JUAN CRISÓSTOMO ARRIAGA (1806-1826)

El Mozart español

Si muchos países se enorgullecen por contar con una “gloria nacional” en diversos campos del arte, las ciencias y/o el conocimiento en general (aunque en México nuestros máximos héroes parecen ser los integrantes de la Selección Nacional de fútbol -más bien son mártires ¿no?), España cuenta con varios hijos predilectos en las artes sonoras como Victoria, Soler, Albéniz y Falla. Pero en ese país existió un símbolo indiscutible para los vascos y particularmente reconocido como el gran compositor que haya legado la ciudad de Bilbao al mundo. Su “mote”, que hasta le fecha levanta comentarios e invita a las coincidencias, es “el Mozart español”, y su nombre completo era Juan Crisóstomo Jacobo Antonio de Arriaga y Balzola, nacido el 27 de enero de 1806 en el seno de una familia dedicada al intercambio mercantil y los transportes marítimos. Don Juan Simón de Arriaga, padre de Juan Crisóstomo, siendo un hombre de gran bagaje cultural y apasionado por las artes, decidió bautizar con esos dos primeros nombres a su hijo pues, como indican varios musicólogos, el nuevo integrante de la familia Arriaga vio la primera luz el día que se cumplían cincuenta años del nacimiento de Mozart. Para los entendidos esta intención resultó doble: el progenitor de Juan Crisóstomo pretendió homenajear al compositor de Salzburgo, además de predisponer al muchacho para que se convirtiera en músico; pero las leyendas han hecho presa de lo anterior hasta el punto de decirse que, con ese estigma mozartiano en su vida, el músico Arriaga también llevaba clavada en su nombre una genialidad equiparable a la de Mozart y hasta el infortunio de perder la vida demasiado joven. Muchos de esos estudiosos musicales no han reparado, quizá, en que el niño nació en el día de San Juan Crisóstomo, y debido a la tradición hispana fue bautizado con el o los nombres del santo que se venera ese día. Y ya que nos hemos enfrascado en datos triviales, resulta interesante explorar de dónde salió el apellido de esta familia: “Arriaga”, en vasco, significa “lugar pedregoso” y el apellido “de Arriaga” le vino al patriarca por haber nacido en un pueblo cercano al Ayuntamiento de Bilbao, justamente llamado “Arriaga”.

Sin escatimar en la sangría económica que pudiera significar, el padre de Juan Crisóstomo se dio a la tarea de iniciar a su hijo en el noble quehacer de la música, dándole sus primeras lecciones. A los nueve años el aún tierno Juan Crisóstomo ya tomaba papel pautado y pluma para escribir música; con tan sólo 10 años de edad, el muchacho se hizo famoso entre los bilbaínos como segundo violín de un cuarteto para cuerdas de adultos que tocaban exclusivamente por el placer de hacer música juntos.

Busto de Arriaga

Las obras que se conservan de la juventud de Arriaga poseen dificultades para su catalogación y para conocer las fechas exactas de su composición. Aún así, puede considerarse a su ópera Nada y mucho, ensayo en octeto como una de sus partituras primeras y precoces. Éste último decir es más que obvio si se considera que dicha ópera fue escrita por un Arriaga de once años. En el recuento de su catálogo hayamos una Obertura Op. 1 que porta una dedicatoria a la Asociación Filarmónica de Bilbao. Por esos tiempos, a los doce años de edad, pueden trazarse los orígenes de su cantata Patria y de una Marcha Militar para banda.

Al año siguiente de esos acontecimientos, Arriaga se sumerge en la composición de su segunda pieza escénica, ahora con un libreto del poeta Francisco Comella (un creador respetadísimo en esos años). La ópera tiene el curioso nombre de Los esclavos felices y fue escrita con rapidez en las trece dulces primaveras de Arriaga; la Obertura para dicha partitura fue compuesta después de que el músico puso punto final a todas las escenas vocales y, completa, estuvo lista para su estreno en 1820 en Bilbao, donde enloqueció a la comunidad cultural toda. Después de ese éxito arrollador, Arriaga estaba listo para escribir su Tema variado en cuarteto Op. 17 (con el que surge una duda: ¿dónde quedaron, entonces, los otros 15 “opus”?), además de La húngara para violín y contrabajo, La húngara en cuarteto y un Stabat Mater con voces y orquesta.

Al festejar su decimoquinto cumpleaños surgió una decisión de sus padres que le cambiaría la vida al joven: ya que Arriaga derrochaba talento y prometía grandes avances como artista, resolvieron que tarde o temprano la ciudad de Bilbao le quedaría chica al muchacho y así lo enviaron a París. Así, en octubre de 1821 Arriaga comenzó sus estudios en el Conservatorio de la Ciudad Luz y, como lo que sobraba en el seno familiar era dinero, tampoco se escatimó para que este adolescente rentara un lugar en el número 314 de la exclusiva Rue Saint Honoré, de ambiente tranquilo y de costo altísimo, en una zona cercana a los famosos Campos Elíseos y las Tullerías.

Entre 1821 y 1826 Arriaga tuvo la guía de dos profesores importantes del Conservatorio parisino: Baillot -en violín- y Fétis -en armonía-, quienes compartían con entusiasmo sus conocimientos con el “chaval” bilbaíno. Los progresos de Arriaga en sus lecciones fueron veloces, y dicen los cronistas que en sólo dos años llegó a dominar los secretos de la fuga y el contrapunto, a la par de su creciente maestría en el violín. En el año 1823 le fue otorgado el segundo premio del Conservatorio en esas materias, y presentó (con honores) su examen final con una realización de la sección Et vitam venturi saeculi del Credo para ocho voces reales. Tal fascinación del profesorado parisino llevó a Fétis a decir que: “Arriaga había recibido de la Naturaleza dos facultades que raramente se encuentran combinadas en un solo artista: el don de la invención y el dominio completo de todas las dificultades del oficio”.

Monumento a Arriaga ubicado en el parque Casilda Iturrizar de Bilbao

En 1824, Arriaga escribió una colección de tres Cuartetos para cuerda que resultaron ser sus únicas obras publicadas en vida. Estas piezas, de enorme elegancia e impresionante factura, fueron dedicadas cariñosamente por Arriaga a su padre y son probablemente las obras más difundidas y grabadas de este compositor hasta nuestros días. Posterior a sus Cuartetos, escribió canciones diversas, música para piano, otra Obertura, otro Stabat Mater y una serie de interesantes y visionarias Cantatas: All’Aurore; Erminia (escena lírico-dramática); Edipo; Medea; y Agar (escena bíblica). Lo mas significativo de la producción final de Arriaga es, sin duda, su Sinfonía en re mayor “a gran orquesta”, pieza de gran carácter y profundidad en la expresión. A partir de ésta y otras músicas de Arriaga es importante establecer un paralelo con otros autores de su época: a muchos se les hará sencillo afirmar que, debido al mote de “Mozart español”, la producción de Arriaga debe estar emparentada directamente con la del salzburgués, cosa que puede ser audible pero no cierta. Entre todas las posibles vertientes de influencia que inundaron el talento de Arriaga no sólo está Mozart, sino Haydn, Boccherini, Haase, Graun, Danzi y Rossini (de hecho, la Obertura a Los esclavos felices está imbuida en el ambiente de una obertura de Rossini más que de otro autor de óperas de la época). Pero definitivamente la pluma más firme que se siente en el discurso musical de Arriaga es la de Schubert. De tal suerte, su Sinfonía en re mayor puede ser prima hermana de las Sinfonías 3, 4 ó 5 de Schubert, sin empacho alguno.

La historia de Arriaga, como usted puede imaginar, no fue tan feliz como se esperaba. El joven español, en su breve tránsito por este mundo de mortales, sufrió de severos achaques en la salud, siendo un hombre frágil que contraía enfermedades diversas al menor alboroto. Esto provocó que diez días antes de su vigésimo cumpleaños Arriaga cerrara los ojos para siempre en Marsella, donde parece que “huyó” para tranquilizarse y encontrar un antídoto a los males que hacían presa de él (“cambio total de aires y de ambiente”, recetaron los médicos franceses). Así también es una falacia lo que insinúan los diccionarios y algunos “musicólogos” al señalar que la muerte de Arriaga ocurrió en París. Sin embargo, sus restos fueron trasladados a la capital francesa para darles sagrada sepultura en una tumba -más corriente que común- en el cementerio de Montmartre, donde algunos años después descansarían los restos de otro ser genial: Héctor Berlioz.

Fachada del Teatro Arriaga en Bilbao

Esa probable escena del entierro de Arriaga en la soledad absoluta, sin la presencia de sus seres queridos, en un lugar que los anales de la historia únicamente pueden ubicar correctamente, han permitido que la imaginación de propios y extraños volara a alturas inimaginables. Habiendo nacido el mismo día, cincuenta años después que Mozart, llevando sus dos primeros nombres originales, “genio y figura hasta la sepultura” como reza la voz común popular, fallecido a destiempo y olvidado en un mausoleo ignoto, permite que esa denominación del “Mozart español” cobre amplias dimensiones. Y como el buen Mozart, la figura de Arriaga nunca ha sido olvidada, y menos para sus compatriotas: en la ciudad de Bilbao existe el Teatro Arriaga y frente a él una estatua que inmortaliza a este joven compositor. En el año 1933, cuando se develó el monumento y se le bautizó al Teatro, fue que se instaló la Comisión Permanente Arriaga, cuyas actividades estaban enfocadas a la difusión y publicación de sus obras, con la colaboración de la Junta de Cultura de Vizcaya.

Aún así, el Juan Crisóstomo Arriaga de sus Esclavos felices, su Sinfonía y sus Cuartetos es, hasta la fecha, un gran misterio debido a la poca exploración que se ha hecho de su música en la búsqueda de la estética y sus alcances artísticos. Parafraseando a Emilio Carballido al referirse a Mozart, parece que Arriaga “Música era y en música se convirtió” al igual que el autor de Don Giovanni. ¿De qué manera podremos recuperar su inmensa genialidad, como los tiempos modernos lo han hecho con Mozart?

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Juan Crisóstomo Arriaga: Obras orquestales

Versión: Orquesta Il Fondamento. Paul Dombrecht, director.

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