GIUSEPPE VERDI (1813-1901)

EN CONMEMORACIÓN DEL 118 ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DE GIUSEPPE VERDI (2019)

Vista de los funerales de Verdi. Luto Nacional en Italia

Giuseppe Verdi falleció en el Gran Hotel de Milán a las 2:50 PM del 27 de enero de 1901. Tenía ochenta y siete años de edad; en sus últimos momentos estuvo acompañado por sus más cercanos familiares, su amiga la soprano Teresa Stolz, sus editores Giulio y Tito Ricordi, Arrigo Boito (su último libretista) y uno de los más jóvenes colegas de Boito Giuseppe Giacosa, y su abogado, Umberto Campanari. Al momento en que fue anunciada su desaparición física una multitud se reunió en las calles aledañas al Hotel donde ocurrió el deceso. En menos de 24 horas todas las banderas de Milán portaban listones negros, los establecimientos comerciales cerraron sus puertas durante tres días en señal de luto y respeto. Los teatros hicieron lo propio y los periódicos publicaron ediciones especiales con el borde de sus páginas en negro. Posteriormente, a las 6 de la mañana del miércoles 30 de enero comenzó una larga procesión por todas las calles de la ciudad; se habla de que en ella se encontraban unas 200,000 personas, entre las que se pudieron ver no sólo a los habitantes del lugar y mucha gente venida de fuera para rendir un último homenaje al célebre compositor, sino también ahí estaban figuras importantes de la joven generación de músicos italianos: Puccini, Mascagni, Leoncavallo y Giordano. Los restos de Verdi fueron depositados temporalmente junto a los de su segunda esposa, Giuseppina Strepponi, en el Cementerio Municipal, pero pronto se hicieron planes para llevarlos a la capilla de la Casa de Reposo, una institución de caridad para cien músicos retirados que el mismo Verdi había fundado. Un mes después de su muerte se realizó el servicio fúnebre oficial, al que se dieron cita más de 300,000 personas, y en el que Arturo Toscanini dirigió el coro Va, pensiero de la ópera Nabucco, lo cual arrancó lágrimas de todos los presentes, desde la gente de la realeza hasta los italianos más modestos. Todos ellos lloraron y cantaron al unísono aquel coro que tanto ha caracterizado la libertad de la humanidad como a la estética verdiana en particular.

Al momento del deceso de Verdi su fama se había establecido con fuertes raíces en todo el globo terráqueo. Había ya accedido a un puesto totalmente eminente gracias a sus bien reconocidos logros artísticos, además de por su identificación con el espíritu de su propia gente, a quien animó, entretuvo y supo inspirar como pocos italianos durante casi más de sesenta años.

Giuseppe Verdi

La ópera italiana durante el siglo XIX era un espectáculo de gran entretenimiento para el público en general, pero también era considerado como un arte de altos vuelos, y al igual que sus predecesores (Rossini, Bellini y Donizetti), Verdi supo bien como combinar dichos propósitos, así como también lo hicieron Puccini y los de su generación. Además de esto, su nombre se convirtió en el sinónimo del patriotismo italiano no sólo por el contenido de algunas de sus primeras óperas (los coros de Nabucco y Los lombardos en la primera cruzada son definitivamente íconos de lo anterior) sino también por su reputación como un hombre que pertenecía al pueblo, alguien quien venía de una vida completamente provinciana hasta llegar a ser considerado como el personaje más importante de la vida cultural de su patria.

En el siglo XIX además del trabajo de Verdi, uno más fue importante en el campo de la ópera. Richard Wagner, nacido en el mismo año que Verdi, revolucionó no sólo ala ópera en si sino también el carácter y las formas del discurso musical de la cultura occidental, y aún en 1901, diecisiete años después de su muerte, todas sus propuestas y la estética wagneriana en todas sus formas eran los ejemplos a seguir por las nuevas generaciones.

En el caso de Italia, encontramos que tanto un nuevo estilo como una nueva estética habían remplazado al intenso romanticismo de la generación de Verdi con algo mucho más realista. Aunque el término ha sido malamente usado en ocasiones (el “verismo”) y que cobró auge con la presentación de Cavalleria rusticana de Mascagni en 1890 y de Payasos de Leoncavallo dos años más tarde, provocó que los asuntos dramáticos y el lenguaje musical anterior a ellos se mostrara algo pasado de moda.

Giuseppe Verdi

Verdi, también, como todo buen liberal del siglo XIX, fue un hombre que creyó en el progreso y hasta en su autocrítica algunas de sus primeras óperas dejaron de interesarle artísticamente: en más de una ocasión, en sus años de madurez, era bien sabido que no estaba contento en que dichas obras fueran revividas. Con Wagner en un lugar privilegiado y la ópera italiana en un rumbo de franca renovación, el arte de Verdi al momento de su muerte sufría de una falta de apoyo intelectual y crítico. Un pequeño grupo de sus obras era solicitado por el público, pero prácticamente la mayoría de sus primeras óperas habían desaparecido de los escenarios y muchos de sus títulos más importantes y originales –como Don Carlos y Simón Boccanegra– eran poco conocidos. Otello y Falstaff eran, por lo menos, reconocidas como obras de gran valor, aunque es notorio que sufrieron embates generados por la dificultad para su interpretación y el poco atractivo que se presentaba en las entradas a los teatros. De hecho, se dice que hasta su Misa de Réquiem –que hoy considerada como una de las grandes piezas corales religiosas de todos los tiempos- era relativamente poco tocada desde su estreno y hasta aproximadamente la década de 1930.

Parece un desafortunado lugar común que la reputación de cualquier compositor decline durante los 20 años posteriores a su muerte. Ello queda claro, en parte, al saber las intenciones de las casas de ópera alemanas (sí, curiosamente alemanas) alrededor de 1920 de volver las óperas de Verdi a los escenarios. Y en ese sentido, hubo varios promotores que defendieron a Verdi a capa y espada, como Franz Werfel, quien fue además el responsable de traducir al alemán Simón Boccanegra, La forza del destino y Don Carlos. Después de la Segunda Guerra Mundial, y especialmente al momento del cincuentenario luctuoso de Verdi en 1951, una considerable cantidad de las primeras óperas de este autor –muchas de las cuales no habían sido puestas en escena por más de setenta años- regresaron a la vida y, no sólo eso, también a ser respetadas como auténticas obras de arte. Lo más importante de este “revivir a Verdi” es que ocurrió en un momento histórico en el que el panorama cultural mostraba cambiante y más interesado en la vanguardia y la innovación. Ese camino de reconocimiento no se ha detenido hasta nuestros días, permitiendo que las nuevas generaciones conozcan cada vez más tanto las obras maestras del italiano como también las óperas “olvidadas”, con igual entusiasmo e interés. Es por ello, que los críticos y musicólogos afirman en decir, en cualquier rincón del orbe, que la música, la ópera, la personalidad de Verdi es más conocida y aún más respetada en este momento que en ningún otro en la historia. Si mientras él vivía y producía sus óperas que hoy conocemos, el fervoroso pueblo italiano encontró en las letras de su apellido un acróstico para “Vittorio Emanuele, Re d’Italia”, para poder gritar a todo pulmón en las calles “Viva Verdi!” en señal de aprobación por el músico y como un apoyo secreto –muy nacionalista- al entonces futuro rey de los italianos, hoy debemos gritar desde nuestras entrañas, desde nuestro corazón, un “Viva Verdi!” en reconocimiento a uno de los más grandes y sólidos autores operísticos desde que Claudio Antonio Monteverdi escribiera L’Orfeo en 1609.


Verdi a la batuta

Obertura de la ópera Las vísperas sicilianas

En muchas de sus óperas, Verdi recurrió a algunos hechos históricos como materia fundamental para sus libretos. Ese es el caso, por ejemplo, de Un baile de máscaras, La batalla de Legnano, Atila y Nabucco, entre otras. En el caso de Las vísperas sicilianas Verdi tomó el pasaje de la liberación de Sicilia del yugo francés. Este episodio comenzó en Palermo el 30 de marzo de 1282 con una terrible masacre protagonizada por los sicilianos al momento en que las campanas de las iglesias repicaban anunciando las vísperas del lunes de pascua. El libretista Temistocle Solera, colaborador de Verdi en óperas anteriores, hubiera hecho un mejor trabajo con esta historia; sin embargo, el escritor francés Eugène Scribe le fue impuesto al compositor para hacerse cargo del libreto. Las críticas de Verdi al respecto no paraban. Mas, en parte, el italiano debía de guardar silencio pues se encontraba residiendo en París y la Ópera de aquella ciudad es la que había solicitado la composición de Las vísperas sicilianas. Verdi, aún así, encontraba que Scribe y su colaborador Duveyrier habían utilizado el mismo texto en varias ocasiones (de hecho, se lo ofrecieron a Donizetti, pero no puedo terminar la ópera). Lo que más saltaba a la vista es que uno de los personajes centrales de Las vísperas… era Giovanni da Procida, uno de los más importantes agitadores del movimiento de liberación, un líder nato que se convirtió en canciller de Sicilia al concluir la revuelta, y Scribe dibujó a este personaje como si fuera un conspirador cualquiera, sin el peso que requería. Procida sólo cobra un momento de gran fuerza en la ópera cuando, celoso por la unión de Arrigo y Elena, incita a los sicilianos a atacar su procesión nupcial. Es decir, Las vísperas sicilianas unen la historia de amor de esta pareja (un joven y una duquesa) junto al asunto de la liberación siciliana como pretexto. El conflicto es mayor al saberse que Arrigo, un siciliano, es en realidad el hijo del gobernador francés. El muchacho se encuentra entre la espada y la pared al saber que un lazo sanguíneo lo une a los franceses, pero que no puede abandonar a su pueblo y su gente. Aunque al final de la ópera, el gobernador y los amantes mueren en medio de la sangrienta masacre (algo que, por cierto, nunca fue de la predilección de Verdi).

Con todos los problemas de libretista, historia, y otros, Verdi estrenó dicha ópera bajo el título francés Les vêpres siciliennes  el 13 de junio de 1855 en la Ópera de París, convirtiéndose en su primera ópera “francesa”. Más tarde, el 26 de diciembre de 1855 fue presentada en Italia como Giovanna de Guzman, sin una buena recepción, debido al tema altamente político que fue presa fácil de la censura italiana. Más tarde se le dio su nombre original en italiano, I vespri siciliani. En términos generales, ésta es –además- una de las óperas más ambiciosas que escribiera Verdi, junto a Don Carlos y Otello, incluyendo en ella un ballet de grandes proporciones. Debido a ello Las vísperas sicilianas dura algo más de tres horas (como Don Carlos), y su magnífica Obertura es una de las más largas e intensas de todas las que escribiera Verdi.

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Giuseppe Verdi: Obertura a Las vísperas sicilianas


Cartel del estreno de La traviata

Preludio al acto I de la ópera La traviata

Los elementos característicos de las óperas verdianas, como lo son un extraordinario sentido del lirismo, una instrumentación de alto calibre, un pertinaz uso de diversas formas y técnicas, así como el tratamiento fiel y sagaz de sus libretos, confluyen de manera genial en una de sus piezas más gustadas: La traviata (La perdida), estrenada el 6 de marzo de 1853 en el Teatro La Fenice de Venecia, que por cierto hoy día sigue reducido a cenizas. Para esta ópera Verdi tomó como texto la tragedia de Alejandro Dumas La dama de las camelias, que fue transformada en el libreto para la ópera por uno de los fieles colaboradores de Verdi: Francesco Maria Piave. En La traviata, Verdi se distingue como un “dramaturgo musical”, si se me permite el término, teniendo más arraigada en su mente la visión de los personajes y las situaciones que se entrelazan, antes que pensar en la capacidad vocal o la calidad del desempeño artístico de quienes encarnen a los personajes.

La historia gira alrededor de Violeta Valery, una cortesana que, aunque se niega a aceptarlo, está condenada a muerte por la tuberculosis. La ópera comienza en su palacete en París, a mediados del siglo XIX, durante un festín de altos vuelos. A ella llega un apuesto invitado, Alfredo Germont, quien canta con emoción al amor, la juventud y la vida en el célebre Libiamo ne’lieti calici. Violeta desea que sus invitados pasen al salón de baile al momento en que ella siente desvanecerse. Cuando todos se retiran al baile, Alfredo le externa a Violeta su preocupación por su salud, y aprovecha para declararle su amor. Al regresar los invitados, Alfredo se despide y Violeta no puede creer lo que ha escuchado. Tiempo después, Violeta y Alfredo se convierten en amantes. En la casa de campo de ella viene una terrible decepción para Alfredo, quien sabe y siente del intenso amor de Violeta. La mucama de la gentil dama le dice al joven que ella ha tenido que vender sus joyas para mantenerlo, lo cual provoca en Alfredo una gran humillación y corre a París para conseguir dinero. El padre del apuesto joven se entera y llega a la casa de Violeta con argumentos para hacerla sentir muy mal. Ella le habla al padre del enorme afecto que siente por su enamorado, pero el padre, aunque conmovido de tanto cariño, insiste en que la relación debe acabar. Violeta está de acuerdo y planea escribir una carta de despedida a su joven amante. Pero antes de que cierre la carta Alfredo llega de París y Violeta no resiste y tiene que declararle una vez más su amor eterno. Claro está, él ve la carta y se queda solo y despechado. Después de esa escena, nos encontramos en una fiesta más, esta vez en casa de Flora Bervoix, amiga de Violeta. Ésta última asiste con el barón Douphol pero también está en la fiesta su mismísimo “ex”. Los rivales amorosos se ponen a jugar cartas y la suerte le sonríe a Alfredo. Al tener el dinero en sus manos llama a todos los invitados y anuncia que en ese momento le pagará a Violeta todo el dinero que “invirtió” en él. Así, le lanza las ganancias a la cara de su alguna vez enamorada, quien –entre enferma y deprimida- está desesperada. Y así, la enfermedad hace presa de ella y hacia el final de la ópera está al borde de la muerte, sintiéndose sola y abandonada por el amor de su Alfredo. Pero… ocurre un milagro: llega el amado y le pide perdón. Pero… demasiado tarde: la suerte no podía estar ya del lado de Violeta, y muere en los brazos de su Alfredo, quien llora desconsolado.

La música que Verdi escribió para preludiar los actos I y III de La traviata es un fiel retrato de la desolación de la otrora bella y potentada Violeta, con su salud en decadencia y echando la vista a los buenos días del pasado. El tema principal del Preludio al acto I está basado en material que Verdi utilizó en el impresionante arranque de pasión de Violeta (escuchado en el acto II) en el que ella le ruega a Alfredo casi de rodillas, diciendo “Amami, Alfredo, quant’io t’amo… Addio”, aunque en el Preludio se escucha de una forma elegante, serena.

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Giuseppe Verdi: Preludio al acto I de La traviata


Caricatura de Verdi

Obertura de la ópera La fuerza del destino

En 1859 fue estrenada la ópera Un baile de máscaras, en la que Verdi se vio involucrado en severos problemas ya que tocaba el asesinato de un personaje histórico, con un trasfondo netamente de intrigas políticas (aunque ésta no fue la primera ocasión que alguna de sus obras tuvieran que ser “modificadas” para no levantar ampulas políticas). Después del estreno de Un baile de máscaras Verdi recibió la comisión del Teatro Imperial Ruso para componer una ópera sobre el personaje de Ruy Blas, lo cual le hizo pensar de mil maneras que la censura atacaría nuevamente una de sus obras. Por ello decidió tomar un texto de Ángel Pérez de Saavedra, duque de Rivas que fue trabajado por uno de sus incansables colaboradores, Francesco María Piave, añadiendo algunos pasajes de un drama de Schiller. El título de la pieza teatral original era: Don Álvaro o La fuerza del sino.

El resultado fue La fuerza del destino, siendo ésta la primera de sus óperas en la que toca la historia de una pareja de amantes que viven en el infortunio debido a que son de diferentes razas (la otra ópera sobre este mismo tema es Otello).

Estrenada en San Petersburgo el 10 de noviembre de 1862, la historia que cuenta esta ópera pasa con singular rapidez de España a Italia, narrando las aventuras de los personajes durante un lapso considerable, lo cual nos permite observar a detalle la fatalidad del destino de algunos seres humanos (vista desde un punto de vista muy romántico). La heroína de La fuerza del destino es Leonora, quien pretende fugarse con su amante, Don Álvaro, pero al conocer su padre dichos planes pierde la vida accidentalmente en un tiroteo con el amante de su hija. Los enamorados son separados por el terrible destino, y Leonora debe refugiarse en un convento. Por su parte, Álvaro, quien todos pensaban muerto, se encuentra en el ejército español en el que salva de morir al joven Don Carlos, quien es nada más ni nada menos que el hermano de Leonora. Primero los dos hombres se hacen buenos amigos, pero al salir a flote quién es quién se hacen de palabras y se organiza un duelo, del que Álvaro escapa milagrosamente y se refugia durante siete años en un monasterio. Pero Carlos lo busca afanosamente hasta dar con él. Nuevamente propone un duelo y entonces se marca el destino de Álvaro: matar al hermano de su adorada Leonora así como lo hizo con el padre de ambos. Después de la fatídica solución, Álvaro decide confesarse con una mujer quien resulta ser, inimaginablemente, Leonora. Ella, al ver a su hermano moribundo, no puede hacer más que morir también, pero en brazos de su amado. Y así, el destino de estos tres personajes fue sellado con sangre.

Como Verdi acostumbraba en las Oberturas y/o Preludios de sus óperas, la correspondiente a la Fuerza del destino contiene el material más importante que se escucha a lo largo de la ópera. En su parte lenta encontramos el tema del Madre Pietosa que Leonora canta en el segundo acto, tocado por las cuerdas. Después de un breve comentario de carácter pastoral, loa orquesta reafirma el mencionado tema de Leonora, en una de las más brillantes piezas orquestales que Verdi haya escrito.

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Giuseppe Verdi: Obertura a La fuerza del destino


Obertura de la ópera Nabucco

Cartel de Nabucco en La Scala de Milán

El libreto de Nabucco le fue ofrecido al autor de Las alegres comadres de Windsor, Otto Nicolai. Su respuesta fue: “no”. Las razones eran obvias, pues su contenido político podía poner (según ese músico) su vida en peligro. Giuseppe Verdi también recibió el libreto (escrito por Temistocle Solera), y pensó muchas veces lanzarse a realizar el proyecto, sólo las insistencias del empresario Merelli, del Teatro alla Scala de Milán, lo hicieron trabajar con fuerza en la ópera. Y quizá el tiempo se lo agradeció. En su vejez, Verdi llegó a declarar que “Nabucco fue la ópera con la que realmente comenzó mi carrera artística”. Y ello, ¿a qué se debió? Pues con Nabucco Verdi expresó, por primera vez, las aspiraciones patrióticas del oprimido pueblo italiano, mediante la historia de la añoranza de los hebreos por ser liberados de su encierro en Babilonia. El canto más poderoso de esta ópera era más que contundente: “Va pensiero, sull’ali dorate…” (Vuelen, pensamientos, en alas doradas…). Con esas palabras, Verdi compuso uno de los más hermosos y sentimentales coros de la historia de la ópera (que puede escucharse en la parte central de su Obertura), además de convertirse en un himno de libertad desde entonces. La historia involucra al personaje bíblico de Nabucodonosor, quien es un ser arrogante, Abigail quien añora la corona de su padrastro, y un joven hebreo que traiciona a su pueblo por el amor; todos ellos, como puede darse cuenta, tienen una perfecta contraparte en la vida moderna y en todos los episodios célebres de la civilización occidental. La ópera culmina con la realización de la profecía de Zacarías, liberando a los hebreos y dejando a un lado al falso dios Baal. Con ello triunfa la fe.

Nabucco fue estrenada en La Scala de Milán el 9 de marzo de 1842, con un éxito sin precedentes; antes de que concluyera ese año, la ópera fue repetida en 67 ocasiones en el mismo teatro, y durante 1848 fue presentada en Viena, Lisboa, Barcelona, Berlín, París, Londres y Nueva York. Curioso es que, la ópera en sí no tiene gran significado artístico y social como lo tienen su Obertura y el coro Va, pensiero, respectivamente.

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Giuseppe Verdi: Obertura a Nabucco

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Las versiones de las descargas son de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Herbert von Karajan, director.

El apellido Verdi utilizado en las calles durante la controversia de la unificación de Italia. En realidad, la frase VIVA VERDI tenía implicaciones políticas. VERDI aquí significa: V(ittorio) E(manuele) R(e) DI(talia) -Víctor Manuel Rey de Italia-

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