JEAN SIBELIUS (1865-1957)

Sinfonía No. 1 en mi menor, Op. 39

  • Andante, ma non troppo – Allegro energico
  • Andante (ma non troppo lento)
  • Scherzo (Allegro)
  • Finale (Quasi una fantasia)

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La importancia de Sibelius en el sinfonismo de la historia de la música occidental reside en haber construido un sólido puente entre la tradición sonora del siglo XIX con vistas a un nuevo siglo, nutrido por corrientes estéticas diversas. Pero más valioso aún es el hecho que haya querido forjar para él y para Finlandia –su patria- una estética musical personalísima. En cualquier rincón que se observe de su catálogo podremos sentir la defensa de la identidad finlandesa sin caer en un abuso patriotero.

La inauguración de la producción sinfónica de Sibelius ocurrió en el otoño de 1898 en tiempos en que Finlandia se encontraba aún bajo el yugo de los rusos; imperaba un ambiente tenso en el que la población finlandesa había organizado un movimiento de liberación a través del enaltecimiento de los valores nacionales, principalmente en el arte y la cultura como principales instrumentos emancipadores. Aunque el compositor nunca quiso ligar los acontecimientos políticos de su patria con su manifiesto artístico, hubo quienes etiquetaron a sus dos primeras Sinfonías de un acendrado tinte patriótico.

Lo que sí es evidente en la Primera sinfonía de Sibelius es la entrada a un mundo muy personal que, aunque tenía ciertas conexiones con el romanticismo europeo del siglo XIX, ya despunta a un nuevo horizonte que está construido sobre un patrón cíclico (cuyo antecedente inmediato podría palparse en la Sinfonía de Cesar Franck [1822-1890]). Gracias a ese patrón cíclico es que Sibelius logró moldear sus Sinfonías transformando y expandiendo los esquemas clásicos.

Para llegar a este punto de su crecimiento estético, Sibelius empezó a forjar desde antes su lenguaje mediante la concepción de sus obras sinfónicas inspiradas en el Kalevala, el ciclo mitológico surgido en su país, como Kullervo, la suite Lemminkäinen y el poema sinfónico Finlandia. Esta última partitura es contemporánea de la Primera sinfonía, trazada al tiempo en que ya era considerado el máximo autor finlandés.

Pero Sibelius también era conocido en ese entonces en las más altas esferas sociales e intelectuales de su patria. Ello no lo salvó de pasar por tiempos angustiosos, económicamente hablando. Ya era el padre de tres pequeñas hijas producto de su matrimonio con Aino Järnefelt (1871-1969), quien provenía de una destacada familia conocida por sus apegos nacionalistas. Afortunadamente, el gobierno de su país premió sus logros con un estipendio anual de 2,000 marcos que, aunque era una cantidad ciertamente baja, le permitió trabajar con cierta holgura.

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«La danza de la vida». Edvard Munch. 1899-1900

La Primera sinfonía de Sibelius es su primera obra orquestal sin un título programático. Sin embargo, la idea inicial del autor era llamarla “Un diálogo musical” y bajo esa idea rectora pensó proporcionar a cada movimiento de la obra con un carácter particular; a saber, el del primer movimiento sería: «Sopla fríamente, el clima frío del mar” (supuestamente tomado de una canción sueco-finlandesa); “Heine (El abeto del norte sueña con la palmera del sur)” para el segundo (relacionado con un poema de Heinrich Heine [1797-1856]); “Saga de invierno” y “El cielo de Jorma” para las secciones siguientes, cuya inspiración vino de El cuento de invierno de William Shakespeare (1564-1616) y de una novela de Juhani Aho (1861-1921) cuyo subtítulo era por demás sobrecogedor: “Descripciones de la batalla final entre el Cristianismo y el Paganismo en Finlandia”. Entonces ¿sí es una Sinfonía con contenido programático? En realidad, ninguno de estos caracteres son expuestos de manera implícita en la partitura, aunque si escuchamos la música con atención nos daremos cuenta que cada una de sus partes está guiada por esos motivos. Basta decir que Sibelius se definió en una carta a su esposa como “pintor del sonido”.

La Sinfonía empieza con un dramático solo de clarinete, que expone algunos de los temas sobre los que se desarrolla la obra. La apasionada entrada de los violines y toda la sección de cuerdas delinea el panorama general de esta sección, con emocionantes exabruptos en los metales, delicadas líneas dibujadas por los alientos madera y destellos repentinos en el arpa. El segundo movimiento está trazado en la forma de un rondó, pero –al escucharlo- cualquiera podría pensar que se trata de una canción de amor y cuyo germen puede encontrarse en los movimientos lentos de las primeras Sinfonías de Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893). Viene después un scherzo, virtuoso y pulsante, enraizado en los épicos scherzi brucknerianos; aquí, la sección central es de contornos pastoriles, para regresar al tema principal del movimiento que cierra con cohesión y brío. El final abre con un arrebatado discurso de las cuerdas, reminiscente del solo de clarinete que comienza la Sinfonía, que  se transforma en música vigorosa, febril, y culmina con un emocionante manifiesto orquestal que parece decirnos: “el mundo sinfónico del siglo XX ha llegado”.

Sibelius dirigió el estreno mundial de su Primera sinfonía en Helsinki, el 26 de abril de 1899. Al año siguiente hizo una concienzuda revisión de la partitura, haciéndola más concisa, y es así como se escucha hasta nuestros días.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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MÚSICA

Versión: Orquesta de París. Paavo Järvi, director.

 

JEAN SIBELIUS (1865-1957)

Concierto para violín y orquesta en re menor, Op. 47

  • Allegro moderato
  • Adagio di molto
  • Allegro, ma non tanto

Dibujo finlandés representando a Sibelius de niño tocando su violín sobre una roca

Si conocemos, aunque sea de forma un tanto relativa, la producción especialmente sinfónica del finlandés Jean Sibelius, sabremos que muchas de sus partituras están imbuidas en dos factores importantísimos: la geografía y las leyendas de su país natal. Ambos factores pueden determinar, en cierta medida, el contenido de su Concierto para violín, aunque algunos dizque entendidos, ajenos a Sibelius, han sido quienes han plagado a la partitura de motes y sobrenombres, algunos de los cuales están enfocados a la evocación de la Naturaleza y otros a la añoranza por la juventud perdida.

Sin embargo, la imagen más propicia para “visualizar” este Concierto es la que propone Bernard Jacobson (n. 1936) al mencionar que desde muy niño Sibelius fue un experto violinista. En este sentido hay que decir que el autor fue integrante de uno de los mejores cuartetos de cuerda de Finlandia pero que, aunque conocía muy bien su instrumento, solamente escribió un Concierto para violín. Imagine, entonces, al niño Sibelius con su violín, sentando en una gran roca que dominaba un inmenso y pacífico lago cercano a su primer hogar. Lo único que podía escucharse en lontananza eran los trinos de los pajarillos, el rumor de los árboles con el viento, se sentía la ligera brisa que provocaba un pequeño oleaje en el lago… y se escuchaba al niño Sibelius tocando su violín en eterna armonía con la naturaleza que lo rodeaba.

Sibelius en su juventud

Si bien esta imagen del compositor puede recrearse gracias a nuestra volátil (o tal vez febril) imaginación en alguna de las secciones del Concierto de Sibelius (quizá en los dos primeros movimientos), la realidad es que con dicha partitura el finlandés alcanzó uno de los momentos más prósperos en su creación artística. El Concierto para violín se encuentra en el mismo rango creativo de la Segunda sinfonía, que él concibió en Italia en 1901. El Concierto, por su parte, fue compuesto en el verano de 1903, amalgamando en él su refinado conocimiento de la técnica violinística y sus impresionantes dotes expresivas en el discurso orquestal, dando como resultado una obra de impresionante lirismo, contornos dramáticos y, de cierta forma, gran melancolía. Dicha concepción estaba muy clara en la mente del autor, sobre todo al haber declarado alguna vez lo siguiente: “No debe olvidarse la estupidez increíble de la mayoría de los virtuosos (naturalmente que no me refiero a las grandes y gloriosas excepciones). Hay que tener eso presente no solamente al escribir los pasajes solistas, sino tal vez más aún en la elaboración de los pasajes puramente orquestales de la partitura. Hay que evitar especialmente largos preludios e interludios, y esto se refiere muy especialmente a los conciertos para violín. ¡Hay que pensar en el pobre público!”

Victor Nováček, encargado de estrenar el Concierto para violín de Sibelius

Al momento en que Sibelius compuso esta obra el violinista Willy Burmester (1869-1933), a la sazón concertino de la Orquesta de Robert Kajanus (1856-1933), se le ocurrió comentar a la prensa: “Sibelius ha escrito un Concierto que me ha dedicado. Voy a tocarlo aquí en Helsinki el año próximo”. Sin embargo, el 8 de enero de 1904 quien fue el encargado de estrenar la obra en Helsinki fue Victor Nováček (1875-1914), mientras que el otro fanfarrón se limitó a tocar en alguna otra ocasión el Concierto de Tchaikovsky (1840-1893). El director en aquel estreno fue el propio Sibelius quien, al escuchar su flamante partitura desde el podio, decidió que ésta necesitaba una extensa revisión. Debido a ello, ésta permaneció intacta hasta 1905, una vez que Sibelius había concluido dicha revisión y edición (si escuchamos la versión original del Concierto, notaremos cambios realmente dramáticos en muchas de sus secciones, apareciendo en momentos como una obra casi completamente diferente), y fue publicada hasta 1907 con una dedicatoria al virtuoso húngaro Franz von Vecsey (1893-1935).

La versión final del Concierto fue estrenada en Berlín con la Filarmónica de aquella ciudad, bajo la dirección de Richard Strauss (1864-1949), y teniendo como solista a Karel Halíř (1856-1909). Ello ocurrió el 19 de octubre de 1905. Sibelius escribió a este respecto: “Mi Concierto recibió su bautizo de fuego en Alemania en un concierto de la Singakademie. Como ejemplo del extraordinario cuidado de Strauss para tocar obras de otros compositores contemporáneos, debe  mencionarse que dedicó tres ensayos de la orquesta para estudiar el acompañamiento. Pero el Concierto para violín lo requiere.”

La importancia capital de este Concierto de Sibelius en el repertorio violinístico de la historia es indudable. Louis Biancolli (1907-1992) señaló: “A pesar de su carácter fuertemente moderno y forma sonora modificada, la partitura de Sibelius pertenece a la tradición romántica del concierto tipo siglo XIX. Las llamadas ‘atmósferas épicas’, así como las vertientes folklóricas, le dan una relevancia muy suya. La oposición del violín y orquesta es casi única a causa de sus contrastes meditativos y abruptos, a lo que se suman las resonancias rapsódicas y juglarías remotas, especialmente en el primer movimiento. Pero la técnica, los clímax graduales, el surgimiento del drama sonoro, sus temas y los aleteos en el registro agudo contribuyen todos a darle una marcada afinidad con otros clásicos del repertorio de finales del período romántico.”

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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Jean Sibelius: Concierto para violín y orquesta

Versión: Leonidas Kavakos, violín. Orquesta Sinfónica de Lahti. Osmo Vänskä, director.

JEAN SIBELIUS (1865-1957)

Sinfonía No. 5 en mi bemol mayor Op. 82

  • Tempo molto moderato – Allegro moderato (ma poco a poco stretto) – Vivace molto – Presto – Più Presto
  • Andante mosso, quasi allegretto – Poco a poco stretto – Tranquillo – Poco a poco stretto – Ritenuto al tempo I
  • Allegro molto – Misterioso – Un pochettino largamente – Largamente assai – Un pochettino stretto

“Algunos dan a sus oyentes complicados cocktails. Yo, a los míos, sólo ofrezco agua fresca.”

Sibelius

Al referirnos a la historia de la humanidad, siempre citamos a los grandes héroes que de muchas maneras dieron libertad a los pueblos del mundo, a aquellos estadistas visionarios, los valientes guerreros de la patria, uno que otro “soldado desconocido” que se tiñó las manos de sangre para salvar vidas y valores de su país, entre muchos otros modelos de “salvador” que podemos contar por doquier y, afortunadamente, por miles. Así, los nombres de Gandhi, Nelson Mandela, Thomas Jefferson, Benito Juárez, Simón Bolívar, José Martí, Martin Luther King, et al, son ejemplos suficientes de los héroes en la historia. Por otra parte, el héroe nacional de Finlandia no es un hombre de acero, ni un soldado con bayoneta en mano que salvara a miles con una bandera desgarrada en el pecho. Resulta que aquel país tan fascinante tiene como orgulloso paladín a alguien quien defendió la identidad finlandesa no con fuego, sino con papel pautado, una buena pluma, alma sensible y una mente conectada perfectamente a los sonidos que sólo un gran artista podría imaginar.

Jean Sibelius en 1918

Así es: Jean Sibelius es considerado hasta la fecha por sus compatriotas como uno de los máximos libertadores de la expresión musical de su país ante el mundo. Su efigie aparece en gran cantidad de timbres postales finlandeses, su casa -hoy convertida en museo- es lugar de visita obligada para quienes desean saber más de la cultura local, además de que una de las principales plazas de la hermosa Helsingfors (Helsinki) se distingue por una gran escultura en su honor. Y lo más hermoso de todo: no hay un solo niño que desde pequeño ignore quién fue Sibelius.

Por su parte, la música de este compositor es un símbolo nacional, en especial su Poema sinfónico Finlandia, considerado -con justicia- como un segundo himno patrio. Obvio es pensar que otras partituras de este genial músico también sean parte viva de la historia finlandesa por la influencia que hay en ellas de leyendas populares nórdicas, como las cuatro leyendas del Kalevala, La hija de Pohjola, Kullervo y Tapiola entre otras, que retratan fielmente la vida, paisajes, costumbres y misterios finlandeses desde tiempos que difícilmente escapan a la memoria.

Sibelius también fue un buen pianista y para dicho instrumento produjo decenas de partituras, muchas de las cuales están basadas en canciones folklóricas. Además, su Concierto para violín es uno de los puntos álgidos de su catálogo.

La sustancia fundamental de la producción de Sibelius reside en siete Sinfonías que colocan al autor en un panteón de sinfonistas tan célebres como Haydn, Mozart, Beethoven, Brahms, Schumann, Schubert, Tchaikovsky, Bruckner, Dvorak, Mahler, Vaughan Williams, Prokófiev, Shostakóvich, Nielsen y (aunque les pese a varios taimados) Carlos Chávez.

Cada una de las Sinfonías de Sibelius es un compendio muy individual y pleno de madurez del oficio de escribir en un género tan peculiar. Él dijo alguna vez: “Cada una de mis Sinfonías tiene su propio estilo. Tengo que trabajar muy duro para conseguirlo.”

De hecho, para este hombre una Sinfonía no era una composición más, sino todo un “credo” en las cambiantes etapas de la vida, así como consideraba que escribir una de ellas significaba “un deber ético”. El mensaje de cada una de estas partituras se concreta en la posición del hombre en la naturaleza, sirviéndola y respetándola más que tomando ventaja de ella con actitudes hostiles y destructivas. Esta postura estética debe apelar más que nunca a nuestra sensibilidad del siglo XXI.

En el caso de la gestación de su Quinta sinfonía, Sibelius pasó por un momento doloroso y muy extenso, como consecuencia de los difíciles años que vivió la humanidad durante la Primera Guerra Mundial. Igualmente, esos años de depresión estuvieron complementados con el rechazo del público europeo por su música –vaya usted a saber por qué-, y la desaparición de su pensión estatal.

Finlandia alcanzó la independencia en 1917, y con la terrible Guerra Civil que se desató ahí hacia 1918 fue casi un milagro que Sibelius y su familia lograran sobrevivir recluidos en el sur finlandés controlado por los “rojos”. Es por ello que en ese período Sibelius sólo compuso la Sinfonía que nos ocupa, en un acto de autocrítica que denotaba su madurez artística. Los primeros bosquejos de la obra datan de 1912 aunque el trabajo comprometido en la partitura comenzó en el año 1914, con vistas a tener lista la obra para el cumpleaños número cincuenta del músico.

Sibelius escribiendo su Quinta sinfonía en su estudio (1915)

En contraste al difícil expresionismo y absoluta introspección que imperan en su Cuarta sinfonía, la Quinta resultó ser el producto de un ideal de vida poderoso y extrovertido, imbuido en un espíritu religioso panteísta. Una de las imágenes que quedaron clavadas en la mente de Sibelius y que cristalizan en su partitura, fue observar a dieciséis cisnes que emprendían el vuelo migratorio en la primavera de 1915, sobre lo cual comentó: “¡Fue una de mis grandes experiencias! ¡Dios mío, qué belleza! ¡El misticismo de la naturaleza y lo doloroso de la vida!… nada me conmueve tanto como esos cisnes…”. Es de notarse cómo Sibelius interpretó esta imagen emocionante en sonidos, quizá en el evocativo inicio de la Quinta a cargo de los cornos.

La primera versión de la Sinfonía fue terminada a tiempo para el concierto con el que la comunidad artística finlandesa celebraba el cincuentenario de vida de Sibelius, el 8 de diciembre de 1915. Sin embargo, el compositor estaba decidido a seguir trabajando en la partitura hasta alcanzar la perfección. Al año siguiente de este acontecimiento escribió: “De regreso con la Sinfonía V. Estoy luchando con Dios. Quiero dar a esta obra una forma distinta, más humana.”

Una segunda edición de la obra fue presentada un año después del estreno de la primera versión, en 1916. Pero en realidad le tomó a Sibelius unos tres años más para concluir la obra como la conocemos en nuestros días. En 1919 el compositor señaló: “El primer movimiento de la Quinta sinfonía es una de las mejores cosas que haya escrito. ¡Cómo pude estar tan ciego!”. Dicha versión final recibió su estreno mundial el 24 de noviembre de ese mismo año.

La obra es un inmenso himno a la vida y la esperanza por mejorar día con día. Esa llamada inicial de los cornos es melancólica pero también está plena de convicción, sentimiento que poco a poco se desarrolla genialmente y con más nostalgia aún en el movimiento central. El final de la Sinfonía es definitivamente un canto de amor a la existencia humana, con ese motivo ascendente y descendente que se escucha (otra vez) en los cornos, bien definido por mi amigo Brennan como “el imponente oleaje de un mar nórdico”, y que poco a poco y al ser retomado por la orquesta crea una tensión que se resuelve en seis golpes orquestales espaciados, geniales.

¿Acaso escuchar la música de Sibelius no nos invita de una manera viva, vibrante, a la reflexión obligada del fin del milenio? ¿No es cierto que estos sonidos nos acercan a la música del mar, las estrellas, los bosques, los animales, la tierra y todas las cosas del universo en movimiento constante? Vale la pena sentir cómo fluye esta obra con nuestra sangre en un inmenso torrente de paz y regocijo.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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Jean Sibelius: Sinfonía No. 5 en mi bemol mayor Op. 82

Versión: Orquesta Sinfónica de Lahti. Osmo Vänskä, director.