Sinfonía núm. 4 en la mayor, Op. 90, Italiana
- Allegro vivace
- Andante con moto
- Con moto moderato
- Finale: Saltarello – Presto
Mendelssohn tenía veintiún años de edad en el otoño de 1830 cuando realizó un fructífero viaje por Italia animado por Goethe (1749-1832), su mentor, y por Carl Friedrich Zelter (1758-1832), uno de sus profesores; gracias a este viaje quedó especialmente maravillado con ciudades como Venecia y Florencia; los resultados emocionales fueron más que evidentes, y narró diariamente sus experiencias a su familia por medio de vibrantes cartas que, de una forma u otra, trataban de reflejar las escenas emocionantes que él tuvo ante sus ojos. No es ocioso pensar que, con su impresionante vena melódica y su gran capacidad para plasmar en sonidos lo que pasaba por su alma, Mendelssohn tuvo que poner manos a la obra para incluir algunos aspectos de su viaje en diversas partituras. Su intención no estaba orientada a escribir música programática en la que aparecieran fielmente retratados el entorno natural italiano, su gente o su exquisita historia que en algunos lugares está bien documentada con tan sólo echar un vistazo a sus edificios y monumentos.
Lo que él tuvo en mente hacer fue escribir una Sinfonía que reflejara, en su conjunto, su respuesta emocional a dicho viaje. La intensa frescura italiana aparece en esta obra desde su primer acorde, que nos lleva a un movimiento que se mueve continuamente con algarabía, exponiendo una exquisita melodía en las cuerdas y que va creciendo en emoción hasta que esta sección concluye. Todo ello es el resultado del optimismo y la vitalidad que provocó en Mendelssohn su jornada italiana; Curiosamente, los primeros dieciséis compases de esta sección fueron bosquejados en la capilla de Holyrood en Edimburgo (una figura melódica que se hizo recurrente en otras partituras de Mendelssohn como sus oratorios Elías y San Pablo). El segundo movimiento contiene un ambiente diametralmente opuesto: aunque algunos entendidos lo han denominado como si fuera “una marcha de peregrinos” y por mucho que el compositor haya concebido la sección en tonos claroscuros y con un discurso musical casi religioso, nunca fue su intención que el escucha se hiciera una imagen preconcebida aunque, sería válido pensar, que aquí Mendelssohn evoca de muchas formas la música de Franz Schubert (1797-1828). Parecería que si en algún momento del viaje este músico sintió nostalgia por su patria ello está plasmado en el tercer movimiento, con su muy sensible melodía en los violines al iniciarse éste o bien el trío en el que participan los fagotes y los cornos, con llamadas a distancia que bien podría tomarse como el antecedente directo del Nocturno de El sueño de una noche de verano, cuya música incidental escribió en 1842. La más intensa relación (y la más obvia también) entre esta música y el país que la inspiró reside en el último de sus movimientos, denominado Saltarello, pensado en el mismo ritmo que aquella famosa y muy viva danza italiana y que pone a prueba a la orquesta en pleno por su virtuosismo e intenso carácter.
Mendelssohn bosquejó gran parte de su Sinfonía italiana durante el invierno de 1833 en Roma y la terminó a su regreso a Alemania. Su estreno ocurrió en Londres durante un concierto de la Sociedad Filarmónica de aquella ciudad el 13 de mayo de ese mismo año en Hanover Square bajo la dirección del compositor; sin embargo, no estuvo del todo convencido de publicarla por lo que permaneció inédita hasta después de su fallecimiento. Es por ello que se le conoce como Cuarta sinfonía –por el orden en el que fue publicada, aunque en realidad por la fecha de su composición ésta se encuentra entre la concepción de la Sinfonía Reforma (hoy núm. 5) y la llamada Sinfonía escocesa (la actual núm. 3).
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ
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Versión: Orquesta de Cámara de Europa. Yannick Nézet-Séguin, director.