RALPH VAUGHAN WILLIAMS (1872-1958)

Una sinfonía de Londres

Sinfonía núm. 2 en sol mayor

  • Lento – Allegro risoluto
  • Lento
  • Scherzo (nocturno) – Allegro vivace
  • Andante con moto – Allegro – Epílogo
Ralph-Vaughan-Williams

Ralph Vaughan Williams, ca. 1897

Ralph Vaughan Williams es considerado como el más importante compositor en Inglaterra después de la muerte de Henry Purcell (1659-1695). Y al considerársele así, los entendidos de la música británica no sólo reconocen el inmenso valor de las partituras de Vaughan Williams, sino que lo colocan en tan envidiable lugar al encontrar en su música un legado netamente inglés, impregnado en gran medida por los sonidos folclóricos de su país, como también lo hicieron autores de diversas latitudes a fines del siglo XIX y principios del XX. Así, al dar un repaso al catálogo de obras de Vaughan Williams nos fascinamos con la incorporación ejemplar de la música popular a partituras como la Fantasía sobre Greensleeves, sus Sinfonías (excepto en la Cuarta y la Sexta), el Concerto grosso para cuerdas, la Suite de canciones folclóricas inglesas, la Suite aristofánica Las avispas, sus dos Rapsodias Norfolk y en su creación camerística (Sonata para violín, Quinteto para cuerdas, Seis canciones para chelo y piano), y fundamentalmente en su aportación coral. De tal manera, escuchar la música de Vaughan Williams es escuchar a una Inglaterra pasada y presente, flemática y elegante, rítmica y melancólica.

Vaughan Williams vivió en Londres prácticamente toda su vida y conocía perfectamente la ciudad, desde la más pequeña iglesia, salas de conciertos, teatros, salones de baile… era un lugar tan querido para él, donde vivía la mayoría de sus amistades y seres queridos. Ese Londres que habían pintado Claude Monet (1840-1926) y Camille Pissarro (1830-1903); un Londres aún sumergido en la niebla y con serios problemas de tráfico por los carruajes tirados por caballos; esa distinguida ciudad dibujada por Gustave Doré (1832-1883) y narrada por Charles Dickens (1812-1870). Londres de la majestad de la Abadía de Westminster y del potente y conmovedor sonido de las campanadas del Big Ben.

Al contraer nupcias con Adeline Fisher (1870-1951) en 1897, Vaughan Williams ocupó un acogedor estudio en el ático del número 13 de Cheyne Walk en el barrio londinense de Chelsea, desde cuya ventana podía apreciar en perspectiva el Támesis y el Parque Battersea. Eran los tiempos en que a él le gustaba dar largos paseos a la orilla del Támesis y sentarse en algún lugar arbolado para fascinarse con el entorno. Pero, de propias palabras de Vaughan Williams, él consideraba que el campo era únicamente para pasar las vacaciones y que la “vida real” ocurría en Londres. Entonces, es muy probable que su primera Sinfonía completamente instrumental (su Sinfonía del mar del año 1910 fue escrita en forma de oratorio más que de sinfonía) y su primera partitura orquestal de envergadura, fuera un profundo y emocionante homenaje a la gran capital inglesa.

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Vista aérea de Londres, ca. 1900

Pero esta Sinfonía (bautizada como Una sinfonía de Londres) debe su origen a alguien muy cercano a su autor: el compositor George Butterworth (1885-1916). Vaughan Williams escribió sobre una velada que compartió con Butterworth en 1911: “Justo al momento en que estaba por retirarse me dijo en una forma abrupta, característica de él: ‘Sabe, usted debería escribir una sinfonía.’ Desde ese momento, la idea de una sinfonía –algo que siempre expresé que nunca intentaría- comenzó a dominar mi mente.” Para esos días, Vaughan Williams había comenzado a bosquejar un poema sinfónico sobre Londres, y que encontró más influencias creativas en la pintura y la literatura; él conocía bien las escenas impresionistas londinenses de Monet, así como admiraba enormemente el último capítulo de la novela Tono-Bungay (1908) de Herbert George Wells (1866-1946), llamado “La noche en alta mar” y en el que el Támesis aparece como el máximo símbolo de Inglaterra.

En julio de 1911 Vaughan Williams le escribió al editor de canciones folclóricas Cecil Sharp (1859-1924): «Estoy en medio de un gran trabajo, y a menos que me quede atascado en él, no quiero dejarlo», por lo que es muy probable que los bosquejos sinfónicos los haya comenzado desde 1910.

Según el destacado estudioso de este compositor, Michael Kennedy (1926-2014) en la Sinfonía en ciernes existen otras influencias como “la riqueza (de la música de) Elgar, la paleta instrumental de Debussy (*), el naturalismo de Petrushka de Stravinsky. Sin embargo, a pesar de todo ese eclecticismo, casi cada compás proclama la individualidad del compositor e ilustra la aplicación práctica de su convicción de que un compositor inglés debe ‘tomar y purificar’ las formas de la expresión musical que eran parte de la vida de la Nación y ‘elevarlas al nivel del gran arte –niños bailando al son de un organillo… los gritos de los vendedores ambulantes’.”

Es por ello que Kennedy se refiere a esta partitura como “una Sinfonía verista” (**) y que, en su momento, no agradó mucho a los seguidores de Vaughan Williams por aparentar ser música más pucciniana que inglesa, y parecía ajena a los preceptos del compositor de salvar la música inglesa desde sus orígenes.

A partir de los bosquejos que ya había trazado previamente, Vaughan Williams trabajó arduamente en lo que, en un principio, llamó “Sinfonía de un londinense” entre 1912 y 1913 y fue escuchada por primera vez en la Queen’s Hall de Londres, el 27 de marzo de 1914 bajo la dirección de Geoffrey Toye (1889-1942), como parte de uno de los Conciertos de Música Moderna organizados por Francis Bevis Ellis (1883-1916), impulsor de los jóvenes talentos ingleses. Al día siguiente del estreno, el cercano colega de Vaughan Williams, Butterworth, le escribió una breve nota a su amigo diciéndole que estaba “terriblemente contento de que por fin haya logrado algo digno de sus dones… Realmente le aconsejo que no altere una sola nota de la Sinfonía. La música en su conjunto es tan definida que un poco de meandros ocasionales es agradable en lugar de lo contrario. En cuanto a la orquestación, francamente no entiendo cómo todo sale tan bien, todo suena bien, así que no hay nada más que decir.”

Por su parte, Gustav Holst (1874-1934), también amigo cercano de Vaughan Williams, le escribió una carta después del estreno en la que decía: “Usted ha probado la superioridad musical de Inglaterra frente a Francia.  Me pregunto si se dio cuenta qué inútil y cursi suena Ravel después de su Epílogo (de la Sinfonía).”

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El domicilio de Vaughan Williams en Cheyne Walk (Chelsea), y que habitó desde 1905 durante los siguientes 24 años.

Y aunque la Sinfonía de Londres de Vaughan Williams obtuvo un gran recibimiento del público en su estreno, y a pesar de las halagadoras notas que le hicieron llegar Butterworth y Holst a su amigo, el compositor no se sintió del todo satisfecho con el resultado en general. Coincidentemente, unas semanas después le envió la partitura al director Fritz Busch (1890-1951) a Aachen, Alemania, para su eventual estreno en aquellas latitudes. Y para ¿mala fortuna? de Vaughan Williams, el manuscrito enviado desapareció al estallar la Primera Guerra Mundial en julio de ese año. Dado que ya se habían agendado algunas interpretaciones adicionales de la Sinfonía en el verano de 1914, el autor tuvo que recurrir a varios colegas (entre ellos, Butterworth y el director Toye) para reconstruir la obra tomando como referencia las partes de orquesta que se usaron en el estreno y que permanecieron en poder del músico.

Mientras todo ello ocurría, Vaughan Williams acudió al llamado de su Soberana y se enlistó en el Cuerpo médico del Ejército Real al comenzar la Primera Guerra Mundial. Aunque para entonces ya contaba con 42 años de edad, ese no fue impedimento para que sirviera a su patria como chofer de ambulancias en el frente de batalla, tanto en Francia como en Grecia.

Pero no sólo él se alistó en el ejército: muchos de sus amigos y colegas también lo hicieron, como George Butterworth. Justo a la mitad de la contienda armada, Butterworth participó en el cuerpo de granaderos al servicio de la Gran Bretaña en la ahora recordada Batalla del Somme (en el norte de Francia). Aunque al inicio de esa Batalla fue ligeramente herido, él continuó sus labores militares hasta la madrugada del 5 de agosto de 1916, cuando el ejército alemán avanzó en el territorio del Somme y, en el fuego cruzado, Butterworth recibió un disparo en la cabeza de un francotirador. Tenía 31 años de edad y su cuerpo sin vida, enterrado en la trinchera por sus compañeros, nunca fue recuperado.

Al recibir las noticias del asesinato de su querido amigo, Vaughan Williams quedó devastado. Pero eso no le impidió seguir participando activamente en el campo de batalla. Hacia 1917 fue nombrado Teniente de la Artillería Real y estuvo de alguna forma activo hasta el armisticio en 1919 como Director de música de la Primera Armada de Inglaterra. Tristemente, la cercanía del sonido de los disparos y bombardeos provocó en Vaughan Williams un severo desorden auditivo que, con los años, se hizo irreversible.

Regresando a la Sinfonía de Londres, ésta se escuchó nuevamente –desde su estreno y totalmente reconstruida- en febrero de 1918 bajo la batuta de Sir Adrian Boult (1889-1983). Vaughan Williams estaba por abandonar pronto sus responsabilidades militares por lo que estuvo presente en dicho concierto. Boult programó una nueva presentación de la Sinfonía en marzo siguiente pero Vaughan Williams le pidió que esperara pues era el momento preciso para que comenzara la revisión a conciencia de la versión original. De tal suerte, la Sinfonía de Londres fue publicada con todos esos cambios en 1920 con una dedicatoria que reza: “A la memoria de George Butterworth”. Muchos analistas refieren que la nueva “cara” que tomó la Sinfonía con sus revisiones y varios cortes se convirtió no sólo en un homenaje a la capital inglesa sino al colega del autor muerto en combate.

Las revisiones de la obra continuaron en la década de 1930 y hasta unos años antes de la muerte del compositor: en total, Vaughan Williams recortó unos 20 minutos de la obra original y es la forma como hoy la conocemos y escuchamos.

En una nota al programa de 1920, Vaughan Williams escribió: “La música pretende ser auto expresiva y debe permanecer como ‘música absoluta’.”

big ben

La Sinfonía emerge de la bruma con una introducción lenta y melancólica, y se escuchan (casi espectralmente) los carrillones de Westminster sonando el cuarto de hora, una visión que finalmente se disuelve en las páginas silenciosas del Epílogo. El primer movimiento, propiamente dicho, comienza con un gran arrebato, un caleidoscopio de fragmentos melódicos que sin duda evoca el espíritu de Londres, lleno de diversos camafeos e incidentes, pero durante el desarrollo encontramos un pasaje tranquilo que, por su serenidad intrínseca es –paradójicamente- el clímax del movimiento. Del mismo modo, en el sereno movimiento lento, que Vaughan Williams denominó “Bloomsbury Square en una tarde de noviembre», se percibe un retrato del Londres Eduardiano, con tintineos que recuerdan a un típico taxi Hansom y casi pueden escucharse los gritos de un vendedor de lavanda. Por su parte, Butterworth había dicho que esta sección era “un idilio de cielos grises y senderos aislados”.

El escurridizo Scherzo es descrito por Vaughan Williams como un «nocturno». Es el terraplén del Támesis hecho música; escuchamos los lejanos sonidos del Strand (***) y sus grandes hoteles a un lado y, al otro lado del río, el sonido más crudo y más viril de las calles con sus luces encendidas y llenas de gente. El director de orquesta Albert Coates (1882-1953) imaginó a Vaughan Williams escuchando el murmullo lejano de los barrios pobres a través del río. «Parece que escuchamos risas lejanas», escribió, «y también, de vez en cuando, lo que parecen voces de sufrimiento. De repente, una ‘concertina’ estalla por encima del resto; luego oímos unos cuantos compases en una zanfoña.»

El movimiento final está dominado por dos secciones con ritmo de marcha, separadas por un enérgico Allegro. Después de la catarsis sonora, los carrillones de Westminster son emulados por el arpa, y lo cual nos lleva directamente al epílogo final que es una especie de resumen espiritual y musical de la Sinfonía; hemos cerrado un círculo, que evoca el flujo inexorable del silencioso río Támesis y la nieblas como metáfora de alguna profunda verdad espiritual. Al final, un violín toca suavemente una última reminiscencia del tema. Los alientos se alzan en un dócil y majestuoso acorde y luego, como si llegara el amanecer, el acorde final de los metales nos sumerge nuevamente en las aguas del legendario Támesis.

Hacia el final de su vida, Vaughan Williams citó la antes mencionada novela de H.G. Wells, Tono-Bungay, en las últimas páginas de esta Sinfonía:

Luz tras luz se apaga. Inglaterra y el Reino, Gran Bretaña y el Imperio, los viejos orgullos y las viejas devociones, se deslizan en vuelo, a popa, se hunden en el horizonte, pasan. El río pasa, Londres pasa, Inglaterra pasa…

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

MÚSICA

Versión: Orquesta Filarmónica Real de Liverpool. Vernon Handley, director.


Notas:

(*) Basta comparar el inicio de la Sinfonía de Londres con la introducción de El mar de Debussy y con algunos pasajes de sus Nocturnos para orquesta.

(**) El “verismo” es aquella postura estética que llegó a la literatura a mediados del siglo XIX y con la que se deseaba plasmar una visión más realista del mundo a través del arte, por muy cruda que esta pudiera parecer. La intención de este Realismo en la ópera era alejar las historias fantásticas y cuentos de hadas de los escenarios para mostrar la vida con todos sus matices y de forma directa. Ergo: Carmen de Georges Bizet (1838-1875) es la primera ópera de corte realista. Tuvieron que pasar tres lustros hasta que el Realismo llegara a Italia y recibiera el nombre de “verismo”, siendo sus principales exponentes Ruggero Leoncavallo (1858-1919), Pietro Mascagni (1863-1945) y Giacomo Puccini (1858-1924).

(***) The Strand es una popular vía pública londinense cercana al río Támesis, y que une las “Cities” (distritos) de Westminster y London, desde la Plaza Trafalgar. Además de que muchos poetas y escritores como Ralph Waldo Emerson (1803-1882), Virginia Woolf (1882-1941) y Dickens vivieron en The Strand, sus mansiones y palacios son muy característicos y que hoy albergan a los mejores hoteles, clubs y restaurantes del mundo. Desde 1706, la famosa tienda de tés Twinings se encuentra en The Strand.