Sinfonía No. 5 en re menor, Op. 47
- Moderato
- Allegretto
- Largo
- Allegro non troppo
A principios de la década de 1930 el Partido Comunista en la Unión Soviética comenzó a hacerse cargo de todas las actividades artísticas que ocurrían en aquella nación. Para el grupo de los escritores, Maxim Gorky (1868-1936) expuso su concepto de lo que era el “realismo socialista” en 1934; y en el caso de los compositores se les explicó el término de esta forma:
“La principal atención de los compositores soviéticos debe estar dirigido hacia los victoriosos principios progresivos de la realidad, hacia todo lo que sea heroico, brillante y hermoso. Esto distingue al mundo espiritual del hombre soviético y debe estar personificado en escenas musicales de belleza y fuerza. El realismo socialista requiere una lucha implacable en contra de la negación popular de las negaciones modernistas que son típicas de la decadencia del arte burgués, contra la sumisión y servilismo hacia una cultura burguesa moderna.”
El 22 de enero de 1934 ocurrió el estreno de la ópera Lady Macbeth en Mtsensk de Shostakóvich con un éxito bastante aceptable; al año siguiente el compositor concibió su Cuarta sinfonía y durante los ensayos fue que sobrevino el terrible primer ataque oficial hacia su música. Las sesiones de ensayo fueron canceladas y Shostakóvich explicó que no estaba satisfecho con el final y sometería la partitura a revisión, mientras la realidad es que sospechó que se vendrían muchos problemas para su figura como creador soviético.
La realidad es que la Cuarta de Shostakóvich se alejó de sus tres Sinfonías anteriores, siendo las Segunda y Tercera claros homenajes a los preceptos soviéticos, ensalzando el carácter de lucha social. La Cuarta era otra cosa: el espíritu de Gustav Mahler (1860-1911) habitaba en esta música, amén de una complejidad temática cimentada en una orquestación monstruosa.
Y aunque el estreno de Lady Macbeth hubiera sido un éxito público, los censores la tuvieron bajo la lupa y comenzó a gestarse el primer golpe devastador del Estado Soviético en contra de esta obra, así como de su ballet El arroyo límpido, al grado de ser arrestado para que se le “leyera la cartilla” de lo que en realidad debería componer. Y ello ocurrió pues al dictador Iósif Stalin (1878-1953) se le ocurrió asistir a una presentación de la ópera pues le parecía extraño que tuviera tanto éxito con el público. Antes de que empezara el último acto decidió abandonar el teatro. “Caos en lugar de música”, así empezó el ataque en contra de Shostakóvich publicado en Pravda – el órgano oficial de prensa- el 28 de enero de 1936. Lady Macbeth en Mtsensk fue retirada del escenario, se le re-bautizó con el nombre de Katerina Ismailova y tuvo que esperar algún tiempo para ser exonerada.
El ataque oficial que tuvo que soportar Shostakóvich, en el que se le responsabilizaba de un “formalismo decadente”, incluyó frases tan encantadoras como “rugidos chillantes y trituradores”, “discordancias neuropáticas”, “celebración formalista pequeño-burguesa” y –la cereza del pastel- “absolutamente carente de significado político”.
Pero eso era tan sólo lo que le pasaba a Shostakóvich. Imaginemos esa época en la que se cometían actos tan atroces como ejecutar a un hombre simplemente por recibir un par de zapatos del extranjero, o un doctor que fue arrestado por haber dado consulta al cónsul de Alemania; el compositor que aún no cumplía treinta años de edad se convirtió en persona “non grata” y comenzó a sufrir la humillación de sus propios conciudadanos. Si sus vecinos lo veían caminar por la calle se cambiaban de acera. Él casi no tenía dinero y su esposa estaba embarazada y el terror de que lo llevaran preso por ser “enemigo del pueblo” le hizo preparar una pequeña maleta con algunas pertenencias por si ocurría lo peor.
De tal manera, Shostakóvich tuvo claro que debía ajustarse a la moral comunista (aunque no le pareciera) y que debía cumplir con los preceptos del Estado Soviético con música de fácil comprensión. Durante todo un año sólo pudo producir una obra con esas características, las Cuatro romanzas sobre textos de Alexander Pushkin (1799-1837); la primera de ellas se llama Renacimiento, que describe a un bárbaro despiadado quien, con un pincel grueso, oscurece sobre un cuadro pintado por un genio. Sólo con el paso del tiempo esta superficie se seca y se cae lentamente, revelando la obra maestra original en todo su esplendor. Tuvieron que pasar muchos años para que fuera comprendida esta Romanza en su justa dimensión.
Después de esa obra, y para tratar de reponerse totalmente del golpe emocional, fue que Shostakóvich se puso a trabajar en la que sería su Quinta sinfonía en abril de 1937 y que llevaba el epígrafe: “Respuesta de un artista soviético a una crítica justa”. Tanto con su nueva partitura (y con aquel epígrafe) el músico buscaba ser “rehabilitado” ante los ojos oficiales. En septiembre de ese año terminó la Sinfonía y se dice que el movimiento lento lo escribió únicamente en tres días para tenerlo todo listo y poner la partitura a la consideración de la Unión de Compositores Soviéticos para su aprobación.
Así, el estreno de la Quinta sinfonía de Shostakóvich ocurrió el 21 de noviembre de 1937 en la entonces Leningrado (hoy San Petersburgo) con la Filarmónica de aquella ciudad y la dirección de Yevgeny Mravinsky (1903-1988), quien en ese entonces era un músico poco conocido. El triunfo para Shostakóvich fue inmediato: el público aprobó con una estruendosa ovación la flamante partitura (lo que las autoridades atribuyeron a que el compositor había llenado la sala sólo con sus seguidores y familiares), lo que también ocurrió en su estreno en Moscú el 29 de enero siguiente con la Sinfónica Estatal de la URSS y la batuta de Alexander Gauk (1893-1963).
Antes del estreno absoluto, Shostakóvich dio unas declaraciones a una publicación, en la que se leía:
“El nacimiento de la Quinta Sinfonía fue precedido por un período prolongado de preparación interna. Quizás debido a esto, la escritura real de la Sinfonía tomó un tiempo comparativamente corto… El tema de mi Sinfonía es el desarrollo del individuo. Vi al hombre con todos sus sufrimientos como la idea central de la obra, que tiene un espíritu lírico de principio a fin; el final resuelve la tragedia y la tensión de los movimientos anteriores con una nota alegre y optimista.”
Lo más curioso de la aprobación de esta obra es que caía en varios “pecados” que contravenían la ideología soviética: esta Sinfonía es una afirmación del formalismo, del individualismo y de la abstracción por sus vínculos (más que evidentes) con la forma sonata y la expresión personalísima de un drama que habita en ella. Además, no existen en esta música elementos nacionalistas o folclóricos. A pesar de que Shostakóvich se “brincó” a ojos vistas a las autoridades, quienes jamás tendrían dos dedos de frente para percatarse que el compositor les estaba dando una gigantesca cachetada con guante blanco, él logró dejar para la posteridad el documento vibrante de un artista perseverante en sus ideales.
Es importante hacer notar que Shostakóvich no quiso extralimitarse con su Quinta sinfonía; por ello, su orquestación no es tan monstruosa como la de su Sinfonía anterior, logró que el desarrollo de sus temas no fuera tan complejo.
Para nuestros oídos, el inicio del primer movimiento no es otra cosa más que una declaración de protesta, enunciada con gran valor, seguida por episodios que fluyen entre la esperanza y la desesperación que son constantes durante todo el movimiento. Shostakóvich nos lleva a un mundo de extrema soledad; la sección central parecería un ejército grotesco que viene marchando y que se va convirtiendo en algo similar a una máquina infernal cuyo alocado viaje nos llevará inevitablemente hacia una catástrofe. De pronto, aparece un acto de voluntad sobrehumano y se alza una reafirmación del tema inicial, que ahora suena con un sentimiento de liberación, el rompimiento de las cadenas frente a los opresores. Llega la calma y aquel ejército se ha esfumado; sólo queda la nostálgica melodía de un violín y los distantes destellos de una celesta. ¿Será que esta lucha por la libertad aún no ha terminado?
Posiblemente, Shostakóvich hubiera querido bromear en un mundo tan difícil como este con su segundo movimiento; un scherzo que, desde su inicio en las voces graves de las cuerdas, también tiene tintes de protesta. Así, hay parodias a valses y ritmos bailables. “¿Cómo poder bailar si aún llevo grilletes en mis tobillos?”, parece decirnos esta música.
El tercer movimiento es música llena de miedos, desértica, como lo que se dijo alguna vez de la poetisa Anna Akhmátova (1889-1966): “Su boca es aquella por la que lloran cien millones de personas”. La sensación es de un dolor insostenible, pero la música no es del todo desconsolada, simplemente suena desde lo más profundo del ser humano. Cuando escuchamos este movimiento lento bien podríamos reflexionar en los siete millones de almas inocentes ejecutadas bajo las órdenes de Stalin entre 1935 y 1941. Las voces desamparadas del arpa y la celesta nos llevan a una conclusión desoladora: “¿Por qué?”
El final de la Sinfonía comienza con un episodio brutal; la batalla que habíamos pensado terminada se reaviva; la tensión regresa, los embates sicológicos parecen latigazos y golpes de bayoneta. Pero después de tanto terror, aparecen las voces de los violines, con una línea ondulante casi imperceptible. Este episodio es muy similar –musicalmente hablando- al monólogo de Pimen del Acto I de la ópera Boris Godúnov de Modest Mussorgsky (1839-1881); ahí, el viejo monje que está escribiendo la historia de Rusia en un monasterio, está a punto de escribir un episodio revelador, la verdad absoluta de cómo Godúnov ascendió al trono. En el caso de Shostakóvich, parece que con esta diáfana línea en los violines también quiera compartirnos alguna verdad. De pronto, hay un momento luminoso, que el autor tomó prestado de Renacimiento, aquella Romanza con texto de Pushkin citada líneas atrás. ¿Será que aquella verdad que nos quiere contar Shostakóvich es –como dice el poema de Pushkin- “la belleza de la pintura original será visible una vez más”? Se escuchan las arpas, como en señal de esperanza. La verdad es indiscutible: las mentiras de Stalin están a la vista. La coda de este movimiento es una victoria frente al dictador y que parece resonar en las palabras que Shostakóvich escribió en el libro Testimonio, sus memorias: “Es como si alguien te golpeara con un palo y dijera que tu trabajo es gozoso, tu trabajo es gozoso. Te levantas tembloroso y te vas murmurando, nuestro trabajo es gozoso, nuestro trabajo es gozoso.”
En 1937, mientras Shostakóvich concebía su Quinta sinfonía, la ciudad española de Guernica había sido bombardeada por alemanes e italianos que se unieron a los nacionalistas en la Guerra Civil Española; en Inglaterra fue coronado el rey Jorge VI (1895-1952) en la Abadía de Westminster y J.R.R. Tolkien (1892-1973) publicó El Hobbit; y en Estados Unidos Walt Disney (1901-1966) estrenó Blanca Nieves y los siete enanos, el primer largometraje de dibujos animados de la historia. Una época verdaderamente sugerente.
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ
Descarga disponible:
Versión: Real Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam. Bernard Haitink, director.