CÉSAR FRANCK (1822-1890)

Sinfonía en re menor

  • Lento; Allegro non troppo
  • Allegretto
  • Allegro non troppo

A mi amigo Eduardo Neri (1963-1997)

Cesar Franck

César Franck nació en Lieja, Bélgica, y residió en París desde los 26 años de edad cuando contrajo nupcias con la señorita Desmousseux -hija de una famosa actriz francesa-. Franck propició un renacimiento extraordinario en la música francesa hacia finales del Siglo XIX. De hecho, poco después de concluida la Guerra Franco-Prusiana fue fundada en París la Sociedad Nacional de Música el 25 de febrero de 1871, y en la que sus destacados miembros (Camille Saint-Saëns, Gabriel Fauré y el propio Franck) tenían como responsabilidad principal difundir el trabajo de los compositores vivos de ese país. Su bandera fundamental: Ars Gallica.

No sólo la clara demostración de la lucha de Franck por los principios del arte sonoro francés lo colocó en lugar de privilegio entre los intelectuales franceses, sino que su tarea como profesor de las nuevas generaciones de músicos (entre ellos Ravel), su célebre desempeño como organista de la Iglesia de San Juan-San Francisco en Marais (y posteriormente en la Basílica de Santa Clotilde), y la inacabable belleza de sus partituras lo convierten en una figura musical primordial de las postrimerías del Siglo XIX.

Hombre de claro pensamiento, sencillo, optimista e indiferente a los seres mezquinos que le llegaron a rodear, refleja su personalidad con naturalidad a través de su música: la serenidad de su espíritu, sus profundas convicciones religiosas, el idealismo y un misticismo innato. David Ewen asegura que “(Franck) tomó de otros sólo lo que le era útil: la técnica del leitmotiv -o idea conductora- de Wagner; la polifonía de Bach; la técnica pianística de Liszt; el estilo de la variación de Schumann. Pero éstos fueron vehículos para un fin: la proyección de una belleza poética y la realización de una iluminación espiritual en la música que, en su mayor parte, se convierte en un tipo de revelación que puede encontrarse en las obras finales de Beethoven. El arte de Franck, dijo su alumno Vincent D’Indy, tiene ‘claridad verdadera y serenidad luminosa. Su luz fue totalmente espiritual…’”.

Posiblemente el elemento fundamental de la producción de Franck reside en su individualidad y de forma particular en su propio método estructural, que hoy es conocido como “forma cíclica” y en la que varias frases generadoras o fragmentos melódicos crecen en melodías completamente desarrolladas, transformación posible a partir de las dinámicas, ritmo o armonía.

Lo mejor del catálogo de Franck se encuentra, sin lugar a dudas, en sus poemas sinfónicos Las Eólidas, Redención, El cazador maldito, Les Djinns (esos pequeños duendes-genios buenos-malos) y Psique; sus Variaciones sinfónicas para piano y orquesta; el Oratorio Las beatitudes; su Sonata para violín y piano; sus Tres corales para órgano; la hermosa pieza pianística Preludio, Coral y Fuga; su Quinteto con piano en fa menor; y de manera especial la única Sinfonía que escribiera en su vida, concebida -por cierto- casi al final de su existencia.

Franck al órgano

La terrible manzana de la discordia entre las partituras de Franck resultó ser esa única Sinfonía, tratada con especial inconformidad y oídos sordos por algunos de sus colegas y críticos de la época al momento de su estreno en 17 de febrero de 1889. Todo comenzó con la total insatisfacción de la Orquesta del Conservatorio de París durante los ensayos previos a la primera ejecución de su Sinfonía. Se dice que sus integrantes se negaban a tocar una sola nota de la partitura. Al correr dichos rumores por las calles parisinas, el entonces director del citado Conservatorio, Ambroise Thomas, también metió su cuchara con la obra de Franck y reafirmó su desagrado por la Sinfonía al comentar que no le cabía en la cabeza por qué Franck utilizó un corno inglés en un pasaje importante del segundo movimiento de la obra. “¿Quién ha escrito algo similar?” sentenció al referirse -curiosamente- a uno de los pasajes más hermosos que alguna vez fueran escritos en la literatura sinfónica.

Pero este desagradable asunto no termina ahí. Charles Gounod se sintió muy “chucha cuerera” y dio su personal opinión de la Sinfonía de Franck: “es la afirmación de la incompetencia empujada por duraciones dogmáticas”. Estará usted de acuerdo que un comentario de este tipo no puede ser tomado muy en serio viniendo de alguien que únicamente escribió en su vida dos sinfonías y, por cierto, nada geniales.

Y para concluir esta cuestión tan áspera era obvio que el público francés, siempre rarito para sus gustos musicales, no entendió el fantástico universo sonoro de Franck, estructurado sobre una base lógica, perfecta, y con elementos que apelan a lo más importante de su creatividad.

Pero, ¿qué dijo Franck al terminar su Sinfonía? Uno de sus alumnos relató que el compositor salió del teatro “radiante”, y simplemente expresó: “sonó bien, justamente como pensé que sonaría”. Con ello percibimos el alma humilde de este hombre quien no tuvo ningún rencor sobre los buitres que quisieron hacer carroña de una obra plena de belleza, dramatismo y altamente emotiva.

La Sinfonía de César Franck tiene un desarrollo muy natural desde su introducción sombría y que va cambiando poco a poco en carácter e intensidad. Algunos críticos señalan que las armonías que usa Franck en el primer movimiento están directamente relacionadas con sus geniales obras para órgano. Los temas presentados son de gran fuerza; el primero de ellos lleno de virilidad, seguido por varias ideas alrededor de ese tema y del de la introducción: uno tiene carácter tierno, otro cuenta con una expresión poderosa “de fe y esperanza” (Ewen), y el último es escuchado en el corno francés y los alientos.

Posiblemente el movimiento favorito de todos los públicos en esta partitura lo constituye el segundo, cuyo melancólica melodía en el corno inglés, retomada posteriormente por el clarinete y el corno francés, provoca sensaciones tan encontradas que sería imposible traducir a palabras.

La última sección abre con optimismo y que posteriormente se transforma en una evocación de la melodía del movimiento anterior y más tarde aparecen los temas fundamentales de la Sinfonía para llevar a una conclusión magistral.

Así pasen los años y los gustos del público sigan transformándose en direcciones contrapuestas a lo que estábamos acostumbrados, estoy seguro de que no podremos permitir que -en el desarrollo de las artes sonoras- sigan propiciándose ataques tan terribles como el que sufrió Franck. ¡Qué lástima que ese compositor haya vivido tan poco después del estreno de su Sinfonía! Pero valió la pena que su primer y único esfuerzo en dicho género sea tan valioso, auténtico, y signifique -en su conjunto- la síntesis de su pensamiento artístico.

 

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Cesar Franck: Sinfonía en re menor

Versión: Orquesta Sinfónica de Boston. Seiji Ozawa, director. 

IGOR STRAVINSKY (1882-1971)

Petrushka. Burlesque en cuatro escenas

  • Escena primera: La feria del Carnaval
  • Escena segunda: Petruchka
  • Escena tercera: La celda del moro
  • Escena cuarta: La feria del Carnaval al anochecer

 

Boceto para el primer cuadro de Petruchka por Benois

Boceto para el primer cuadro de Petrushka realizado por Alexandre Benois

Fue en febrero de 1909 cuando Alexander Siloti (1863-1945) estrenó en San Petersburgo una obra orquestal de un joven alumno de Nikolai Rimski-Kórsakov (1844-1908): los Fuegos de artificio de Igor Stravinsky. El público quedó gratamente impresionado con la brillante orquestación de Stravinsky, quien manifestaba claras influencias de su profesor. El célebre empresario de los Ballets Rusos, Sergei Diaghilev, se encontraba entre el público, y no dudó un solo instante para invitar a Stravinsky a colaborar con su compañía realizando varios ballets. Sus primeros trabajos incluyeron la instrumentación de varias piezas de Chopin (1810-1849) y Grieg (1843-1907), y poco tiempo después Diaghilev le solicitó un ballet sobre la legendaria historia rusa del Pájaro de fuego. De hecho, la oferta se la había hecho el empresario a otro compositor, Anatol Liadov, pero como era bien sabido -entonces y ahora- Liadov era un flojonazo de primera y tardó varios siglos para cumplir con el encargo. El ballet de Stravinsky estuvo listo para su estreno el 25 de junio de 1910 en la Ópera de París en la temporada de los Ballets Rusos.

A partir de ese momento es cuando podría ser válido preguntarnos: “¿Qué habría ocurrido si…?” A lo que quiero llegar es que si Stravinsky nunca hubiera conocido a Diaghilev, probablemente nunca habrían surgido partituras como El pájaro de fuego, La consagración de la primavera y Petrushka. Nuevamente la incógnita: aunque la genialidad de Stravinsky fue (y es) básica para el desarrollo musical del siglo XX en occidente, ¿habría sido lo mismo en caso de no haber escrito estos tres ballets? ¿Se hubiera vuelto tan famoso a tan joven edad? Bien reza la voz popular que “las cosas pasan por algo”, eso que ni qué. Y el destino tenía muy bien trazada la senda que habrían de caminar juntos Stravinsky y Diaghilev.

¿Qué ocurrió después del enorme éxito de El pájaro de fuego?: El empresario decidió darle una nueva oportunidad al casi desconocido Stravinsky para que escribiera otro proyecto que cristalizó en lo que hoy se conoce como La consagración de la primavera. Su estreno (escándalo artístico de proporciones guerreras, hoy por todos conocido) tuvo lugar hasta mayo de 1913 en París. En esos tres años, entre un ballet y otro, el compositor quiso tomarse un pequeño respiro para “refrescarse a si mismo”, como llegó a declarar, y se puso a trabajar en una obra concertante para piano y orquesta. En el proceso creativo él confesó que: “Imagino una marioneta que súbitamente cobra vida y exaspera la paciencia de la orquesta con diabólicas cascadas de arpegios. Por su parte, la orquesta responde con plañideros toques en los metales que, al llegar a su auge, provocan la caída al suelo de la pobre marioneta.” Stravinsky quiso ponerle un nombre a este protagonista por lo que eligió el de Petrushka (Petrouschka o Petruchka… todas las acepciones son correctas), que es la típica figura de las antiguas ferias rusas y que encuentra sus paralelos en el “kasperl” alemán y el “arlecchino” italiano, y que combinan tanto el humor como la melancolía. Diaghilev tuvo conocimiento de este proyecto y, con ese instinto artístico feroz que lo caracterizó, le sugirió al compositor que olvidara esta pieza en su forma concertante y la transformara en un ballet, dado el enorme potencial que le veía en términos coreográficos. De tal manera Petrushka se estrenó el 13 de junio de 1911 por los decorados de Alexandre Benois (1870-1960) y la coreografía de Michel Fokine (1880-1942), contando en el papel principal a Vaslav Nijinski (1889-1950).

Stravinsky y Charles Chaplin (1937)

Stravinsky y Charles Chaplin (1937)

La acción de este ballet transcurre en la feria de la Semana Mayor en San Petersburgo. La primera y la cuarta escenas tienen lugar en el Carnaval, propiamente dicho; Stravinsky logró de forma genial pintarnos la escena con episodios musicales muy marcados que nos sugieren el paso de los campesinos, el caminar errático de algunos de ellos a quienes se les han pasado las copas y hasta un duelo de intérpretes de organillos. En el centro del escenario se encuentra un teatro de marionetas donde se presentan tres de ellas: Petrushka, la bailarina y el moro. Cobran vida al escucharse un dulce solo de flauta. Las escenas segunda y tercera representan la interiorización en cada uno de los personajes: visitamos el lugar donde Petrushka es depositado y conocemos los sentimientos de la marioneta. Él está enamorado de la bailarina y está tremendamente celoso del moro, quien es presentado en la escena tercera. En ella, el moro y la bailarina ejecutan una danza llena de humor (con un irónico vals basado tanto en un antiguo baile ruso y un vals de Josef Lanner -1801-1843-). Petrushka, muerto de celos, irrumpe en la celda del moro pero muy pronto es rechazado. Al llegar a la última escena, nuevamente con el ambiente festivo del Carnaval, el moro persigue a Petrushka entre la multitud y al alcanzarlo lo golpea y le provoca la muerte. El titiritero asegura al público que sólo son marionetas y que todo ha sido un espectáculo; pero en ese momento comienza a flotar sobre la feria el fantasma de Petrushka, concluyendo el ballet en una forma misteriosa.

Stravinsky mismo realizó una re-orquestación de la partitura en 1947

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Igor Stravinsky: Petrushka (Versión de 1947)

Versión: Orquesta Filarmonía de Londres. Esa-Pekka Salonen, director.

JEAN SIBELIUS (1865-1957)

Concierto para violín y orquesta en re menor, Op. 47

  • Allegro moderato
  • Adagio di molto
  • Allegro, ma non tanto

Dibujo finlandés representando a Sibelius de niño tocando su violín sobre una roca

Si conocemos, aunque sea de forma un tanto relativa, la producción especialmente sinfónica del finlandés Jean Sibelius, sabremos que muchas de sus partituras están imbuidas en dos factores importantísimos: la geografía y las leyendas de su país natal. Ambos factores pueden determinar, en cierta medida, el contenido de su Concierto para violín, aunque algunos dizque entendidos, ajenos a Sibelius, han sido quienes han plagado a la partitura de motes y sobrenombres, algunos de los cuales están enfocados a la evocación de la Naturaleza y otros a la añoranza por la juventud perdida.

Sin embargo, la imagen más propicia para “visualizar” este Concierto es la que propone Bernard Jacobson (n. 1936) al mencionar que desde muy niño Sibelius fue un experto violinista. En este sentido hay que decir que el autor fue integrante de uno de los mejores cuartetos de cuerda de Finlandia pero que, aunque conocía muy bien su instrumento, solamente escribió un Concierto para violín. Imagine, entonces, al niño Sibelius con su violín, sentando en una gran roca que dominaba un inmenso y pacífico lago cercano a su primer hogar. Lo único que podía escucharse en lontananza eran los trinos de los pajarillos, el rumor de los árboles con el viento, se sentía la ligera brisa que provocaba un pequeño oleaje en el lago… y se escuchaba al niño Sibelius tocando su violín en eterna armonía con la naturaleza que lo rodeaba.

Sibelius en su juventud

Si bien esta imagen del compositor puede recrearse gracias a nuestra volátil (o tal vez febril) imaginación en alguna de las secciones del Concierto de Sibelius (quizá en los dos primeros movimientos), la realidad es que con dicha partitura el finlandés alcanzó uno de los momentos más prósperos en su creación artística. El Concierto para violín se encuentra en el mismo rango creativo de la Segunda sinfonía, que él concibió en Italia en 1901. El Concierto, por su parte, fue compuesto en el verano de 1903, amalgamando en él su refinado conocimiento de la técnica violinística y sus impresionantes dotes expresivas en el discurso orquestal, dando como resultado una obra de impresionante lirismo, contornos dramáticos y, de cierta forma, gran melancolía. Dicha concepción estaba muy clara en la mente del autor, sobre todo al haber declarado alguna vez lo siguiente: “No debe olvidarse la estupidez increíble de la mayoría de los virtuosos (naturalmente que no me refiero a las grandes y gloriosas excepciones). Hay que tener eso presente no solamente al escribir los pasajes solistas, sino tal vez más aún en la elaboración de los pasajes puramente orquestales de la partitura. Hay que evitar especialmente largos preludios e interludios, y esto se refiere muy especialmente a los conciertos para violín. ¡Hay que pensar en el pobre público!”

Victor Nováček, encargado de estrenar el Concierto para violín de Sibelius

Al momento en que Sibelius compuso esta obra el violinista Willy Burmester (1869-1933), a la sazón concertino de la Orquesta de Robert Kajanus (1856-1933), se le ocurrió comentar a la prensa: “Sibelius ha escrito un Concierto que me ha dedicado. Voy a tocarlo aquí en Helsinki el año próximo”. Sin embargo, el 8 de enero de 1904 quien fue el encargado de estrenar la obra en Helsinki fue Victor Nováček (1875-1914), mientras que el otro fanfarrón se limitó a tocar en alguna otra ocasión el Concierto de Tchaikovsky (1840-1893). El director en aquel estreno fue el propio Sibelius quien, al escuchar su flamante partitura desde el podio, decidió que ésta necesitaba una extensa revisión. Debido a ello, ésta permaneció intacta hasta 1905, una vez que Sibelius había concluido dicha revisión y edición (si escuchamos la versión original del Concierto, notaremos cambios realmente dramáticos en muchas de sus secciones, apareciendo en momentos como una obra casi completamente diferente), y fue publicada hasta 1907 con una dedicatoria al virtuoso húngaro Franz von Vecsey (1893-1935).

La versión final del Concierto fue estrenada en Berlín con la Filarmónica de aquella ciudad, bajo la dirección de Richard Strauss (1864-1949), y teniendo como solista a Karel Halíř (1856-1909). Ello ocurrió el 19 de octubre de 1905. Sibelius escribió a este respecto: “Mi Concierto recibió su bautizo de fuego en Alemania en un concierto de la Singakademie. Como ejemplo del extraordinario cuidado de Strauss para tocar obras de otros compositores contemporáneos, debe  mencionarse que dedicó tres ensayos de la orquesta para estudiar el acompañamiento. Pero el Concierto para violín lo requiere.”

La importancia capital de este Concierto de Sibelius en el repertorio violinístico de la historia es indudable. Louis Biancolli (1907-1992) señaló: “A pesar de su carácter fuertemente moderno y forma sonora modificada, la partitura de Sibelius pertenece a la tradición romántica del concierto tipo siglo XIX. Las llamadas ‘atmósferas épicas’, así como las vertientes folklóricas, le dan una relevancia muy suya. La oposición del violín y orquesta es casi única a causa de sus contrastes meditativos y abruptos, a lo que se suman las resonancias rapsódicas y juglarías remotas, especialmente en el primer movimiento. Pero la técnica, los clímax graduales, el surgimiento del drama sonoro, sus temas y los aleteos en el registro agudo contribuyen todos a darle una marcada afinidad con otros clásicos del repertorio de finales del período romántico.”

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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Jean Sibelius: Concierto para violín y orquesta

Versión: Leonidas Kavakos, violín. Orquesta Sinfónica de Lahti. Osmo Vänskä, director.