PIOTR ILICH TCHAIKOVSKY (1840-1893)

Sinfonía No. 1 en sol menor, Op. 13, Ensueños invernales

  • Allegro tranquillo
  • Adagio cantabile ma non tanto
  • Scherzo. Allegro scherzando giocoso
  • Finale. Andante lugubre – Allegro maestoso

Piotr Ilich Tchaikovsky en su juventud

Estimado lector: Seguramente usted compartirá conmigo la opinión de que el “tema Tchaikovsky” (tanto en el aspecto artístico como el emocional) es uno de los más interesantes, sabrosos, pero también desgarrador, especialmente cuando se encuentran los paralelismos entre su vida y su producción sonora. Quizá lo más importante del catálogo del músico ruso descansa en su repertorio para ballet, el Primer concierto para piano, el Concierto de violín, la Obertura 1812 y sus tres últimas Sinfonías, con pequeñas adiciones con algunas otras de sus partituras capitales y de gran gusto entre el público. En el caso de las tres últimas Sinfonías de este hombre se antoja decir, por un lado, que constituyen los más impresionantes ejemplos sinfónicos de cualquier autor ruso en la época en la que se desarrollaba el nacionalismo musical en aquellas latitudes pero, por otro lado, también son un testimonio –vivo e hiriente en momentos- de la tragedia de la mente de Tchaikovsky. Y uno de los factores que nos permiten pensar lo anterior está íntimamente ligado con las posibles causas de la muerte de este autor. ¿Realmente fue por el cólera o por haber cometido suicidio que el hombre de 53 años de edad trascendió a la otra vida? Si nos queda alguna duda, sólo hay que escuchar atentamente lo que Tchaikovsky nos propone en sus Sinfonías 4, 5 y 6, con sus momentos que definen la acción del destino, sus sombríos contornos, una alegría reprimida que no puede (y no desea) estallar en júbilo absoluto.

Sin embargo, al echar una “orejeada” a las primeras tres Sinfonías del ruso, nos encontramos con un ambiente diametralmente opuesto. Por un lado, dichas partituras son la muestra inequívoca de un alma sensible, por supuesto, pero con un empuje juvenil difícilmente reprimido, pleno del disfrute por la vida con los pies bien puestos en la Tierra. Aunque ahí pueden surgir varias hipótesis: ¿Será un poco por el morbo generalizado de la humanidad ante la trágica vida de Tchaikovsky que los públicos prefieren las Sinfonías “más dolorosas” que las “más alivianadas”? En ese sentido, yo me arriesgo a decir que dicha suposición es, malhadadamente, cierta. Y en otro ámbito, el meramente musical, es definitivo señalar que, aunque el brío del joven Tchaikovsky está impreso en las Sinfonías 1, 2 y 3, no podemos comparar las alturas estéticas de las últimas Sinfonías al contenido (perdone mi comentario) un tanto mediocre de la Tercera sinfonía –llamada Polaca.

Tchaikovsky en los tiempos en que compuso su Primera sinfonía

La Primera sinfonía del catálogo de Tchaikovsky fue concebida en 1866 al momento en que el músico había concluido un año atrás sus estudios en el Conservatorio de San Petersburgo y coincidiendo con su nueva actividad como profesor de composición en el Conservatorio de Moscú. Uno de los más importantes compositores y directores de aquellos tiempos, Anton Rubinstein, fue maestro de Tchaikovsky y al recibir el manuscrito de la flamante Sinfonía del ilusionado Piotr Ilich sólo recibió desaprobación y maltrato de su mentor musical. Tal fue la crítica que sólo le permitió que se ejecutaran los movimientos centrales de la obra hasta que su hermano, Nikolai Rubinstein, fue más benévolo y dirigió el estreno de la Sinfonía completa en Moscú en 1868.

Si usted me permite el paréntesis, es necesario ver cómo Tchaikovsky siempre confió en dos personajes de la misma familia y que literalmente le hicieron la vida “de cuadritos”. Aquí tenemos la muestra del desprecio de Anton y, como usted debe saber, Nikolai también contribuyó al desequilibrio emocional de Piotr Ilich cuando tocó para él (en una Nochebuena) su Primer concierto para piano. Bueno, aunque Nikolai se portó como una fiera con hambre frente a su pobre “amigo”, la vida le dio la opción de recapacitar más tarde. Pero de que hicieron sufrir en su momento a Tchaikovsky no queda la menor duda.

Continuando con la Primera sinfonía: Una vez estrenada la partitura como deseaba su autor, él mismo decidió –hacia 1874- revisarla de manera íntegra gracias a la experiencia orquestal que ya había adquirido gracias a la composición de su Segunda sinfonía (Pequeña rusa) y su magnífica incursión en el mundo de la ópera. Así, la Sinfonía Op. 13 mantuvo sus elementos primordiales, como son su frescura y originalidad, pero ganó en cuanto al refinamiento orquestal. La versión definitiva, que hoy se escucha en todas partes, fue estrenada hasta 1883.

Primera página de la partitura de la Sinfonía 1 de Tchaikovsky

Tchaikovsky bautizó a esta Sinfonía como Ensueños invernales. De hecho, tal parece que él mismo escribió textos muy ilustrativos sobre los dos primeros movimientos de la obra, como mero elemento programático: “Sueños del viajero invernal” y “Tierra de desolación, tierra de brumas”. Y dependiendo de ello: ¿Qué es lo que el auditor podría esperar al escuchar la música? ¿Acaso cascabeleos de trineos en su paso por los caminos nevados? ¿Ritmos de troika? ¿Copos de nieve en su lenta caída sobre las cabezas de quienes pasean por el campo? De ninguna manera. Lo que Tchaikovsky deseaba con estos comentarios era dar pistas de estados emocionales. El invierno es en esta Sinfonía, y sobre todas las cosas, un estado de ánimo: con ese sentimiento del viento helado que llega a nuestras venas, pero nuestra sangre en ebullición añorando el reverdecer de la Naturaleza a la llegada de la primavera, soñando despiertos con la llegada de la nueva estación. Esa era, curiosamente, la situación personal y como creador de Tchaikovsky, y al mismo era una metáfora de la vida terrenal. Todo lo cual puede encontrarse al estudiar la partitura: los movimientos externos de la misma están escritos de acuerdo a las reglas de una dualidad temática pero que los colores instrumentales y la combinación de sonidos se vuelven más importantes que los mismos temas que dan estructura a todo el contenido. Quiero imaginar, humildemente, que dichos factores fueron los que fastidiaron tanto a Anton Rubinstein. Por ejemplo, tomemos el efecto de claroscuro que da el autor combinado con las flautas y los fagotes en el tema principal del movimiento inicial, o las tonalidades conferidas al corno francés. Y cuando en apariencia los temas fundamentales de la Sinfonía fluyen con toda naturalidad, ello no es tal, pues repentinamente se nos presentan como escenas congeladas, con diversos momentos en que se detienen y son retomadas. Esa sensación generalizada puede explicarse como un “alto” y un “comienzo” que se van dando sucesivamente en esta música. Además, los pasajes concebidos fugato no pueden calificarse como “fríos” o “reprimidos”, sino más bien hay que comprenderlos como una continuación de algo que no tiene motivaciones ni internas ni externas, simplemente que obedece a una ley natural, a una emoción elemental en la vida; quizá en el segundo movimiento (Tierra de desolación, tierra de brumas) es donde nos queda más clara esa sensación estática en los otros movimientos de la obra, pues aquí sí existe –y de manera muy evidente- un constante preguntar y responder, no tanto de la música sino de los sentimientos involucrados en ella.

En cuanto al Scherzo de la Sinfonía puede comentarse que Tchaikovsky retomó su material principal de una Sonata para piano que compuso en 1865; y, aquí sí, las imágenes sonoras son más sólidas, dándonos la sensación de estar observando el paso de la vida cotidiana frente a un paisaje invernal, y en la sección del trío queda perfectamente definido el título de la Sinfonía pues es, exactamente, como un sueño de invierno.

En la sección final somos participes de una técnica que ha sido definida por el musicólogo Sigrid Neef como “técnica de cortina”, y que radica en varios factores. Al iniciarse el movimiento en un piano de tonalidades lúgubres, pareciera que un velo comienza a levantarse para dejarnos ver la escena general y todos sus temas y sólo son oscurecidos por insistentes corales a cargo de los cornos; aún así, el poderío semántico de dichas llamadas de corno va intensificando el ambiente y propiciando un carácter marcial a la masa de los alientos. Lo que a fin de cuentas cae aquí no es un velo ligero sino una férrea cortina. La coda, con grandes acentos y de impresionante carga sonora, parece como si estuviera proclamando abiertamente la alegría, la libertad. Y ellos, en el caso de Tchaikovsky y de cualquier otro mortal, también son meros sueños de invierno.

JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ

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Tchaikovsky: Primera sinfonía, Ensueños invernales

Versión: Orquesta de la Gewandhaus de Leipzig. Kurt Masur, director