FRANZ JOSEF HAYDN

Nació en Rohrau, Austria, el 31 de marzo de 1732.

Murió en Viena, Austria, el 31 de mayo de 1809.

Sinfonía No. 104 en re mayor, Londres

  • Adagio; Allegro
  • Andante
  • Menuetto – Trío: Allegro
  • Finale: Spiritoso

Justo antes de su célebre viaje a Londres en 1791, cuando Haydn fue aclamado por las multitudes y quisieron adueñárselo como ocurrió con George Frideric Handel (1685-1759) y posteriormente con Félix Mendelssohn (1809-1847) y Antonín Dvořák (1841-1904), este compositor alcanzó el máximo momento de sus poderes creativos a través de dos sinfonías de idéntica tonalidad (sol mayor): hablo de las Sinfonías 88 y la 92. La última de ellas se conoce como Oxford pues la Universidad de aquella ciudad le había otorgado al músico un doctorado honoris causa; Haydn quiso corresponder con una nueva obra pero nunca tuvo tiempo de terminarla y así echo mano de aquella Sinfonía 92 que compuso en 1789 para los Conciertos de la Logia Olímpica de París que comandaba Claude-François-Marie Rigoley, conde Ogny (1756-1790), quien tal parece no le pagó a Haydn por su trabajo o se agarraron “de la peluca”, por lo que el compositor austriaco echó mano de ella como si fuera nuevecita y así poder impresionar a los honorables de Oxford.

Como dije al principio, este par de Sinfonías en sol mayor constituyen el preludio a uno de los momentos más importantes de Haydn, al crear un total de doce Sinfonías desde su primer viaje a la capital inglesa y en el posterior que ocurrió entre 1794 y 1795. Es por ello que el ciclo se conoce como Sinfonías Londres, que abarcan de la 93 hasta la última que escribiera, la 104. La fructífera relación de este compositor con Inglaterra ocurrió gracias a la invitación que le hiciera el empresario y violinista alemán Johann Peter Salomon (1745-1815) quien fue el responsable de que Haydn escribiera sus últimas y geniales Sinfonías.

Bien dijo David Ewen (1907-1985) que este grupo de partituras representa la corona de toda la creación sinfónica de Haydn: “En cuanto a su maestría técnica, madurez de conceptos, profundidad de sentimientos, originalidad de sus significados, estas sinfonías llegan a opacar los esfuerzos previos (de Haydn).” Mientras que Karl Geiringer (1899-1989) afirma que “ninguna otra partitura de Haydn muestra tal virtuosismo en la instrumentación o tan agradable y poco ortodoxo tratamiento de las formas musicales y de los mecanismos contrapuntísticos… Todo el siglo XIX, comenzando con Beethoven y concluyendo en Brahms, fue capaz de encontrar rica inspiración en las últimas sinfonías de Haydn.”

Por su parte, José Antonio Alcaraz (1938-2001) también da su opinión de este grupo sinfónico y el porqué de su importancia: “(En él) la materia musical es más compacta; la cohesión arquitectural de mayor densidad; y, por paradójico que esto pueda parecer, se diría que mientras más audaz es Haydn sus obras tienen un mejor acabado. El conciso discurso musical abunda en detalles atractivos y, sin dejar de pertenecer en buena parte a cierto estilo galante muy próximo al rococó, la presencia de los elementos populares es cada vez más fuerte. Los ritmos de danza nutren con un vigor que se acrecienta de sinfonía en sinfonía, a un total cada vez más equilibrado, donde los contrastes -de una intensidad a otra intensidad- ponen de relieve una imaginación y claridad inventiva que se consolida a la vez que adquiere mayor frescura.”

Haydn escribió tres Sinfonías (99, 100, 101) para los conciertos de Salomon de la primavera de 1794. Luego Haydn pasó el verano recorriendo el campo británico y regresó a Londres a principios de otoño para hacer los preparativos para la siguiente temporada. Sin embargo, Salomon estaba teniendo dificultades para organizar a los intérpretes necesarios para garantizar la alta calidad de sus conciertos porque el “Reino del terror” regía en Francia y hacía arriesgados los negocios financieros y de viaje, y se vio obligado a cancelar sus actuaciones de primavera. Sin embargo, una institución rival, los llamados «Conciertos operísticos», no iba a dejar pasar la oportunidad de mostrar al visitante musical más distinguido de Inglaterra, por lo que su director, el violinista y compositor italiano Giovanni Battista Viotti (1755-1824), dispuso que Haydn compusiera tres Sinfonías más (102, 103, 104) y que dirigiera sus estrenos en sus programas.

El King’s Theatre de Haymarket de Londres.

Haydn escribió en la parte superior del manuscrito de su última Sinfonía, la 104 (apodada “Londres”, como también se le conoce al grupo de Sinfonías escritas en Inglaterra): “la doceava que he escrito en Londres”. La pieza abre con la introducción más solemne que se puede encontrar en cualquier parte de las obras instrumentales de Haydn, con proclamaciones al unísono de modo menor  y de intervalos abiertos que alternan con pasajes sigilosos de armonías profundamente expresivas.

El Andante, un fascinante híbrido de rondó y variaciones, comienza con un tema elegante, pero se convierte en turbulento –emocionalmente hablando- en sus diversos episodios. La fuerte expresión de este movimiento ha llevado a algunos comentaristas a sugerir que fue la elegía musical de Haydn a su amigo y colega fallecido, Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791), quien había muerto recientemente. El Minueto, en el modo más sólido de Haydn, encierra un trío de dulce contraste. El final, la última elaboración de Haydn dentro de la forma sonata sinfónica, el corazón de la música instrumental clásica, se basa en una melodía que Béla Bartók (1881-1945) identificó como una canción campesina de Croacia. Haydn ciertamente escuchó la melodía, conocida como Oh, Jellena, cantada en los alrededores del Palacio de Esterháza, y es posible que se lo hayan recordado los gritos de los vendedores del siglo XVIII ofreciendo «Hot Cross Buns» (o, burdamente en español mexicano, “Bolillos al rojo vivo”) y «Live Cod» (“Bacalao vivo”) que hacían eco por las calles de Londres todas las mañanas. Este final es una conmemoración espléndida y festiva del género por parte del hombre que obtuvo de algunos de sus seguidores el (no muy certero) elogio de «Padre de la Sinfonía».

El estreno de la Sinfonía 104 se realizó –probablemente- el 13 de abril de 1795, durante uno de los conciertos operísticos programados en el King’s Theatre en Haymarket de la capital inglesa, bajo la dirección del propio autor.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

MÚSICA

Versión: Real Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam . Sir Colin Davis, director.

FRANZ JOSEF HAYDN

Nació en Rohrau, Austria, el 31 de marzo de 1732.

Murió en Viena, Austria, el 31 de mayo de 1809.

Sinfonía núm. 94 en sol mayor, Sorpresa

  • Adagio – Vivace assai
  • Andante
  • Menuetto: Allegro molto
  • Finale: Allegro di molto

Instrumentación: 2 flautas, 2 oboes, 2 fagotes, 2 cornos, 2 trompetas, timbales y cuerdas.

Duración aproximada: 24 minutos.

La Sinfonía 94 de Haydn está incluida en un grupo sinfónico que abarca de las Sinfonías 93 a 104, concebido entre 1792 y 1795. A estas partituras se les conoce genéricamente como Sinfonías Londres ya que fueron el resultado del segundo histórico viaje del autor a Inglaterra. Bien dijo David Ewen (1907-1985) que esta colección representa la corona de toda la creación sinfónica de Haydn: “En cuanto a su maestría técnica, madurez de conceptos, profundidad de sentimientos, originalidad de sus significados, estas Sinfonías llegan a opacar los esfuerzos previos (de Haydn).”

Y añade Karl Geiringer (1899-1989) que “…ninguna otra partitura de Haydn muestra tal virtuosismo en la instrumentación o tan agradable y poco ortodoxo tratamiento de las formas musicales y de los mecanismos contrapuntísticos …Todo el siglo XIX, comenzando con Beethoven y concluyendo en Brahms, fue capaz de encontrar rica inspiración en las últimas Sinfonías de Haydn.”

La Sinfonía núm. 94 se le conoce con el nombre de Sorpresa, y que musicalmente puede atribuirse al hecho de que, en el segundo movimiento, el delicado discurso de las cuerdas con el que comienza la sección (y que posteriormente fue utilizado por el propio Haydn en su oratorio Las estaciones) es interrumpido abruptamente por un sonoro acorde en toda la orquesta, y es seguido por una pausa que alcanza niveles dramáticos (así es; en ocasiones el silencio puede ser tanto o más dramático que cualquier melodía desgarradora).

La historia de este proceder en Haydn es, como se sabe hoy día, un mito más de aquellos que suelen envolver a varias piezas musicales; sin embargo, la idea resulta deliciosa. Se dice que el compositor, muy harto de que el público dormitara a pierna suelta durante la interpretación de sus sinfonías, decidió incluir esta alerta musical para que todos aquellos que ya estaban en brazos de Morfeo abrieran los ojos y continuaran escuchando la Sinfonía. Posterior a esta broma musical, Haydn retoma aquella gentil melodía y la convierte en una serie de cuatro variaciones, sin exabruptos posteriores.

Por supuesto, toda la Sinfonía No. 94 es una muestra más de la genialidad de Haydn, con la transparencia de conceptos a los que siempre nos ha acostumbrado, y con momentos de gran vivacidad y alegría, como ocurre en los movimientos inicial y final.

La Sinfonía 94 de Haydn fue escuchada por primera vez en Londres, Inglaterra, el 23 de marzo de 1792.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

DESCARGA DISPONIBLE:

MÚSICA

Versión: Orquesta de Cleveland. George Szell, director.

FRANZ JOSEF HAYDN (1732-1809)

Sinfonía No. 96 en re mayor, El milagro

  • Allegro
  • Andante
  • Menuetto
  • Vivace assai

Mitos, leyendas, historias chuscas o dramáticas, además de una sustanciosa cantidad de chismes, rodean desde tiempos que escapan a la memoria a la música de concierto; y, como era de esperarse, muchas de esas historias son falsas y únicamente le añaden un “charm” especial a los sonidos, además de que en muchas ocasiones música y leyenda no embonan perfectamente.

El caso de la Sinfonía 96 de Haydn está en ese último rubro, y habremos de explicar por qué. Antes, es necesario anotar que esta obra está incluida en un grupo sinfónico que abarca de las Sinfonías 93 a 104, concebido entre 1794 y 1795. A estas partituras se les conoce genéricamente como Sinfonías Londres ya que fueron el resultado del segundo histórico viaje del autor a Inglaterra. Bien dijo David Ewen (1907-1985) que esta colección representa la corona de toda la creación sinfónica de Haydn: “En cuanto a su maestría técnica, madurez de conceptos, profundidad de sentimientos, originalidad de sus significados, estas Sinfonías llegan a opacar los esfuerzos previos (de Haydn).” Y añade Karl Geiringer (1899-1989) que “…ninguna otra partitura de Haydn muestra tal virtuosismo en la instrumentación o tan agradable y poco ortodoxo tratamiento de las formas musicales y de los mecanismos contrapuntísticos…Todo el siglo XIX, comenzando con Beethoven y concluyendo en Brahms, fue capaz de encontrar rica inspiración en las últimas Sinfonías de Haydn.”

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Franz Josef Haydn

Hecha esta aclaración, ahora pasemos a conocer la famosa leyenda que se le atañe a la Sinfonía 96, gracias al comentario del docto Ewen: “Esta Sinfonía fue estrenada en las Hanover Rooms de Londres el 11 de marzo de 1791. ‘Cuando Haydn apareció con la orquesta’, escribió A. K. Dies en 1810, ‘el público curioso que se encontraba en el patio de butacas dejó sus lugares y se acercó hacia la orquesta para poder ver más de cerca a Haydn. Las butacas en medio de aquel patio quedaron vacías, y al poco tiempo de quedar así una gran araña de cristal (candil) se vino abajo, hizo un gran estruendo y dejó a muchos de los asistentes muy confundidos. Después de aquella gran impresión, y de que aquellos que habían abandonado sus butacas para acercarse al escenario se percataron del gran peligro del que habían escapado, y pudieron encontrar las palabras para expresarlo, muchas personas mostraron su estado mental gritando ‘¡Milagro! ¡Milagro!’ Toda esta es una bella historia. Pero en aquel concierto del 11 de marzo, fue la Sinfonía No. 102 la que abrió el programa y antes de cuya interpretación fue que el público corrió hacia la orquesta; (la Sinfonía) el Milagro fue tocada en la segunda parte, después de que supuestamente cayó sobre las butacas aquella araña de cristal. Haydn mismo, cuando fue interrogado por Dies, no recordaba en absoluto este episodio.”

Mito o realidad, sin candelero o con él, esta Sinfonía 96 de Haydn constituye una muestra más de la elegancia y perfecta instrumentación de las que era capaz este compositor, desplegando frescas melodías y varios tour de force como en el último movimiento donde el tema principal es un magnífico e hiperactivo perpetuum mobile.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descargas:

MÚSICA

Versión: Real Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam. Sir Colin Davis, director.

PARTITURA

FRANZ JOSEF HAYDN (1732-1809)

Sinfonía No. 86 en re mayor

  • Adagio: Allegro spiritoso
  • Capriccio; Largo
  • Menuetto
  • Allegro con spirito

Claude Francois Marie Rigoley, conde de Ogny, quien le solicitará a Haydn las hoy conocidas como Sinfonías París

Claude Francois Marie Rigoley, conde de Ogny, quien le solicitará a Haydn las hoy conocidas como Sinfonías París

 

Entre 1785 y 1786 Haydn fue comisionado por cierto famoso personaje de la vida musical parisina para que escribiera una serie de Sinfonías en honor de una no menos célebre serie de conciertos. Sí, señoras y señores: en el lapso de unos cuantos meses, el gran Haydn confeccionó la muy envidiable cantidad de seis partituras, que por razones más que obvias son conocidas hoy día con el nombre genérico de Sinfonías París. De hecho, el ilustre “chevalier” que solicitó los servicios de Haydn para tal empresa era el gran mecenas Claude Francois Marie Rigoley, conde de Ogny, sibarita en toda la extensión de la palabra y que gustaba de ofrendar sus ratos de ocio a la promoción musical. El finísimo conde de Ogny era el principal impulsor de una de las series de conciertos más prestigiadas en la ciudad luz: los Concerts de la Loge Olympique que se llevaban a cabo en la Salle des Gardes de las Tullerías. De hecho, existen muchas referencias que nos indican la importancia definitiva de estas presentaciones para el desarrollo musical de la ciudad, gran influencia para los músicos y compositores locales.

El caso es que cuando el conde de Ogny se acercó a Haydn para solicitarle el número citado de Sinfonías, éste se comprometió a poner en las manos del músico la cantidad de 25 luises de oro por cada obra que entregara. Ni tardo ni perezoso, Haydn comenzó a escribir con avidez, dando como resultado el grupo sinfónico referido que está constituido de la siguiente manera:

– Sinfonía No. 82, en do mayor, El oso

– Sinfonía No. 83, en sol menor, La gallina

– Sinfonía No. 84, en mi bemol mayor, In nomine Domini

– Sinfonía No. 85, en si bemol mayor, La reina de Francia

– Sinfonía No. 86, en re mayor

– Sinfonía No. 87, en la mayor

Curiosamente, estas seis Sinfonías resultaron un parteaguas en la creación sonora de Haydn. Recordemos que un gran número de sus piezas sinfónicas fue escrito al abrigo de su patrón, el príncipe Esterhazy, y tomando en cuenta las dimensiones ligeramente modestas de la principesca orquesta. Dado que el grupo para el cual Haydn compuso sus Sinfonías París en la Loge Olympique era de una gran calidad y con un sustancioso número de ejecutantes, el autor se vio en posibilidades de hacer innovaciones en su propio lenguaje musical, lo cual no sólo es obvio en este grupo sino también en sus Sinfonías tardías como la No. 92 y las que se agrupan como Sinfonías Londres (de la 93 a la 104). Al respecto, ese enorme impulso creativo que significaron las Sinfonías París en Haydn es refrendado por dos grandes autoridades: H.C. Robbins Landon (el más importante estudioso de Haydn en la segunda mitad del siglo XX) dijo que ellas son “milagros de belleza y perfección formal, combinadas con una gran profundidad…”; mientras, por su parte, David Ewen afirmó que “técnicamente hablando, lo más significativo de estas obras es la abundancia de ideas temáticas, y la visión engrandecida de las secciones de desarrollo.”

Haydn estaba muy contento con sus nuevas obras, por lo cual solicitó a dos editores distintos que las pusieran en imprenta de inmediato: su fiel editor Artaria de Viena y el Sr. Forster en Inglaterra. Igualmente, antes de entregar los manuscritos al conde de Ogny para cumplir cabalmente con la comisión, dirigió en casa de los Esterhazy el flamante ciclo sinfónico; y tan rebosante de felicidad estaba que también resolvió entregarlas al rey Federico Guillermo de Prusia, quien las aprobó con beneplácito al enviar un lujoso anillo al músico, mismo que permaneció en uno de sus dedos siempre que tomaba pluma y papel pautado para componer.

Federico II de Prusia

Federico II de Prusia

El caso es que una de las más importantes Sinfonías en este grupo es la No. 86, como Karl Geiringer lo afirma al decir que “ésta es una de las más hermosas del conjunto.” Su movimiento lento, que ha sido muy alabado por Robbins Landon, muestra -según Geiringer- “una afinidad entre las formas sonata y rondó pero sin adoptar ninguna de ellas. Haydn llamó a este movimiento -interesante y sorprendentemente serio- como Capriccio. El Allegro spiritoso del primer movimiento y el Allegro con spirito final sinceramente merecen la designación de ‘con espíritu’ ya que están llenos de vida e ingenio.”

Es definitivo el avance que logró Haydn con ésta y todas las Sinfonías París. Y no sólo eso: el conde de Ogny también quedó gratamente complacido con el trabajo del buen Haydn, al grado de solicitarle una Sinfonía más para sus Concerts de la Loge Olympique, que vendría a ser la No. 92 en su catálogo. Sin embargo la gente cambia y las circunstancias también: resulta que, quizá, al potentado conde se le acabó el dinero o le dio un severo ataque de tacañería, pues Haydn nunca vio ni medio centavo que compensara su trabajo. Se dice que los dos se hicieron de palabras, se agarraron literalmente “de la peluca”, y Haydn tomó muy ofendido su partitura usándola para la recepción del doctorado Honoris Causa que le fue conferido por la Universidad de Oxford. De ahí que esa obra, digno preludio de las excelsas Sinfonías Londres, porte el nombre de la célebre Universidad, la ciudad y el condado inglés.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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Franz Josef Haydn: Sinfonía No. 86 en re mayor

Versión: Academia de Saint Martin-in-the-Fields. Sir Neville Marriner, director.

FRANZ JOSEF HAYDN (1732-1809)

Concierto para violonchelo y orquesta en re, Op. 101, Hob. VIIb:2

  • Allegro moderato
  • Adagio
  • Allegro

Franz Josef Haydn

En los primeros años del siglo XX poco se sabía del repertorio concertante que Haydn había aportado en su vida. Como siempre, su música religiosa y su colección de 104 sinfonías imperaron sobre cualquier otro género que haya abordado (como sus magníficas Sonatas para teclado). Así es que durante mucho tiempo sólo se tenía conocimiento (con la consabida difusión en conciertos) de un Concierto para piano en re, otro para violonchelo en la misma tonalidad y el tan famoso Concierto para trompeta en mi bemol mayor. Sin embargo, a mediados del siglo que agoniza, y especialmente después de la Segunda Guerra Mundial, el conocimiento de conciertos de Haydn se elevó a unas veinticuatro partituras.

Por lo pronto, el Concierto para violonchelo que más se conocía hasta antes de los descubrimientos mencionados era el que portaba la tonalidad de re mayor, pieza contemporánea a las Sinfonías 79 a 81, a la Mariazellermesse y los Cuartetos de cuerdas correspondientes al Op. 50: es decir, dicho concierto data de 1783. Aún así, en aquellos años de su composición se tenían serias dudas de su autenticidad, ya que muchos entendidos de la época insistían que esta obra era original de Antonín Kraft, el primer chelo de la orquesta que Haydn tenía a su servicio en el Palacio del príncipe Esterházy. Poco después de ese revuelo, se supo que el chelista Kraft había contribuido a la técnica instrumental para el Concierto en re de Haydn. Pero la controversia continuaba, pues Haydn llegó a decir que él no necesitaba ayuda alguna para escribir música para violonchelo, como bien lo probó en el movimiento lento de su Sinfonía 13 del año 1763. La prueba más fehaciente de lo anterior vino a desenmascararse en el año 1961 cuando fue descubierto en el Museo Nacional de Praga, dentro de la Colección Radenin, el manuscrito de una obra anterior al Concierto en re, y que parecía haberse perdido para siempre: era un Concierto para chelo en do mayor. Sin embargo, la azarosa historia del Concierto en re ha seguido siendo motivo de múltiples conjeturas. Al publicarse como opus 101 alrededor de 1804, repentinamente la partitura apareció en un arreglo de C.F. Ebers para flauta y orquesta. Unos ochenta años después, una edición de Gevaert, que distorsionó en buena medida el peso específico y el sentimiento general de la obra, fue el que curiosamente cautivó a muchos intérpretes durante buena cantidad de años.

Estructuralmente, el Concierto en re para chelo posee enormes abismos junto a su “según-esto” hermano Concierto en do, pues si bien comparten la misma estructura en orquestación, el ambiente es absolutamente distinto. El primer movimiento del Concierto en re está totalmente enraizado en un ambiente barroco, con la forma de un ritornello-rondó. En contraste, el movimiento lento nos ofrece una deliciosa y nostálgica melodía a cargo de las cuerdas que pareciera ser interrumpida en momentos por el chelo solista. Mientras que en el movimiento final, Haydn (con la supuesta juventud que gozaba cuando concibió este Concierto) nos hace estallar con la alegría y fuerza que sólo puede provocarnos la tierna juventud, sentimiento digno de las primeras Sinfonías de este autor (6, 7 y 8 –El amanecer, el Mediodía y el Anochecer, respectivamente).

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Franz Josef Haydn: Concierto para violoncello en re mayor

Versión: Lynn Harrell, violoncello. Academia de Saint Martin-in-the-Fields. Sir Neville Marriner, director.


Este es el muy humilde Palacio Esterházy, donde Haydn vivió y compuso una parte sustancial de su catálogo (pobrecito).

Concierto para trompeta y orquesta en mi bemol mayor

  • Allegro
  • Andante
  • Allegro

En cuanto a su Concierto para trompeta éste debe mayor difusión en los tiempos en que fue escrito, por varias y poderosas razones, a uno de los más importantes constructores de instrumentos del siglo XVIII, con quien la fisonomía y técnica del instrumento alcanzó un esplendor que no pensó tener jamás desde sus orígenes. El susodicho se llamó Anton Weidinger, originario de Viena y extraordinario trompetista como aseguran las crónicas de la época. Weidinger construyó una trompeta de características especiales que incluían dos superficies curvas sobre una horizontal en donde las llaves o pistones se encontraban juntas en un mismo lugar del instrumento, de tal suerte que el intérprete pudiera utilizar para su ejecución sólo una de sus manos. Los sonidos emitidos por tal instrumento eran más suaves y menos penetrantes que el de una trompeta “natural” sin pistones, por lo que la creación de este trompetista y constructor fue denominada como un oboe o clarinete de sonido más amplio.

No se sabe a ciencia cierta si Haydn conoció los avances técnicos en la trompeta de Weidinger; sin embargo, es evidente que el compositor confeccionó en 1796 un Concierto de exquisita perfección para el solista, y que avizoraba cambios sustanciales en la trompeta pues en él las capacidades colorísticas y armónicas del instrumento son exploradas al máximo, sobre todo en su segundo movimiento. Debido a sus complicaciones interpretativas prácticamente nadie pudo tocar dicho Concierto hasta que llegó Weidinger con su flamante instrumento, y lo ejecutó sin mayor problema en un célebre concierto ocurrido en Viena el 28 de marzo de 1800 donde, además de tocar algunas otras obras virtuosas para trompeta, se dice que tomó un instante para hacer de conocimiento público que, para llevar a cabo la construcción de su “organisirte Trompete”, tuvo que emplear siete años de su vida. El Concierto para trompeta de Haydn es, junto con aquellos de Hummel y Stamitz, el parteaguas estético que ya era necesario para tal instrumento, en una época en la que Haydn también compuso su magnífico oratorio La creación y la célebre colección de Cuartetos Op. 76.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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Franz Josef Haydn: Concierto para trompeta en mi bemol mayor

Versión: Håkan Hardenberger, trompeta. Academia de Saint Martin-in-the-Fields. Sir Neville Marriner, director.

FRANZ JOSEF HAYDN (1732-1809)

Sinfonía No. 48 en do mayor, María Teresa

  • Allegro
  • Adagio
  • Menuet. Allegretto y trio
  • Finale: Allegro

Haydn

Las 104 Sinfonías de Haydn nos deslumbran por su frescura, vitalidad y perfección en la forma, algo que sólo Mozart fue capaz de continuar sin hacer menos a los grandes sinfonistas del siglo XIX. Pero no sólo en lo musical nos sorprenden estas partituras; existe otro elemento que si bien apela a los sonidos ahí desarrollados, en momentos parece que ni remotamente tuviera una conexión lógica con el contenido artístico de la música: hablo de los sobrenombres de algunas de sus Sinfonías.

Vale la pena echar una ojeada a esos nombres:

Sinfonía núm.  30              Aleluya

                        73                    La caza

                        101                  El reloj

                        60                    El distraído

                        103                  Redoble de timbal

                        45                    Los adioses

                        59                    Del fuego

                        31                    Toque de corno

                        53                    La imperial

                        26                    Lamentaciones

                        69                    Laudon

                        104                  Londres

                        48                    María Teresa

                        6                      La mañana

                        43                    Mercurio

                        7                      El mediodía

                        100                  Militar

                        96                    El milagro

                        82                    El oso

                        92                    Oxford

                        49                    La pasión

                        94                    La sorpresa

                        22                    El filósofo

                        83                    La gallina

                        85                    La reina

                        63                    La Roxelane

                        55                    El maestro de escuela

                        8                      La tarde

                        64                    Tempora mutantur

                        44                    Fúnebre

Aunque varios de estos títulos puedan sonar rimbombantes, chistosos o harto filosóficos, la verdad es que sí existen conexiones importantes entre el título y la música o bien en las circunstancias en que alguna de ellas fuera concebida o estrenada. Por ejemplo, la Sinfonía el Milagro tiene que ver (cuentan las crónicas de la época) con el estreno de la obra, durante el que -en un momento dado- el gran candil que pendía de las cabezas de los músicos de la orquesta se vino abajo, pero todos salieron ilesos (¡Milagro! ¡Salieron vivos!); El distraído (la número 60) tiene en su último movimiento un pasaje totalmente humorístico, donde el director detiene a la orquesta, el concertino se voltea hacia la sección de primeros violines, afina, y comienzan a tocar otra vez; la Sorpresa de la Sinfonía 96 está ligada a un exabrupto orquestal durante el segundo movimiento, casi planeado para despertar a los nobles que asistían a la presentación; el Reloj aparece en el segundo movimiento de la No. 101 con su insistente y muy cómico “tic tac”; y la de los Adioses, en la que Haydn estaba estampando en la cara del Príncipe Esterházy -su patrón- que sus músicos y él necesitaban vacaciones urgentes, por lo que en el último movimiento cada uno de los instrumentistas se iba levantando de su lugar, apagaba la vela de su atril y dejaba el lugar, permaneciendo únicamente el concertino hasta el final.

Esos son algunos ejemplos de lo que tienen de extra-musical esas Sinfonías de Haydn. Pero ahora, la incógnita: ¿Quién es la María Teresa de la Sinfonía 48?

Para responderlo, ahora démonos una ilustrativa vuelta por la historia:

María Teresa de Austria

Hacia 1740 murió el emperador Carlos VI de Austria, dando fin a toda una dinastía masculina: la de los Habsburgo. Con mucha anticipación a que este inevitable momento llegara, el también archiduque Carlos de la sucesión de España decidió que debía dejar la posesión de sus dominios territoriales y la corona misma a su descendencia femenina; es decir, que a la muerte de Carlos VI la emperatriz sería su hija María Teresa. Aunque los gobiernos europeos involucrados en ese imperio habían dado su aprobación a tal proceder, hubo dos personajes que siempre estuvieron en discordia con la monarca designada: Carlos Alberto, el príncipe elector de Baviera, yerno del emperador José I, y el rey Federico II de Prusia, conocido como “El Grande”.

A grosso modo, los acontecimientos se fueron sucediendo de esta manera: en 1740 Federico II ascendió al trono Prusiano y en octubre de ese año ocurrió la muerte del emperador Carlos VI, dejando en la corona a María Teresa; unos meses más tarde -ya en 1741- Federico II invadió la Silesia austriaca y pidió a cambio del reconocimiento de esos terrenos el apoyo del esposo de María Teresa para la sucesión imperial, lo cual fue negado. Entre alianzas y batallas, Carlos Alberto de Baviera estaba cerca de convertirse en emperador austriaco con el apoyo de las comunidades de la Baja Austria; Federico II y Baviera firmaron un acuerdo al que se sumó Felipe V de España para asegurarle el trono a Carlos Alberto, situación que se consolidó con la toma de Praga por parte de éste último. Así, el 12 de febrero de 1742 Carlos Alberto fue coronado emperador -como Carlos VII- en Frankfurt, terminando así con la tradición Habsburgo que venía desde el siglo XV. Pero la suerte no estuvo siempre del lado de este señor, pues meses más tarde los austriacos vencieron varias batallas y María Teresa recibió la corona de Bohemia en mayo de 1743. Otro factor importante para que María Teresa se mantuviera firme en su búsqueda por el trono austriaco fue la lealtad de sus súbditos, especialmente los del reino de Hungría; igualmente, a esta mujer la favoreció su alianza con los ingleses, acérrimos enemigos de los franceses que también estaban inmiscuidos en la pugna. Los ejércitos austriacos tomaron aire y desalojaron la ocupación francesa de los territorios de los Habsburgo, a lo que siguió la toma de Munich (capital de Baviera, con lo que Carlos VII se convirtió en un soberano errante. Todo ello fue apoyado financieramente por los ingleses y al percatarse de ello Federico II arremetió con su armada en la “segunda Guerra de Silesia”, entre 1744 y 1745. Estando en esas, murió Carlos VII en enero de 1745; su sucesor fue Maximiliano José de Baviera, quien firmó la Paz de Füssen con María Teresa, por la cual los bávaros recuperaron sus dominios y el esposo de la austriaca recibió el voto de confianza de Maximiliano para la sucesión de su mujer. El 13 de septiembre de ese año, y con el nombre de Francisco I, el esposo de María Teresa fue elegido emperador por unanimidad. Con esos acontecimientos, a Federico II se puso como basilisco y nuevamente atacó militarmente en Bohemia y entró triunfal a Dresde. Sin embargo, tuvo que desalojar Silesia y en la navidad de 1745 firmó la Paz de Dresde con la que reconoció, a regañadientes, a Francisco I como emperador, lo cual fue ratificado con la famosa Paz de Aquisgrán en 1748, que además tuvo un desafortunado final: María Teresa, quien tanto luchó por mantener a Silesia dentro de su territorio mediante un modelo de estado fuerte y moderno, perdió esos territorios al cedérselos a su enemigo Federico el Grande. Posteriormente, María Teresa vio subir al trono a su hijo José II en una época que estuvo dominada por la vigencia del Despotismo ilustrado, algo que promovió el mismo emperador; aún así, José II supo regirse con los designios que había establecido su madre como monarca. Y para mala fortuna de esta mujer, por mucho que luchara a lo largo de los años por regresar a Silesia a sus territorios no vivió para ver su sueño realizado.

En los años bélicos entre Prusia y Austria, específicamente en 1743, María Teresa en su calidad de “emperatriz designada” visitó Eisenstadt, sobre lo cual el Wiener Diarium reportó lo siguiente: “(ella) fue llevada al pabellón chino cuyas paredes cubiertas de espejos reflejaban candeleros y lamparones que inundaban el salón con luz. En una plataforma estaba colocada la orquesta “principesca” en uniforme de gala y tocó bajo la dirección de Haydn su nueva Sinfonía para honrar la visita imperial.”

Así es, señoras y señores: Haydn compuso su Sinfonía 48 especialmente para la visita de María Teresa de Austria a Eisenstadt, logrando una partitura perfecta para la ocasión, brillante y jovial, especialmente en el primer tema del primer movimiento para oboes y metales (cornos y trompetas), en la vivacidad de la melodía central en el Minuetto y con el bullicioso y enérgico final. Es curioso notar cómo esta Sinfonía lleva implícita una gran carga de felicidad y sonrisas, pues el período en el que Haydn la escribió es conocido por los musicólogos como “Sturm und Drang” (“Tormenta y tensión”), en el que las Sinfonías de este autor se ven protagonizadas -desde la número 39- por una severidad impresionante, y en donde la intensidad no está orientada a sentimientos positivos, sino a momentos trágicos en la expresión y de tonalidades oscuras; debido a ello la Sinfonía 44 es conocida como Fúnebre y, al término de este fuerte período creativo, Haydn denominó a la Sinfonía 49 como La pasión. Así pues, la Sinfonía María Teresa está un tanto aislada de los verdaderos sentimientos del compositor, quizá como obligación a mostrar un aura de bienestar frente a la monarca. Claro, estamos seguros de que a María Teresa le venía importando poco lo que pasara por el corazón y la mente de Haydn.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Franz Josef Haydn: Sinfonía No. 48 en do mayor «María Teresa»

Versión: Academia de Saint Martin-in-the-Fields. Sir Neville Marriner, director