CAMILLE SAINT-SAËNS (1835-1921)

Sinfonía núm. 3 en do menor Op. 78 (con órgano)

  • Adagio – Allegro moderato / Poco adagio
  • Allegro moderato – Presto – Allegro moderato / Maestoso – Più allegro – Molto allegro
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Camille Saint-Saëns

Uno de los músicos que más respetó Saint-Saëns fue Franz Liszt. Pero no sólo lo admiró como un gran pianista, sino que sus obras fueron un modelo a seguir. Lo primero que atraía al francés era la gran maestría de Liszt para desarrollar una unidad a partir de diversas secciones mediante una transformación temática. Esa es precisamente la semilla de donde germinó la Sinfonía No. 3 de Saint-Saëns, considerada como la segunda gran sinfonía compuesta en Francia después de la Sinfonía fantástica de Berlioz.

Pero la propia niñez del autor francés nos da pauta para dilucidar una de las razones por las que decidió conferir al órgano una parte importante de esta Sinfonía. Cuando tenía dos años de edad (según él relató) le gustaba apreciar la “sinfonía de la tetera” en su hogar, con su “lento crescendo tan lleno de sorpresas, y la aparición de un oboe microscópico cuyo sonido se erigía poco a poco hasta que el agua había llegado al punto de ebullición”. Él aseguró que ese sonido fue el primer “órgano” que escuchó en su vida. Y quién diría que algunos años más tarde fue el instrumento al que se consagró como intérprete en tantas iglesias parisinas y para el que escribió páginas memorables. Y otra de las razones por la que Saint-Saëns pensó incluirlo en su Tercera sinfonía fue la gran impresión que le causó oír el órgano en el poema sinfónico La batalla de los hunos escrito por Liszt en 1857.

La ocasión para escribir esta partitura llegó en 1886. Francesco Berger (1834-1933), quien era Secretario de la Sociedad Filarmónica de Londres, se comprometió a contratar a Saint-Saëns como director y solista. El francés quedó complacido con la invitación y prometió escribir una nueva sinfonía para la ocasión… además de solicitar un rollizo honorario por su presentación. Debido a que las actividades de esa Sociedad eran sin fines de lucro, Berger se encontró en aprietos, pero no cejó en el intento de tener a tan destacado músico en su temporada. Por ello, acudió a una de las mejores armas que puede tener cualquier administrador musical: el chantaje emocional. La misiva de Berger al destacado compositor decía que: “todos los grandes artistas que se han presentado en nuestros conciertos han sido generosos por lo que espero pueda reflexionar e imitar su ejemplo, aceptando un honorario ciertamente bajo de treinta libras esterlinas.” (Bueno: era 1886. £30 actuales no son suficientes para una opípara cena en la capital londinense). Lo cierto es que Saint-Saëns no quiso portarse majadero y a inicios de ese año inició la partitura de su Tercera sinfonía.

Sin título

La St. James’s Hall en Londres, hacia 1858, donde luce el órgano en el que se hubiera estrenado la Tercera sinfonía de Saint-Saëns… hasta que lo quitaron de ahí.

Los conciertos de la Sociedad Filarmónica tenían verificativo en la Saint James’s Hall de Piccadilly en Londres. Era necesario cerciorarse de la disponibilidad del órgano Gray & Davison -construido en 1858- en aquel recinto para que Saint-Saëns considerara ponerle órgano a la Sinfonía o no. Berger afirmó que no habría problema, a lo que el músico le advirtió que, con ese monstruo de instrumento, la orquestación sería gigantesca. “Usted así lo pidió y me lavo las manos”, sentenció Saint-Saëns.

Mayo de 1886. El francés llegó a Londres. Y al cruzar las puertas de la Sala para los ensayos de su flamante partitura no pudo creer lo que veía: el órgano original había sido removido y en su lugar dejaron un instrumento de menor calidad. Aunque los volcánicos acordes del órgano que Saint-Saëns escribió en el último movimiento sonaron muy grises en el estreno realizado el 19 de mayo de 1886, el público vitoreó a su autor y lo mismo ocurrió en el estreno parisino de la Sinfonía el 9 de enero del año siguiente.

La Tercera sinfonía de Saint-Saëns es una pieza singular, de arquitectura espectacular y esquematizada con dos secciones principales que resguardan –cual columnas dóricas- a dos movimientos centrales, con su inocente y triste despertar que gradualmente se convierte en una luminosidad digna del Todopoderoso. El Adagio inicial parece un susurro venido directamente del Preludio de Tristán e Isolda de Wagner (1813-1883) –algo sumamente chocante viniendo de un anti-wagneriano como Saint-Saëns-, después de lo cual se oye el motivo principal, originado a partir del Dies Irae de la Misa católica de difuntos. La primera transformación del tema está llena de tranquilidad y más tarde se une con el primer enunciado del tema hasta preparar gradualmente la transición al siguiente Adagio. El órgano hace su solemne entrada que es retomada por las cuerdas en un pasaje lleno de paz y contemplación.

El segundo movimiento comienza con una frase llena de energía que da pie a la tercera transformación del tema original y que cobra más vida aún en el Presto, con arpegios y escalas que parecieran destellos luminosos. Repentinamente, los temas presentados luchan entre ellos, dejando una sensación sombría y de fatalidad, hasta oírse una nueva frase orquestal que –en palabras del autor- “se alza en lo alto del más azul de los cielos”. El épico Maestoso en do mayor en el órgano anuncia el triunfo de la calma y de los más elevados pensamientos. La coda de la Sinfonía es explosiva, abrumadora, como un sonoro grito victorioso.

Mucho de esta Sinfonía se debió a la veneración por Franz Liszt. En su última visita a París, el húngaro pudo revisar los avances de la partitura y comentó con el autor que le parecía una obra genial. Desgraciadamente nunca la escuchó en público. Dos meses antes del estreno en Londres, Liszt cerró los ojos para siempre en Bayreuth.

Por eso, al publicar su Tercera sinfonía Saint-Saëns incluyó en la partitura este homenaje:

À la memoire de Franz Liszt.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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MÚSICA

Versión: Bernard Gavoty, órgano de la eglise Saint-Louis des invalides, París. Orquesta Nacional de la Organización de la Radio y la Televisión Francesas. Jean Martinon, director.

PARTITURA