SAMUEL BARBER (1910-1981)

Adagio para cuerdas

Casi al final de su vida, Samuel Barber relató en una entrevista radiofónica con Robert Sherman (n. 1932) en WQXR de Nueva York: “Siempre fui muy afortunado en general (…) siempre tuve directores de orquesta (como intérpretes) perfectamente maravillosos.”

Y ello viene a cuento pues, siendo aún estudiante y queriendo comerse el mundo a grandes bocados, partió a Italia junto con quien fue su compañero de toda la vida, Gian Carlo Menotti (1911-2007), para visitar al muy admirado –y temido, por supuesto- director de orquesta Arturo Toscanini (1867-1957). La visita ocurrió en agosto de 1933 en la villa del director, en la Isola di San Giovanni, una de las cuatro islas del Lago Maggiore, en “uno de los lugares más románticos que uno pudiera imaginar” según palabras del propio Barber.

El reporte de tan histórico momento para un par de compositores veinteañeros nos indica que pasaron el rato con Toscanini en la terraza de su villa, conversando sobre el Orfeo de Monteverdi (1567-1643) y Pársifal de Wagner (1813-1883). Al final del encuentro, el director de orquesta le confió a Barber que estaba dispuesto a dirigir una obra suya. La sorpresa fue inmediata, pues era vox populi que Toscanini no tenía interés por los compositores contemporáneos de la época (como Bartók [1881-1945], Berg [1885-1935] o Schönberg [1874-1951]) y mucho menos en los estadounidenses. Sólo había dirigido la Segunda sinfonía –la apodada “Romántica”- de Howard Hanson (1896-1981). Cuando Barber le escribió las buenas noticias a su tío Sidney Homer (1864-1953) la respuesta fue: “Suena demasiado bien para ser verdad, y lo tienes porque lo has logrado y lo mereces. Lo importante ahora es que escribas algo para Toscanini que exprese la profundidad y sinceridad de tu naturaleza, y probablemente tu gratitud por vivir y trabajar.”

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De izq. a der.: Aaron Copland, Samuel Barber y Giancarlo Menotti. circa 1945. 

Pero ni la promesa de Toscanini fue inmediata ni la obra solicitada a Barber surgió “ipso facto”. Fue hasta 1937, durante el Festival de Salzburgo, que resurgió la propuesta de Toscanini al escuchar él la Primera sinfonía de Barber bajo la dirección de Artur Rodzinski (1892-1958); fue así que decidió estrenar una de sus obras en la Temporada invernal de la recientemente creada Orquesta Sinfónica de la NBC.

Ante las buenas nuevas, Barber decidió poner cierta velocidad a un Ensayo para orquesta que estaba escribiendo, con la idea de enviárselo a Toscanini. Su idea primordial con esta pieza era contrastar con su Primera sinfonía y darle coherencia al material utilizado de una forma más compacta.

En este punto es importante mencionar que, antes de que se escuchara su Primera sinfonía en Salzburgo (y que le dio cierto renombre), Barber se hizo acreedor a una Beca de viaje Pulitzer junto con el Premio de Roma en su edición estadounidense. Gracias a ello pasó algún tiempo en Roma, y durante la primavera de 1936 decidió partir a Lugano y después a Salzburgo. Fue muy afortunado en poder rentar un chalet enclavado en los bosques en St. Wolfgang, a unos cuantos kilómetros de Salzburgo. Rodeado de la indudable belleza del lugar es que escribió su Cuarteto para cuerdas Op. 11, que fue estrenado algunos meses después en Roma.

En el proceso creativo del Ensayo para orquesta destinado a Toscanini (que, por cierto, tomó más tiempo del que se hubiera pensado… pues Barber era un compositor algo perezoso para entregar sus encargos a tiempo), el autor decidió tomar el movimiento Molto adagio de su Cuarteto para cuerdas y convertirlo en un Adagio a cinco partes. La biógrafa de Barber, Barbara B. Heyman, anotó que uno de los amigos del compositor, Gama Gilbert (1906-1940), sugirió el arreglo del Adagio y que Barber mismo intituló, en primera instancia, Ensayo para cuerdas.

Y así, Barber se tomó la libertad de mandar no una obra, sino dos: el Ensayo para orquesta y el arreglo para cuerdas del Adagio de su Cuarteto. Justo antes de que Toscanini partiera a su descanso veraniego en su palaciega villa, envió a Barber ambas partituras de regreso sin ninguna carta o anotación. Barber y Menotti visitarían nuevamente al director durante la vacación… pero ante ese gesto que Barber consideró muy ofensivo no quiso ver al Maestro y le pidió a Menotti que él fuera a visitarlo.

En el encuentro, conversaron:

-Bueno ¿y dónde está su amigo Barber?

-Me temo que no se siente bien.

-No le creo. Está perfectamente bien. Está enojado conmigo. Dígale que no lo esté. No voy a dirigir una de sus obras. Voy a dirigir las dos que me envió.

Al enterarse Barber de la feliz noticia, le regresó el alma al cuerpo. Lo que no sabía es que Toscanini ya había leído ambas partituras y las había memorizado por completo; por ello no hubo necesidad de volver a verlas hasta el primer ensayo previo al estreno.

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Samuel Barber y Giancarlo Menotti en su casa llamada «Capricorn», alrededor de 1950.

La noche del 5 de noviembre de 1938 fue realmente histórica: para el joven compositor de West Chester que contaba tan sólo con 28 años de edad; para Toscanini quien dirigiría música de un estadounidense ante un público radiofónico a nivel nacional; y para la NBC que transmitiría por vez primera música de un estadounidense.

El crítico Olin Downes (1886-1955) reseñó sobre este estreno lo siguiente:

“El señor Barber puede sentirse agradecido por dichos estrenos bajo tal dirección. El Adagio… no es música pretenciosa. Su autor no tiene la intención de posar ni de tomar una postura especial en su partitura. Él escribe con un propósito definido, un objetivo claro y sentido de la estructura…

“Una larga línea, en el Adagio, está bien sostenida. Hay un arco de melodía y forma. La composición es más sencilla en los clímax cuando desarrolla que el más sencillo acorde o figura es lo más significativo… Este es el producto de una naturaleza musicalmente creativa… que no deja nada sin hacer para conseguir algo tan perfecto en masa y detalle como lo permite su artesanado.”

A partir de ese momento, Barber se convirtió en una verdadera celebridad mundial gracias a su breve, pero intenso, Adagio para cuerdas. Y pronto fue llevado por Toscanini a varias giras en Europa y América Latina. Además, provocó comentarios de colegas compositores como William Schuman (1910-1992) quien dijo que: “Si el Adagio para cuerdas hace el efecto que provoca, es porque es una pieza de música perfecta”. Y, por su parte, Virgil Thomson (1896-1989) señaló: “Pienso que es una escena de amor… muy detallada… una escena de amor suavemente exitosa. No dramática, sino satisfactoria”.

Hoy día podemos decir que el Adagio de Barber es la pieza del siglo XX más tocada y reconocida en el orbe. Ello permitió que se hicieran algunos arreglos de la misma: uno para coro mixto sobre el texto del Agnus Dei, realizado en 1967 por el propio Barber, uno para coro de clarinetes de 1964 hecho por Lucien Callet (1891-1985), otro para alientos de John O’Reilly (n. 1940) y uno más para órgano de William Strickland (1914-1991), sin contar las aproximaciones electrónicas recientes de William Orbit (n. 1956) y DJ Tiësto (n. 1969).

También es cierto que cualquier obra de arte que logra tal nivel de comprensión y disfrute popular es fácil presa de la carroña de los medios de comunicación y de sus brillantes productores. Probablemente a muchos de ellos les pareció que el Adagio es música propia de un funeral; por ello, se escuchó en las transmisiones televisivas que anunciaron la muerte de personajes como Franklin D. Roosevelt (1882-1945), John F. Kennedy (1917-1963), Lady Diana Spencer (1961-1997), y fue incluido en las exequias de Grace de Mónaco (1929-1982) y de Albert Einstein (1879-1955). Quizá uno de sus interpretaciones más emotivas y dolorosas fue cuando Leonard Slatkin (n. 1944) dirigió (fuera de programa) el Adagio en el último concierto de la Temporada 2001 de los PROMS de la BBC en el Royal Albert Hall de Londres,  exactamente un día después del ataque al World Trade Center de la ciudad de Nueva York.

Y según Gian Carlo Menotti, de haber vivido Barber hubiera repudiado y hasta puesto una demanda cuando en 1986 el director cinematográfico Oliver Stone (n. 1946) se le ocurrió incluir el Adagio en una escena “asquerosamente” sangrienta de la cinta Pelotón.

Sí: esta es música emotiva, hermosa, perfecta. Y aunque no nos agrade, obras de arte tan grandes como esta encajan en cualquier situación y logran conmover de diversas maneras a quienes las escuchan.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

P.D.- Por cierto… se preguntarán qué opinión tuvo del público y los críticos el Ensayo para orquesta que se estrenó junto con el Adagio en 1938. Bueno: pues nadie lo tomó en cuenta… sucumbió ante el fascinante, divino, tierno e inmortal Adagio para cuerdas.

Descarga disponible:

VERSIÓN PARA ORQUESTA DE CUERDAS

Real Orquesta Nacional de Escocia. Marin Alsop, directora.

VERSIÓN CORAL

Coro del New College de Oxford. Edward Higginbottom, director.

 

REMO GIAZOTTO (1910-1998)

Adagio “de Albinoni” en sol menor

Esta historia nos traslada a un imaginario programa de concurso de la televisión, en el que los asistentes casi se golpean y se sacan las vísceras con tal de contestar correctamente la pregunta que ha hecho el conductor(a): “Por la cantidad de 1 millón de pesos, conteste correctamente: ¿quién compuso el Adagio de Albinoni?” Y se escuchan gritos y sollozos declarando el apellido “¡Albinoni!!” como la respuesta irrefutable.

“¡Pésimamente mal contestado!”, se escucha en la impostadísima voz del (la) presentador(a). Un profundo “¡uhh!” se escucha por todo el estudio y (obviamente) a nivel nacional. El premio se ha quedado pendiente para una mejor ocasión. Pero, como de pronto hay productores televisivos con algo (alguito) de cerebro, para evitar que se muestre en pantalla la evidente molestia del público asistente, entra un reportaje bien bonito sobre quién fue aquel compositor Albinoni. Así, con unas lindas escenas de Venecia y sus góndolas (e inundaciones), se escucha una gentil voz que narra: “Tomaso Giovanni Albinoni nació en Venecia en 1671 y murió en su ciudad natal en 1751. Al contar con unos padres acaudalados dedicados a la comercialización de papel, nunca necesitó buscar un puesto ni en la iglesia y mucho menos en la Corte, por lo que prefirió ser un ‘dilettante’ toda su vida. Compuso más de cuarenta óperas, así como varias Cantatas, Sonatas y piezas instrumentales. Todas las partituras de este prolífico compositor, llevan el sello de un artesano musical experto. Albinoni también fue violinista y cantante. Por cierto: Johann Sebastian Bach compuso cuatro Fugas para teclado basadas en las Sonatas Opus 1 de Albinoni.”

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Detrás de cámaras, el Director de programación monta en cólera en contra de la producción de la emisión: “A ver, a ver: “¿cómo que es incorrecto que Albinoni sea el autor del célebre ‘Adagio de Albinoni’, cómoooo?” “Pues sí señor”, afirma el culto productor, “no podemos permitir que a estas alturas del siglo XXI la gente siga engañada con esa historia.”

Acto seguido, y con un vaso desechable de café de por medio, el productor relata:

“La historia del ‘Adagio de Albinoni’ es muy similar a preguntar de qué color es el caballo blanco de Atila. En este caso se sorprenderá usted, querido señor, al saber que el único material original de Albinoni en esta architocada pieza es un bajo cifrado y fragmentos de una línea melódica para violín provenientes del movimiento lento de una Sonata en trío, supuestamente de Albinoni, sin número de opus. Si estos fragmentos sobreviven fue gracias al trabajo de Remo Giazotto, un célebre musicólogo nacido en Roma, quien además poseía grados universitarios en filosofía y literatura por la Universidad de Génova, además de haber estudiado piano y composición en el Conservatorio de Milán. Fue catedrático en Florencia y escribió varias biografías noveladas de compositores como Viotti, Vivaldi, Stradella y Albinoni.”

“Cuenta Giazotto” continúa el productor “que al terminar la Segunda Guerra Mundial obtuvo mucha música impresa al quedar destruidos los edificios de varias bibliotecas en Dresde; y así, revisando uno de los manuscritos que sobrevivieron, llegó a la conclusión que esos seis compases de una melodía fragmentada y la línea de bajo continuo eran de la autoría de Albinoni, y que probablemente escribió en 1708. De tal manera, Giazotto escribió una nueva versión de ese bajo continuo, le añadió una introducción y desarrolló con una maestría inusitada dos episodios melódicos que guardan cierta fidelidad al original, aunque están más cercanos al romanticismo postrero del siglo XIX que a la Venecia barroca de Albinoni. Como quiera que sea, Giazotto se refirió a su pieza como ‘Adagio en sol menor para cuerdas y órgano, sobre dos ideas temáticas y un bajo cifrado de Tomaso Albinoni’. La pieza se popularizó, pero es muy probable que el grueso del público e intérpretes, sintiéndose perezosos de pronunciar el nombre propuesto por Giazotto para su onírica partitura, todos simplemente redujeron el título a ‘Adagio de Albinoni’.”

“Tristemente, hay muchos factores que llevan a sospechar que Giazotto haya sido un farsante y escribiera una suerte de alegoría a la sensual música barroca italiana, pues aunque la Biblioteca de Sajonia en Dresde había sido destruida y de donde –supuestamente- se obtuvo el manuscrito original de Albinoni, habrá quedado reducida a ruinas, no ocurrió lo mismo con sus registros. Ahí consta que nunca estuvo archivado ningún manuscrito del veneciano. Eso sí: muy vivo Giazotto publicó la partitura de este Adagio con la casa Ricordi en 1958.”

“Mire, mire”, interrumpió el Director, al sentir que había vivido en el error toda su vida, “qué bueno que usted saque de sus dudas a todos, pero yo sigo insistiendo que esta pieza es tan hermosa y cercana a la magia veneciana del siglo XVIII. Por ello, creo que quien merece quedarse en su bolsa el premio del millón de pesos es usted. ¡Felicidades, buen hombre!”

Y así, después de esa historia contrahecha (como probablemente fue el caso de Giazotto al recuperar un manuscrito albinoniano que jamás mostró a los ojos públicos), sólo falta dejarse enamorar con esta música de exquisitos contornos, y –al mismo tiempo- guardar para nuestro disco duro que este “Adagio” no es totalmente de “Albinoni”. Y aun así, nos sorprendemos al ver cómo una virtual falsificación es motivo de clamor popular: se escucha dentro de las bandas sonoras de más de treinta películas (como Rollerball, Gallipoli, Fame y Flashdance), en programas de televisión y en anuncios publicitarios, así como ha sido recreado por The Doors, Richard Clayderman, Sarah Brightman, Lara Fabian y Muse, entre otros.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

MÚSICA

Versión: I Solisti Veneti. Claudio Scimone, director.