REMO GIAZOTTO (1910-1998)

Adagio “de Albinoni” en sol menor

Esta historia nos traslada a un imaginario programa de concurso de la televisión, en el que los asistentes casi se golpean y se sacan las vísceras con tal de contestar correctamente la pregunta que ha hecho el conductor(a): “Por la cantidad de 1 millón de pesos, conteste correctamente: ¿quién compuso el Adagio de Albinoni?” Y se escuchan gritos y sollozos declarando el apellido “¡Albinoni!!” como la respuesta irrefutable.

“¡Pésimamente mal contestado!”, se escucha en la impostadísima voz del (la) presentador(a). Un profundo “¡uhh!” se escucha por todo el estudio y (obviamente) a nivel nacional. El premio se ha quedado pendiente para una mejor ocasión. Pero, como de pronto hay productores televisivos con algo (alguito) de cerebro, para evitar que se muestre en pantalla la evidente molestia del público asistente, entra un reportaje bien bonito sobre quién fue aquel compositor Albinoni. Así, con unas lindas escenas de Venecia y sus góndolas (e inundaciones), se escucha una gentil voz que narra: “Tomaso Giovanni Albinoni nació en Venecia en 1671 y murió en su ciudad natal en 1751. Al contar con unos padres acaudalados dedicados a la comercialización de papel, nunca necesitó buscar un puesto ni en la iglesia y mucho menos en la Corte, por lo que prefirió ser un ‘dilettante’ toda su vida. Compuso más de cuarenta óperas, así como varias Cantatas, Sonatas y piezas instrumentales. Todas las partituras de este prolífico compositor, llevan el sello de un artesano musical experto. Albinoni también fue violinista y cantante. Por cierto: Johann Sebastian Bach compuso cuatro Fugas para teclado basadas en las Sonatas Opus 1 de Albinoni.”

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Detrás de cámaras, el Director de programación monta en cólera en contra de la producción de la emisión: “A ver, a ver: “¿cómo que es incorrecto que Albinoni sea el autor del célebre ‘Adagio de Albinoni’, cómoooo?” “Pues sí señor”, afirma el culto productor, “no podemos permitir que a estas alturas del siglo XXI la gente siga engañada con esa historia.”

Acto seguido, y con un vaso desechable de café de por medio, el productor relata:

“La historia del ‘Adagio de Albinoni’ es muy similar a preguntar de qué color es el caballo blanco de Atila. En este caso se sorprenderá usted, querido señor, al saber que el único material original de Albinoni en esta architocada pieza es un bajo cifrado y fragmentos de una línea melódica para violín provenientes del movimiento lento de una Sonata en trío, supuestamente de Albinoni, sin número de opus. Si estos fragmentos sobreviven fue gracias al trabajo de Remo Giazotto, un célebre musicólogo nacido en Roma, quien además poseía grados universitarios en filosofía y literatura por la Universidad de Génova, además de haber estudiado piano y composición en el Conservatorio de Milán. Fue catedrático en Florencia y escribió varias biografías noveladas de compositores como Viotti, Vivaldi, Stradella y Albinoni.”

“Cuenta Giazotto” continúa el productor “que al terminar la Segunda Guerra Mundial obtuvo mucha música impresa al quedar destruidos los edificios de varias bibliotecas en Dresde; y así, revisando uno de los manuscritos que sobrevivieron, llegó a la conclusión que esos seis compases de una melodía fragmentada y la línea de bajo continuo eran de la autoría de Albinoni, y que probablemente escribió en 1708. De tal manera, Giazotto escribió una nueva versión de ese bajo continuo, le añadió una introducción y desarrolló con una maestría inusitada dos episodios melódicos que guardan cierta fidelidad al original, aunque están más cercanos al romanticismo postrero del siglo XIX que a la Venecia barroca de Albinoni. Como quiera que sea, Giazotto se refirió a su pieza como ‘Adagio en sol menor para cuerdas y órgano, sobre dos ideas temáticas y un bajo cifrado de Tomaso Albinoni’. La pieza se popularizó, pero es muy probable que el grueso del público e intérpretes, sintiéndose perezosos de pronunciar el nombre propuesto por Giazotto para su onírica partitura, todos simplemente redujeron el título a ‘Adagio de Albinoni’.”

“Tristemente, hay muchos factores que llevan a sospechar que Giazotto haya sido un farsante y escribiera una suerte de alegoría a la sensual música barroca italiana, pues aunque la Biblioteca de Sajonia en Dresde había sido destruida y de donde –supuestamente- se obtuvo el manuscrito original de Albinoni, habrá quedado reducida a ruinas, no ocurrió lo mismo con sus registros. Ahí consta que nunca estuvo archivado ningún manuscrito del veneciano. Eso sí: muy vivo Giazotto publicó la partitura de este Adagio con la casa Ricordi en 1958.”

“Mire, mire”, interrumpió el Director, al sentir que había vivido en el error toda su vida, “qué bueno que usted saque de sus dudas a todos, pero yo sigo insistiendo que esta pieza es tan hermosa y cercana a la magia veneciana del siglo XVIII. Por ello, creo que quien merece quedarse en su bolsa el premio del millón de pesos es usted. ¡Felicidades, buen hombre!”

Y así, después de esa historia contrahecha (como probablemente fue el caso de Giazotto al recuperar un manuscrito albinoniano que jamás mostró a los ojos públicos), sólo falta dejarse enamorar con esta música de exquisitos contornos, y –al mismo tiempo- guardar para nuestro disco duro que este “Adagio” no es totalmente de “Albinoni”. Y aun así, nos sorprendemos al ver cómo una virtual falsificación es motivo de clamor popular: se escucha dentro de las bandas sonoras de más de treinta películas (como Rollerball, Gallipoli, Fame y Flashdance), en programas de televisión y en anuncios publicitarios, así como ha sido recreado por The Doors, Richard Clayderman, Sarah Brightman, Lara Fabian y Muse, entre otros.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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MÚSICA

Versión: I Solisti Veneti. Claudio Scimone, director.

PIOTR ILICH TCHAIKOVSKY (1840-1893)

Sinfonía No. 4 en fa menor Op. 36

  • Andante sostenuto – Moderato con anima. Moderato assai, quasi andante. Allegro vivo
  • Andantino in modo di canzona
  • Scherzo: pizzicato ostinato – Allegro
  • Finale: Allegro con fuoco
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La enigmática Sra. von Meck, mecenas de Tchaikovsky.

Para quienes adoran la música de Tchaikovsky seguramente sabrán que algunas de sus obras tuvieron como protagonista oculto a un personaje acaudalado económicamente hablando, de buen nivel social y cuyo interés en las artes quedó manifiesto en el mecenazgo que apuntaló carreras musicales como la del propio Tchaikovsky o el entonces joven Claude Debussy (1862-1918). Ella era Nadezhda Filaretovna von Meck (1831-1894). Muchos curiosos de la vida íntima de Piotr Ilich aseguran que el compositor estaba perdidamente enamorado de la señora en cuestión (mientras hoy todos sabemos que esos amores platónicos le cruzaban la cabeza a este hombre para no tener que demostrar públicamente su homosexualidad y ser despreciado socialmente), aunque lo más hilarante de todo es que Tchaikovsky no cruzó más relación con la señora más que por carta (!!!) y al recibir el dinero que ella le enviaba para apoyar su carrera. Lo que si es cierto es que la Sra. Von Meck estaba muy convencida de la genialidad del músico, por lo cual no escatimaba recursos para que las nuevas obras florecieran incesantemente.

El 22 de febrero de 1878 Tchaikovsky estaba en Florencia, en Italia. Ese mismo día había visitado la hermosa Galería de los Uffizzi y reposaba después de su encuentro con obras de arte tan geniales como el Nacimiento de Venus de Sandro Botticelli (1445-1510). Lejos de ahí, en Moscú, ese mismo día su colega Nikolai Rubinstein (1835-1881) dirigía el estreno mundial de la Cuarta sinfonía de Tchaikovsky. Para el 1 de marzo el compositor recibió gustoso una comunicación de su “adorada” y “enigmática” mecenas, alabando su trabajo en la nueva Sinfonía y en la que también lo interrogaba sobre el trasfondo emocional de esa música que tanto la había conmovido. ¿Había algún programa literario o totalmente extra-musical que la haya inspirado? Pues esa incógnita de la Sra. Von Meck se vio aclarada con una misiva de Tchaikovsky, cuyo contenido dice así:

Me pregunta usted si esta Sinfonía tiene un programa definido. Cuando se me hace esa pregunta suelo contestar que no. En realidad, es muy difícil contestar esa clase de preguntas. ¿Cómo pueden expresarse las sensaciones indefinibles que se experimentan mientras se escribe una composición instrumental que no tiene un asunto definido? Es un proceso puramente lírico. Es una confesión musical del alma que se encuentra repleta y que, fiel a su naturaleza, se descarga por medio de sonidos, de la misma manera que un poeta se expresa por medio de la poesía. La diferencia radica en que la música tiene recursos de expresión mucho más ricos y es un medio mucho más sutil para traducir los mil momentos cambiantes de los estados de ánimo. La simiente de una futura composición aparece, generalmente, de manera repentina e inesperada. Si el terreno está preparado –esto es, si hay disposición para el trabajo- arraiga con fuerza y rapidez asombrosas, surge a la superficie, echa ramas, hojas y, finalmente, flores. Solamente por medio de esta metáfora puedo describir el proceso creador. El gran problema es que la semilla aparezca en un momento favorable; el resto viene por sí mismo. Trataría en vano de expresar con palabras la sensación inmensa de felicidad que me invade cuando una idea nueva brota dentro de mí y comienza a tomar forma definida. Entonces me olvido de todo y me conduzco como un demente. Todo lo que hay dentro de mí comienza a latir y estremecerse; apenas tengo tiempo de comenzar el borrador antes de que los pensamientos empiecen a atropellarse unos a otros. En medio de este proceso mágico sucede, a menudo, que una interrupción desde afuera viene a despertarme de mi estado de sonambulismo: alguien que toca el timbre, un criado que entra o un reloj que da la hora recordándome que ya es tiempo de que detenga mi trabajo. Esta clase de interrupción es verdaderamente horrible. Algunas veces rompe la inspiración por largo tiempo y tengo que volver a buscarla, frecuentemente en vano. En tales casos hay que movilizar la fría razón y los conocimientos técnicos para que nos presten su ayuda. Aún en los grandes maestros se hallan con frecuencia momentos en que la conjunción orgánica se quiebra y hay que practicar una hábil soldadura para que las partes parezcan constituir una sola. Pero eso no se puede evitar. Si el estado anímico que denominamos inspiración se prolongase sin interrupción durante mucho en fragmentos. Ya es algo bueno que las ideas centrales y la forma general de la composición se presenten sin necesidad de una actividad mental intensa, como resultado de esa fuerza sobrenatural e inexplicable que llamamos inspiración.

Con todo, me alejé de la respuesta a su pregunta. Hay un programa en nuestra Sinfonía. Esto es, puedo describir con palabras lo que trata de expresar; y a usted sola, deseo y puedo comunicar, tanto el significado general de la obra, como el de cada una de sus partes. Naturalmente que esto sólo puedo hacerlo en términos generales.

La introducción contiene el germen de toda la Sinfonía, que es sin duda su idea central.

Este es el destino, la fuerza fatal que impide el logro de la felicidad que perseguimos, que vigila celosamente para que la felicidad y la paz no sean completas y sin nubes, que cuelga sobre nuestras cabezas como la espada de Damocles y que constante, tenazmente, está envenenándonos el alma. Es invencible y no se le puede dominar jamás. Hay que someterse a ella y refugiarse en fútiles antojos.

El sentimiento inconsolable, desesperado, se va haciendo cada vez más fuerte y más aniquilador. ¿No sería mejor abandonar la realidad y sumergirnos en los sueños?

¡Albricias! Una visión dulce y tierna ha aparecido. Un ser bendito, luminoso, flota en el aire y nos hace señas.

¡Qué maravilla! ¡Qué lejos suena ya el insistente primer tema del allegro! Los sueños han vuelto al alma poco a poco. Todo lo que era sombrío y falto de alegría, está ahora olvidado. ¡Aquí está, aquí está la felicidad!

Pero no. Todo eso eran sólo sueños, y el Destino nos despierta cruelmente.

Y así toda la vida es un incesante ir y venir entre la torva realidad y fugaces visiones y ensueños de alegría. No hay puerto. Somos juguete de las olas, hasta que nos devora el mar. Tal es, aproximadamente, el programa del primer movimiento.

El segundo movimiento de la Sinfonía expresa otra fase del anhelo. Es el sentimiento de melancolía que nos embarga a la caída de la tarde, cuando nos sentamos solos y cansados del trabajo. Hemos cogido un libro, pero se nos cayó de las manos. Hace su aparición una multitud de recuerdos. Y nos sentimos tristes por tantas cosas que ya se han ido. Es agradable recordar nuestra juventud y añorar el pasado, pero no sentimos deseos de comenzar de nuevo. La vida nos agotó de cansancio. Es agradable descansar y echar una ojeada hacia atrás. Muchas cosas corren fugaces por nuestra memoria. Hubo momentos dichosos cuando la sangre joven latía con calor y la vida era placentera. Hubo también momentos de dolor, de pérdidas irreparables. Todo está muy lejos en el pasado. Resulta triste y, al mismo tiempo, un poco dulce perdernos en el pasado.

El tercer movimiento no expresa sensaciones definidas. Es un caprichoso arabesco, apariciones fugaces que pasan por la imaginación una vez que hemos empezado a beber un poco de vino y comenzamos a sentir la primera fase de la embriaguez. El alma no está ni alegre ni triste. No pensamos en nada: la imaginación está completamente en libertad y, por alguna razón, ha comenzado a dibujar curiosas imágenes… Entre ellas recordamos de pronto a unos mujiks que estaban de parranda y una canción callejera. Luego, a lo lejos, un desfile militar. Tales son las imágenes inconexas que pasan por nuestra cabeza cuando comenzamos a quedarnos dormidos. No tienen nada de común con la realidad, son extrañas, exóticas, incoherentes.

Cuarto movimiento: Si no podemos descubrir en nosotros mismos ninguna razón para ser felices, miremos a los demás. Mezclémonos con la gente. ¡Mira cómo se divierten entregados a la alegría! Un cuadro de júbilo popular un día de fiesta. Pero no bien habíamos tenido una ocasión de olvidarnos de nosotros mismos, cuando el incansable Destino aparece una vez más para recordarnos su existencia. Por otra parte, los demás no se fijan en nosotros. Ni siquiera dan la vuelta, ni siquiera nos miran, ni se dan cuenta de que estamos solos y tristes. ¡Oh, qué alegres están! ¡Qué afortunados son por tener emociones directas y sin complicaciones! Reconvengámonos a nosotros mismos y no digamos que el mundo es triste. Hay alegrías fuertes y simples. Seamos felices con las alegrías de los demás. Después de todo, la vida es soportable.

No puedo decirle nada más, querida amiga, acerca de la Sinfonía. Naturalmente, mi descripción no es clara ni satisfactoria. Pero esa es la peculiaridad de la música instrumental; que no puede ser analizada. Como dijo Heine: ‘Donde las palabras cesan, comienza la música.’

P.S.- Cuando iba a meter esta carta en el sobre, comencé a releerla y tuve recelos acerca del programa caótico e incompleto que le envío. Por primera vez en mi vida traté de poner en palabras mis pensamientos y mis sensaciones musicales. No fui muy afortunado. En el invierno pasado mientras escribía la Sinfonía, estaba yo muy decaído, y la obra es un eco fiel de mis sentimientos de entonces. Pero solamente un eco. ¿Cómo se puede reproducir eso en un lenguaje claramente definido? No lo sé. He olvidado ya una porción de cosas. Sólo me queda una impresión general de mis intensas y dolorosas experiencias. Estoy muy, muy ansioso de saber qué es lo que mis amigos de Moscú dicen de mi composición.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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MÚSICA

Versión: Orquesta Filarmónica Real de Liverpool. Vasily Petrenko, director.