ROBERT SCHUMANN (1810-1856)

Concierto para piano y orquesta en la menor Op. 54

  • Allegro affettuoso
  • Intermezzo: Andantino grazioso
  • Allegro vivace

 

¿Y por qué Robert Schumann se volvió loco?

Parece que ésta es una de tantas interrogantes que desquicia a los amantes y estudiosos de la música, al igual que el porqué de la muerte de Mozart en circunstancias tan extrañas o el deceso tan a destiempo de Schubert, Mendelssohn o Bizet, o bien (para volvernos un poquitín triviales) por qué se dice que Paganini tenía pacto con el maligno.

Creo yo que en el caso particular de Schumann, su locura no es ningún misterio, sino un hecho natural en la vida de un compositor extremadamente romántico. Evidentemente, alguien que es forzado a estudiar leyes, periodismo y literatura cuando la música es su verdadera vida y principal pasión; quien ama con pasión desenfrenada a una joven llamada Clara, pero que no es comprendido por su suegro, y que (para colmo de males) un buen día se percata de que no puede mover su cuarto dedo como Dios manda en el momento que pudo consagrarse como un pianista supervirtuoso, es un buen candidato para engrosar las filas de un manicomio. Y todo ello le ocurrió al pobre Schumann: su profesor de piano, Friedrich Wieck tenía una talentosa y bella (para los ojos de Schumann) hija, de quien el entonces joven Robert se enamoró perdidamente y tuvo que vivir descalabros, maltratos y vejaciones diversas para conseguir lo que él deseaba: compartir el resto de su vida con la célebre Clara Wieck, quien sumó en varios momentos fama y respeto en la escena musical europea por ser una extraordinaria pianista, por haber sacado de las depresiones al marido y permitirle encontrar en más de una ocasión una veta inacabable de inspiración, por difundir constantemente la obra de su marido (a quien sobrevivió cuarenta años), y –last but not least– por también inspirar la vida y las pasiones de algún “novato” seguidor de la música de Schumann, quien siempre guardó gran respeto por su maestro, el mismísimo Johannes Brahms.

Los Schumann

Pero todo ello no fue aliciente para que Schumann no se volviera loco y terminara sus días recluido en un asilo para enfermos mentales, posterior a un intento de suicido, que más que provocarnos sorpresa nos da un poco de lástima: Schumann, agobiado por la incomprensión de sus colegas músicos, especialmente los integrantes de la Orquesta de Düsseldorf, quienes lo habían calificado como “un director mediocre e incompetente”, se fue a una orilla del río Rhin, ató una gran roca a uno de sus tobillos, y se lanzó en el afán hiper-romántico de terminar su existencia ahogado. Sin embargo, lo único que consiguió fue romperse una pierna, terminar mojado hasta la médula, y ser nominado prontamente para ingresar al asilo de la ciudad de Endenich de donde nunca volvería a salir.

Regresando a la interesante relación entre Robert y Clara Schumann (como ella se autonombró al fallecimiento de su esposo), cabe señalar que, efectivamente, gracias a sus extraordinarias dotes como concertista de piano –y siendo ella también compositora- que Schumann decidió explorar de una forma más profunda el instrumento. Llegó un momento en que Clara le pidió a Schumann que dejara el piano a un lado y comenzara su exploración de los sonidos orquestales. Gracias a ello surgió, en primera instancia, la Primera sinfonía de este autor en 1841. Posteriormente, Schumann decidió juntar ambos recursos, piano y orquesta, para confeccionar una nueva obra que él denominó Fantasía en la menor. Clara misma fue la encargada de estrenar la obra en el mismo año 1841. Después vinieron años “aparentemente” felices para la pareja, comenzando sendas e importantes giras de conciertos por toda Europa. Para mala fortuna del malhadado Schumann, quien era la figura central entre los músicos, críticos y públicos en dichos conciertos era su esposa Clara, y Robert era citado únicamente como “el marido de la gran pianista”. Como podrá percatarse, todo ello fue más que necesario para que Schumann volviera a caer en cuanta depresión y su único refugio se encontrara en cientos y cientos de botellas de licor. Un poco más despabilado y tranquilo de aquellos acontecimientos, Schumann dejó atrás (sólo por un ratito) todo sinsabor y después de haber protagonizado un poco afortunado encuentro con el joven Richard Wagner prefirió aumentar su conocimiento en el área de la fuga, el canon y otros recursos contrapuntísticos para retomar aquella Fantasía para piano y orquesta que había estrenado su mujer y transformarla en algo más consistente, algo que definió “entre un concierto, una sinfonía y una gran sonata”. Dicha Fantasía se convirtió, de tal suerte, en el primer movimiento de su único Concierto para piano, añadiendo los dos movimientos complementarios en 1845, siendo estrenado –nuevamente- por Clara en la parte solista y el director Ferdinand Hiller en Dresde, el 4 de diciembre de ese mismo año.

Schumann

Sin lugar a dudas, este Concierto es uno de los grandes logros de Schumann y una de las más brillantes joyas en la diadema de la literatura romántica para piano. “Es una espontánea expresión de la alegría de vivir”, dijo Hebert Bedford, “llena de movimientos exquisitos, con una rutilante belleza de sonidos conseguidos por los medios más sencillos… Está sellada por una felicidad genial en un grado que pocos compositores han sido capaces de conseguir.” Para Frederick Niecks, el primer movimiento “da expresión a todos los sentimientos heroicos en él (Schumann) –dignidad y orgullo, con algunos momentos de coloración oscura y de pathos intenso.” En el segundo movimiento –un lírico Intermezzo– Schumann “queda satisfecho con cualidades más reticentes”. Y en el Finale “todo es impetuoso, alegre –haciendo notar las síncopas casi sin guardar aliento del acompañamiento”, a lo que podemos añadir que a quien parecería faltarle el aliento por su virtuoso discurso de principio a fin es al piano solista.

Aún así, al escuchar este Concierto quizá podamos sentir la propia incapacidad de Schumann de haber sido, él mismo, su más importante intérprete, y de que cualquier gloria y aplauso hubiera sido dirigida en primera instancia a Clara. Todo está manifiesto en las crónicas de la época que señalaron como de “discreta aceptación” a esta partitura en su estreno y en su posterior interpretación con Mendelssohn en la dirección y la Orquesta Gewandhaus de Leipzig. El tiempo poco a poco puso en su lugar al Concierto de Schumann en donde se encuentra ahora como una de las piezas más preciadas –y virtuosas- del repertorio. Pero, ¿dónde puso el tiempo a Clara Schumann, sus interpretaciones tan admiradas en el siglo XIX y sus propias composiciones? ¿Será válido seguir llamando a Robert Schumann exclusivamente como “el marido de Clara”? Y, más aún ¿cuánto puede la locura de Schumann atraer a nuestro espíritu para disfrutar de sus creaciones en perspectivas distintas?

Válgame… no cabe duda que a los genios se les tacha de locos, y a los locos se los sigue recluyendo sin permitir conocer cuáles son sus verdaderos sentimientos, añoranzas y pasiones. A fin de cuentas, ¿a quién le puede importar todo esto y más al sentir, como intensa marejada sonora, la brillantez de expresión del Concierto para piano de Schumann?

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Robert Schumann: Concierto para piano y orquesta en la menor Op. 54

Versión: Alicia de Larrocha, piano. Orquesta Filarmónica Real de Londres. Charles Dutoit, director.

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