DMITRI SHOSTAKÓVICH (1906-1975)

Sinfonía No. 10 en mi menor Op. 93

  • Moderato
  • Allegro
  • Allegretto – Largo – Più mosso
  • Andante – Allegro – L’istesso tempo

Shostakóvich leyendo el periódico Pravda

Para comprender mucha de la música de Shostakóvich, posterior a la Segunda Guerra Mundial, sólo hay que imaginar los tiempos terribles que tuvo que pasar el pueblo soviético, oprimido y en constante depresión emocional. Se dice que en esos días mucha gente ponía cojines sobre sus teléfonos, pues todos pensaban que éstos eran aparatos diseñados por el espionaje stalinista. Cualquier ciudadano común y corriente podía ser tachado (y encarcelado) como un “soplón” en potencia. El mismo Stalin (con toda su inenarrable estupidez) llegó a decir que no había acto más noble que el de denunciar a un amigo. Para conocer más “perlas” como la anterior, hay que citar lo que dijo el entonces Ministro de Cultura (o, debería decirse, de “incultura”), Andrei Zhdanov, en el Primer Congreso de Compositores Soviéticos: “La música contemporánea es como un ejercicio de dentista. El único árbitro es la gente y lo que el pueblo desea son canciones para las masas.” En ese sentido, la Octava sinfonía de Shostakóvich fue tachada de “pieza repulsiva y ultra-individualista”; y por ese motivo, él fue forzado a renunciar a la Liga de Compositores.

El período que separa a las Sinfonías Novena y Décima de Shostakóvich (un total de ocho años) fue el más largo entre cualquiera de sus otras grandes obras orquestales. Pero valdría la pena reflexionar ¿acaso fue este un lapso de silencio? Este comentario viene a cuento pues el compositor siempre dijo que él pensaba sus obras lentamente y las escribía rapidísimo; de hecho, componía mentalmente y al tener la pieza totalmente acabada entonces la ponía en papel pautado, por lo cual es complicado trazar la fecha exacta del inicio de gestación de algunas de sus partituras.

Caricatura de Shostakóvich con la siempre temible sombra de Stalin a sus espaldas

Así, se asume que Shostakóvich compuso su Décima sinfonía después de la muerte de Stalin en 1953, especialmente porque no podía atreverse a publicar una obra como ésta mientras su principal enemigo estaba con vida. La pianista Tatiana Nikolayeva aseguró alguna vez que Shostakóvich le mostró muchos bosquejos de lo que sería la Décima desde 1951. Sin embargo, en el libro Testimonio, él afirmó que aunque la gente pensara que esta música tiene que ver con Stalin, sus horrores y la bendición de su desaparición del planeta, su intención original no era tal. Pero los sonidos que imprimió aquí nos dicen otra cosa. El primer movimiento está construido a partir de una estructura genial, a manera de un largo y lento ritmo de vals, de carácter sombrío, y que nos va llevando poco a poco a un clímax de proporciones monstruosas. Estructuralmente, esta sección es una de las más perfectas que haya concebido Shostakóvich para la orquesta. Y en la parte emocional, podemos sentir la forma en la que expone el cansancio y terror inherente a los años de Stalin en el poder. Pero si encontramos alguna similitud con el régimen brutal y despiadado de este “estadista”, debemos escuchar con atención el segundo movimiento de la Sinfonía. Desde su primer acorde somos protagonistas de sonidos desgarradores, como un grito doloroso que intenta encontrar una boca para hacerse escuchar. Del primer fortissimo, pasando por no menos de cincuenta crescendos, en un movimiento que apenas dura cuatro minutos, encontramos lo que muchos entendidos han definido como el retrato musical más grotesco (pero perfecto) que se pudo hacer de la personalidad y los horrores provocados por Stalin, y en general es un canto colérico, desesperado. Sólo recordemos que durante los funerales de este “tipejo”, cientos de personas fueron ajusticiadas en plena calle para mantener el orden alrededor del cortejo fúnebre. De tal manera, comprendemos que aún en la tumba, Stalin siguió siendo el responsable de la muerte despiadada de muchos inocentes. En el tercer movimiento regresa una forma danzable como estructura, aunque a diferencia del primer movimiento este “vals” nos suena más macabro y oscuro, basado en un tema derivado de cuatro letras, la inicial y las tres primeras del apellido de Shostakóvich: D.Sch que corresponden a re-mi bemol-do-si en la notación alemana. Por su parte, el movimiento final nace de una textura sonora casi imperceptible, y que va creciendo hasta estallar en una sección, brillante, alegre, emotiva, llena de grandeza y de corte triunfal. Su principal antecedente se encuentra en la segunda de las Fábulas de Krylov que él puso en música en 1922, y en la que se escucha una frase que es la esencia del último movimiento de la Décima sinfonía: “Dios nos ha salvado de estos jueces”.

El director Mravinsky y Shostakóvich en la época del estreno de la Décima sinfonía

Después del estreno de la Décima sinfonía, el 17 de diciembre de 1953 con la Filarmónica de Leningrado dirigida por Yevgeni Mravinsky, el compositor confesó que: “Nuevamente no pude escribir un verdadero allegro en forma sonata” (sin embargo, el primer movimiento de la obra –al que se refiere con este comentario- nunca fue pensado como Allegro y su estructura –como ya dijimos- es de las mejores formas “sonata” que el haya concebido). Además, él mismo se reprochó haber escrito la obra de una forma muy rápida, y que la duración de cada movimiento era desproporcionada. Más las cosas habrían de cambiar al discutirse el contenido de esta Sinfonía en una reunión de la Liga de Compositores, en la que desenvainó la espada y declaró: “En esta obra quise transmitir sentimientos y pasiones humanas.” Por su puesto, la actitud de vida siempre reprimida de Shostakóvich lo llevó a falsear sus propios comentarios artísticos. Y es muy obvio que, como se dijo más arriba, el implacable fantasma de Stalin seguiría flotando sobre su cabeza y su creación artística. En este sentido, él mismo dijo que “es muy difícil correr libremente cuando debes estar mirando sobre tu hombro constantemente”. Así, si escuchamos con atención en final de la obra, nos daremos cuenta que existe algo de angustia implícita, la presencia de la tiranía que podría continuar con las manos de algún otro ogro de la humanidad. Y aunque incomprendido, constantemente perseguido artísticamente, el credo de Shostakóvich cobra dimensiones reales al desvanecerse el ultimo acorde de la Sinfonía: “Seguiré escribiendo música –decía él- aunque me corten las manos y tenga que sostener el lápiz con mis dientes”. Sólo Shostakóvich fue capaz de ser tan optimista, pesimista y muy realista en una misma partitura, sin contradecirse en ningún momento. Como quiera que sea, la Décima sinfonía de Shostakóvich no sólo es la catarsis de un período amargo, sino que comparte con la totalidad de su catálogo sinfónico el enorme honor de ser considerado como una de las crónicas sonoras más vibrantes del siglo XX.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Shostakóvich: Sinfonía No. 10 en mi menor Op. 93

Versión: Real Orquesta Filarmónica de Liverpool. Vasily Petrenko, director

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