Sinfonía No. 1 en mi menor, Op. 39
- Andante, ma non troppo – Allegro energico
- Andante (ma non troppo lento)
- Scherzo (Allegro)
- Finale (Quasi una fantasia)
La importancia de Sibelius en el sinfonismo de la historia de la música occidental reside en haber construido un sólido puente entre la tradición sonora del siglo XIX con vistas a un nuevo siglo, nutrido por corrientes estéticas diversas. Pero más valioso aún es el hecho que haya querido forjar para él y para Finlandia –su patria- una estética musical personalísima. En cualquier rincón que se observe de su catálogo podremos sentir la defensa de la identidad finlandesa sin caer en un abuso patriotero.
La inauguración de la producción sinfónica de Sibelius ocurrió en el otoño de 1898 en tiempos en que Finlandia se encontraba aún bajo el yugo de los rusos; imperaba un ambiente tenso en el que la población finlandesa había organizado un movimiento de liberación a través del enaltecimiento de los valores nacionales, principalmente en el arte y la cultura como principales instrumentos emancipadores. Aunque el compositor nunca quiso ligar los acontecimientos políticos de su patria con su manifiesto artístico, hubo quienes etiquetaron a sus dos primeras Sinfonías de un acendrado tinte patriótico.
Lo que sí es evidente en la Primera sinfonía de Sibelius es la entrada a un mundo muy personal que, aunque tenía ciertas conexiones con el romanticismo europeo del siglo XIX, ya despunta a un nuevo horizonte que está construido sobre un patrón cíclico (cuyo antecedente inmediato podría palparse en la Sinfonía de Cesar Franck [1822-1890]). Gracias a ese patrón cíclico es que Sibelius logró moldear sus Sinfonías transformando y expandiendo los esquemas clásicos.
Para llegar a este punto de su crecimiento estético, Sibelius empezó a forjar desde antes su lenguaje mediante la concepción de sus obras sinfónicas inspiradas en el Kalevala, el ciclo mitológico surgido en su país, como Kullervo, la suite Lemminkäinen y el poema sinfónico Finlandia. Esta última partitura es contemporánea de la Primera sinfonía, trazada al tiempo en que ya era considerado el máximo autor finlandés.
Pero Sibelius también era conocido en ese entonces en las más altas esferas sociales e intelectuales de su patria. Ello no lo salvó de pasar por tiempos angustiosos, económicamente hablando. Ya era el padre de tres pequeñas hijas producto de su matrimonio con Aino Järnefelt (1871-1969), quien provenía de una destacada familia conocida por sus apegos nacionalistas. Afortunadamente, el gobierno de su país premió sus logros con un estipendio anual de 2,000 marcos que, aunque era una cantidad ciertamente baja, le permitió trabajar con cierta holgura.
La Primera sinfonía de Sibelius es su primera obra orquestal sin un título programático. Sin embargo, la idea inicial del autor era llamarla “Un diálogo musical” y bajo esa idea rectora pensó proporcionar a cada movimiento de la obra con un carácter particular; a saber, el del primer movimiento sería: «Sopla fríamente, el clima frío del mar” (supuestamente tomado de una canción sueco-finlandesa); “Heine (El abeto del norte sueña con la palmera del sur)” para el segundo (relacionado con un poema de Heinrich Heine [1797-1856]); “Saga de invierno” y “El cielo de Jorma” para las secciones siguientes, cuya inspiración vino de El cuento de invierno de William Shakespeare (1564-1616) y de una novela de Juhani Aho (1861-1921) cuyo subtítulo era por demás sobrecogedor: “Descripciones de la batalla final entre el Cristianismo y el Paganismo en Finlandia”. Entonces ¿sí es una Sinfonía con contenido programático? En realidad, ninguno de estos caracteres son expuestos de manera implícita en la partitura, aunque si escuchamos la música con atención nos daremos cuenta que cada una de sus partes está guiada por esos motivos. Basta decir que Sibelius se definió en una carta a su esposa como “pintor del sonido”.
La Sinfonía empieza con un dramático solo de clarinete, que expone algunos de los temas sobre los que se desarrolla la obra. La apasionada entrada de los violines y toda la sección de cuerdas delinea el panorama general de esta sección, con emocionantes exabruptos en los metales, delicadas líneas dibujadas por los alientos madera y destellos repentinos en el arpa. El segundo movimiento está trazado en la forma de un rondó, pero –al escucharlo- cualquiera podría pensar que se trata de una canción de amor y cuyo germen puede encontrarse en los movimientos lentos de las primeras Sinfonías de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893). Viene después un scherzo, virtuoso y pulsante, enraizado en los épicos scherzi brucknerianos; aquí, la sección central es de contornos pastoriles, para regresar al tema principal del movimiento que cierra con cohesión y brío. El final abre con un arrebatado discurso de las cuerdas, reminiscente del solo de clarinete que comienza la Sinfonía, que se transforma en música vigorosa, febril, y culmina con un emocionante manifiesto orquestal que parece decirnos: “el mundo sinfónico del siglo XX ha llegado”.
Sibelius dirigió el estreno mundial de su Primera sinfonía en Helsinki, el 26 de abril de 1899. Al año siguiente hizo una concienzuda revisión de la partitura, haciéndola más concisa, y es así como se escucha hasta nuestros días.
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ
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Versión: Orquesta de París. Paavo Järvi, director.