GEORGES BIZET (1838-1875)

Sinfonía en do mayor

  • Allegro vivo
  • Adagio
  • Allegro vivace; trío
  • Allegro vivace

Georges Bizet

Quizá a usted, estimado lector, le haya ocurrido alguna vez, mientras recibía su educación en cualquier tipo de escuela, que al solicitársele una tarea y encontrar que ésta tenía gran parecido a lo que el profesor había dicho en la materia o bien al trabajo presentado por el compañero o compañera del pupitre de junto, usted sentía que el maestro y todos los alumnos lo condenarían por “copión”. Seguramente la forma más sencilla de quitarse esos comentarios de encima era esconder el trabajo a presentar y volverlo a hacer, o probablemente hacerse el occiso y decirle al “profe” que su abuelita se murió y que no pudo terminar el trabajo. Estoy seguro de que hasta los alumnos más aplicados tuvieron que pasar por este momento vergonzoso, pero que es más que nada la carencia de ímpetu como para afirmar muy seguro, frente a los compañeros: “si, así lo escribí, y sí se parece al de junto ni modo, ¡qué tiene!!??”.

Este recuerdo de los tiempos escolares viene a cuento con la obra de Bizet que escucharemos hoy – no se vaya a creer que enloquecí más de lo que ya estoy -, pues al famoso compositor francés, célebre por su ópera Carmen le ocurrió ese síndrome de “mieditis al fracasitis” que muchos tenemos de vez en cuando. Resultó que Bizet, siendo alumno de la cátedra de composición del eminente Charles Gounod en el Conservatorio de París, recibió la consigna de su maestro para escribir una obra como ejercicio.

El joven Bizet tenía únicamente 17 años de edad, y al poner manos y lápiz en el papel pautado sus ideas fueron impresas con gran facilidad y de manera vertiginosa. Pero, la terrible desventaja fue que optó por la forma sinfonía para su deber escolar, en una estructura de cuatro movimientos y con la tonalidad do mayor. Si, querido lector, fue una terrible decisión pues el Maestro Gounod había escrito poco tiempo antes su Primera sinfonía, con el mismo número de movimientos y, ¡oh, cielos!, en la misma tonalidad.

El pánico de Bizet fue tal que decidió guardar bajo piedra y lodo su partitura, sin siquiera hacer referencia a ella en lo que restaba de su vida (la Sinfonía la escribió en 1855 y él falleció 20 años después -!!!-). Y la “mieditis” del joven compositor no sólo residía en el “qué dirán” por parte de las autoridades y alumnos del Conservatorio, sino que estaba consciente del enorme éxito que su profesor tenía en la escena musical francesa – particularmente la parisina -; ese pudo haber sido el mayor riesgo.

Caricatura de Bizet

Pero lo que Bizet tan celosamente guardó y cuya existencia negó a todo el mundo, fue encontrado en los archivos del Conservatorio de París por D.C. Parker, quien inmediatamente llevó el manuscrito al director de orquesta Felix Weingartner para que la juvenil pieza fuera resucitada (o bien, cobrara vida, pues nunca vio la luz).

De tal suerte que Weingartner estrenó la Sinfonía en do mayor de Bizet tan sólo setenta y cinco años después de que fue concebida (casi nada, ¿no?), el 25 de febrero de 1935 en Basilea, Suiza. Así, el mundo de los sonidos pudo recuperar una obra, si bien “inocente”, de gran valor artístico, con una raíz muy profunda en el clasicismo de las sinfonías de Haydn, Mozart y Beethoven con algunos tintes de la música de Schubert, con la influencia – como buen condimento – de las líneas melódicas y armónicas de Mendelssohn y Schumann. Cierto es el comentario que el musicólogo David Ewen hizo de esta “música de indudable encanto, inundada por el cálido sol del Mediterráneo”.

En ese sentido, sólo hace falta escuchar la obra para dejarse llevar por un impulso tan juvenil y precioso como lo vibrante en los ojos de un adolescente, o como la risa de un niño en plena invención de la más fascinante aventura.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

Descarga disponible:

Georges Bizet: Sinfonía en do

Versión: Orquesta del Centro Nacional de las Artes de Ottawa, Canadá. Eduardo Mata, director.