

Lo que él tuvo en mente hacer fue escribir una Sinfonía que reflejara, en su conjunto, su respuesta emocional a dicho viaje. La intensa frescura italiana aparece en esta obra desde su primer acorde, que nos lleva a un movimiento que se mueve continuamente con algarabía, exponiendo una exquisita melodía en las cuerdas y que va creciendo en emoción hasta que esta sección concluye. Todo ello es el resultado del optimismo y la vitalidad que provocó en Mendelssohn su jornada italiana; Curiosamente, los primeros dieciséis compases de esta sección fueron bosquejados en la capilla de Holyrood en Edimburgo (una figura melódica que se hizo recurrente en otras partituras de Mendelssohn como sus oratorios Elías y San Pablo). El segundo movimiento contiene un ambiente diametralmente opuesto: aunque algunos entendidos lo han denominado como si fuera “una marcha de peregrinos” y por mucho que el compositor haya concebido la sección en tonos claroscuros y con un discurso musical casi religioso, nunca fue su intención que el escucha se hiciera una imagen preconcebida aunque, sería válido pensar, que aquí Mendelssohn evoca de muchas formas la música de Franz Schubert (1797-1828). Parecería que si en algún momento del viaje este músico sintió nostalgia por su patria ello está plasmado en el tercer movimiento, con su muy sensible melodía en los violines al iniciarse éste o bien el trío en el que participan los fagotes y los cornos, con llamadas a distancia que bien podría tomarse como el antecedente directo del Nocturno de El sueño de una noche de verano, cuya música incidental escribió en 1842. La más intensa relación (y la más obvia también) entre esta música y el país que la inspiró reside en el último de sus movimientos, denominado Saltarello, pensado en el mismo ritmo que aquella famosa y muy viva danza italiana y que pone a prueba a la orquesta en pleno por su virtuosismo e intenso carácter.

Mendelssohn bosquejó gran parte de su Sinfonía italiana durante el invierno de 1833 en Roma y la terminó a su regreso a Alemania. Su estreno ocurrió en Londres durante un concierto de la Sociedad Filarmónica de aquella ciudad el 13 de mayo de ese mismo año en Hanover Square bajo la dirección del compositor; sin embargo, no estuvo del todo convencido de publicarla por lo que permaneció inédita hasta después de su fallecimiento. Es por ello que se le conoce como Cuarta sinfonía –por el orden en el que fue publicada, aunque en realidad por la fecha de su composición ésta se encuentra entre la concepción de la Sinfonía Reforma (hoy núm. 5) y la llamada Sinfonía escocesa (la actual núm. 3).

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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MÚSICA

Versión: Orquesta de Cámara de Europa. Yannick Nézet-Séguin, director.

FÉLIX MENDELSSOHN-BARTHOLDY (1809-1847)

Selecciones orquestales de El sueño de una noche de Verano

  • Obertura
  • Scherzo
  • Intermezzo
  • Nocturno
  • Marcha nupcial

Mendelssohn en su adolescencia

El mágico mundo de hadas, silfos y espíritus del bosque, de inocente amor, imbuido en un ambiente fresco, algo nebuloso y fantástico que sólo una mente genial como la de William Shakespeare podría concebir, encuentra su lugar en la pieza teatral El sueño de una noche de verano, que hacia 1826 sedujo sobremanera al entonces compositor de diecisiete años Felix Mendelssohn. Tal pasión lo llevó a concebir una pieza realmente perfecta y de deliciosa factura: una Obertura (que porta el número de Opus 21). Desde su delicada introducción este compositor nos adentra en su propio mundo de fantasía, de contornos refinados gracias a una instrumentación transparente y delicada. Como dice David Ewen: “Con esta música (el autor) nos da una muestra del Romanticismo como una flor completamente abierta”.

Dicha Obertura fue concebida originalmente para dos pianos para más tarde orquestarla como la conocemos y tuvo su primera presentación pública en febrero de 1827 en Stettin, Alemania, bajo la dirección de Karl Löwe.

Sin embargo, justo la edad que tenía Mendelssohn al componer la Obertura de El sueño de una noche de verano fue exactamente el número de años que pasaron para que él retomara el tema shakespereano y escribiera una pieza más consistente sobre el tema. Ello se debió a una comisión que le hiciera el rey Federico Guillermo de Prusia para acompañar la representación teatral de la pieza de Shakespeare en la apertura de un nuevo teatro en Postdam. Así, Mendelssohn escribió la música incidental con un total de doce secciones (catalogadas éstas como Opus 61), que además incluían su Obertura de adolescencia, y que fue estrenada en su versión integral el 18 de octubre de 1843.

Titania

La primera sección de dicha música incidental es un Scherzo, frágil, volátil y altamente sugestivo, y que es una perfecta continuación a la delicadeza de la Obertura, y constituye un interludio orquestal entre los actos I y II de la obra teatral, como prefacio a la escena donde el público se sumerge en el mundo fantástico propuesto por Shakespeare, aquel de Puck, Oberón y Titania. Posteriormente, Mendelssohn escribió una sección con coro femenino, soprano y mezzosoprano y más adelante un Intermezzo posterior al acto II. Dicho trozo precede la acción en la que Puck, por un terrible error, provoca que Lysander se enamore de la doncella equivocada, Helene, mientras que la amada real del susodicho, Hermia, se encuentra desolada, perdida y muy asustada en lo profundo del bosque. El movimiento siguiente es música de “fondo” en la cual Titania tiene una escena de amor con Bottom. Sigue una de las más bellas páginas escritas jamás por Mendelssohn, un Nocturno, y que estaba pensado para escucharse momentos antes de que cayera el telón del acto III. Aquí escuchamos una muy romántica canción sin palabras ejecutada por el corno francés, y que nos pinta la escena en la que Puck vuelve a Bottom a su estado humano original, rocía los ojos dormidos de Lysander con un elixir mágico y con todo ello volverán los personajes a la “normalidad”. Al terminar tan sensible música nos encontramos con la archifamosa Marcha nupcial con su tan identificable toque de trompetas inicial, después de lo cual concluye la música incidental con varias secciones en las que vuelve a ser escuchado el coro y las solistas, una Marcha fúnebre y la Danza de los payasos.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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Felix Mendelssohn: Selecciones de El sueño de una noche de verano

Versión: Orquesta Sinfónica de Montreal. Charles Dutoit, director

FÉLIX MENDELSSOHN-BARTHOLDY (1809-1847)

Obertura Las hébridas, o La gruta de Fingal, Op. 26

La enigmática isla de Staffa. A la derecha se ve la gruta de Fingal. 

 

Poco tiempo después de haber celebrado su vigésimo cumpleaños, Mendelssohn aceptó la invitación de su amigo Karl Klingemann (1798-1862), diplomático de carrera, para realizar un viaje a Londres. Gracias a los oficios de su importante colega fue que el joven músico pudo entrar en contacto con el ambiente social inglés y que a muy corto plazo le granjeó que muchas de sus partituras fueran escuchadas por el público londinense, como su Primera sinfonía Op. 11. Al concluir sus compromisos netamente profesionales Mendelssohn tomó sus maletas y decidió emprender un viaje por Escocia, cuyas impresiones quedaron inmortalizadas en la Sinfonía escocesa.

En su camino a los “highlands” escoceses se dio tiempo para visitar a Sir Walter Scott (1771-1832) en Abbottsford y realizó un viaje bastante tormentoso para cruzar a la isla de Staffa, una de las tres islas conocidas como Hébridas (las otras dos son Iona y Mull). Y tormentoso fue para Mendelssohn con respecto al clima: las condiciones no eran precisamente las propicias para las embarcaciones, el oleaje se presentó de inmediato, el viento era inclemente. La única memoria perdurable en la cabeza del compositor fue el severo desorden físico que sufrió al pasar todo el viaje con mareos, vómitos y todo lo que provocan los males del mar. Klingemann, el amigo del músico, relató así la llegada de ambos a uno de los lugares más significativos en esa isla, la famosa gruta de Fingal: “Es un lugar tan extraño, con todos esos pilares de la entrada que la hacen parecer un órgano inmenso, negro y resonante, y absolutamente sin ningún propósito, y con bastante soledad en los alrededores, corona al mar gris que lo rodea.”

Parece interesante anotar por qué la muy célebre gruta lleva el nombre de Fingal, así que un poco de historia no nos hará mal como paréntesis: Tal parece que, aunque para muchos resulta un mito, un hombre llamado Finn MacCumhaill (también conocido como Fingal), vivió alrededor del año 250 d.C y fue un general irlandés que comandó un ejército de guerreros valerosos y muy fieles (se dice que es el paralelo celta del rey Arturo y sus Caballeros de la mesa redonda). Supuestamente, Fingal fue el padre de uno de los más tradicionales bardos: Ossian. Uno de los episodios más famosos de este mítico personaje relata su viaje desde Irlanda a Escocia, donde permaneció por el resto de su vida y donde sus actos y avatares fueron muy populares gracias a los poemas heroicos y canciones. Así, su nombre bautizó a otro de los iconos del paisaje escocés: aquella gruta que parecería haber sido esculpida por la mano del hombre pero que su belleza es únicamente obra de la fuerza de las olas.

Cualquier crónica que pueda citarse acerca de cómo Mendelssohn se enamoró del poderoso sonido de las olas rompiendo al interior de la gruta de Fingal podría tomarse como falacia hoy día. Por mucho que la impresión emocional fuera obvia en él para recuperarla y convertirla en una Obertura de concierto, en realidad Mendelssohn reportó en su diario de viaje que aquel lugar le parecía “algo asqueroso”, con el constante gotear dentro de la gruta y los interminables ecos que provocaban las voces de los visitantes. Por supuesto, el lugar es una belleza natural, pero hay que entender que el músico estaba muy enfermo por el mal tiempo y la pésima travesía vivida hacia la isla.

Un año después de la experiencia escocesa –en 1830- el autor marchó a Italia donde pasó días bastante mejores (sin barcos ni mareos de por medio) y tuvo tiempo en Roma de comenzar la composición de una Sinfonía (la llamada Italiana) y paralelamente puso punto final a la Obertura que, con carácter nostálgico pero igualmente solemne, majestuoso, relata en sonidos el ambiente de la gruta escocesa. Él mismo fue quien le dio el nombre doble de Las hébridas (el nombre de las islas), o La gruta de Fingal. El tema con que abre la partitura, en las voces graves de las cuerdas y los fagotes, recrean en cierta medida el desplazarse de las olas hacia la gruta (tema que es ampliamente conocido por la caricatura de cierto cuervito que caminaba pausadamente y, de vez en cuando, pegaba uno que otro brinquito).

El estreno de Las hébridas ocurrió el 14 de mayo de 1832 en Londres con la Sociedad Filarmónica de esa ciudad, junto con la primera presentación pública de la Obertura El sueño de una noche de verano.

JOSÉ MARÍA  ÁLVAREZ

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Félix Mendelssohn: Obertura Las hébridas o La gruta de Fingal

Versión: Orquesta Sinfónica de Londres. Claudio Abbado, director

FÉLIX MENDELSSOHN-BARTHOLDY (1809-1847)

Concierto para violín y orquesta en mi menor Op. 64

  • Allegro molto appassionato
  • Andante
  • Allegretto non troppo – Allegro molto vivace

Félix Mendelssohn

El 30 de julio de 1838, Félix Mendelssohn escribió una carta a su amigo Ferdinand David, uno de los más distinguidos violinistas de la época. En ella le decía lo siguiente: “Quiero escribir un Concierto para violín para ti el próximo invierno; uno en mi menor está dando vueltas en mi cabeza, cuya introducción no me deja en paz un momento.” Con esas palabras, Mendelssohn inició la composición de su última gran obra maestra, que además se ha convertido en uno de los Conciertos más populares en toda la historia musical. Existe una buena cantidad de bosquejos del autor sobre una pieza como la que tenía en mente, peor que datan de muchos años antes de que cobraran su forma definitiva; además, la impresionante correspondencia que existió entre Mendelssohn y David durante seis años al respecto de este Concierto, nos da una idea de cuánto deseaba el compositor cuidar hasta el último detalle. Con esa relación, encontramos en Mendelssohn al constructor y arquitecto sonoro mientras que David fungió como su asesor en aspectos técnicos. Y muy cierto es que eran almas muy cercanas; se conocieron siendo apenas adolescentes, y sus carreras se unieron en varias ocasiones: cuando Mendelssohn fue nombrado director de la Orquesta Gewandhaus de Leipzig le pidió a David fuera su concertino, y al fundar el Conservatorio de esa misma ciudad hacia 1843 nuevamente solicitó a David que tomara bajo su égida la cátedra de violín. Lo cierto es que dentro de esa intensa relación artística Mendelssohn no había encontrado el tiempo suficiente para componer aquel Concierto que tanto le había prometido a su colega. Fue hasta el 16 de septiembre de 1844 que el compositor terminó la partitura, y hasta el 17 de diciembre le pidió a David que revisara el manuscrito. Finalmente, el Concierto vio la luz el 13 de marzo de 1845, con David en la parte solista y la Orquesta Gewandhaus dirigida por el compositor y director danés Niels Gade.

El violinista (y también compositor) Ferdinand David

El Concierto para violín de Mendelssohn ha sido admirado desde su estreno como un verdadero ramillete de innovaciones y múltiples virtudes. Al respecto, Donald Francis Tovey escribió: “Envidio en gran medida el regocijo de cualquier persona al escuchar el Concierto de Mendelssohn por primera vez en su vida y encontrar, como en Hamlet, que está llena de citas.” Seguramente uno de los momentos que aparece como una cita musical para toda la posteridad es la maravillosa melodía con la que inicia el violín tan sólo dos compases de ligera introducción orquestal, lo cual, además, resultaba novedoso en aquellos tiempos (sólo encontrando paralelo con el inicio del Concierto Emperador de Beethoven o el Concierto Jeunehomme de Mozart). La interesante propuesta de Mendelssohn con ello es que solista y orquesta exploren juntos la exposición, dejando a un lado la doble exposición al estilo clásico. Por otro lado, también hace una innovación al ubicar la cadenza no al final del primer movimiento sino entre la sección del desarrollo y la recapitulación. Por si fuera poco, y como también ocurrió en su Sinfonía escocesa, Mendelssohn concibió su Concierto para violín en tres movimientos, aunque estos sean escuchados como uno solo en fluir continuo; el puente entre los movimientos primero y segundo lo constituye una nota en el fagot, como evocando el sonido de un órgano, y que nos lleva directamente a uno de los movimientos más ricos del repertorio de este autor. Por su parte, el movimiento central y el final son encadenados por catorce compases en el violín, protagonizando una suerte de recitativo operístico, lo cual desemboca en una sección plena de virtuosismo y frescura.

Lucerna. Acuarela de… ¡Mendelssohn!! Además de otras gracias, el compositor era un fino pintor

Joseph Joachim, quien fue uno de los grandes violinistas del siglo XIX, y responsable del estreno de algunos de los más importantes Conciertos para su instrumento en su tiempo, llegó a declarar: “Los alemanes cuentan con cuatro Conciertos para violín. El más grande de todos, sin reservas, es el de Beethoven. El de Brahms, por su seriedad, compite con el anterior. Max Bruch escribió el Concierto más rico y pleno de magia. Pero el más íntimo, la joya del corazón, es aquel de Mendelssohn.”

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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Félix Mendelssohn: Concierto para violín y orquesta en mi menor, Op. 64

Versión: Maxim Vengerov, violín. Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Kurt Masur, director.